lunes, 16 de agosto de 2021

EL ROCCO RIVERA, a 45 años de su muerte.




El 15 de agosto de 1976, murió en accidente automovilístico en los alrededores de La Paz, su puerto nativo, Federico Rivera, el Rocco, quien en sus años universitarios fue militante de la izquierda trotskysta, fundador, desde la Facultad de Economía de la UNAM,  de la Unión Nacional de Estudiantes Revolucionarios, en 1967.

También se le relaciona con el comando que dinamitó la estatua del presidente Miguel Alemán, en cuyo sexenio se construyó  Ciudad Universitaria.

Al ingresar a la UNAM, en 1971, nos llamaba la atención ese misterioso bulto "encapuchado" en la ex planada de Rectoría.


Hasta que un día desapareció para siempre.


Conocí al presunto  autor de este atentado y de otras muchas "fechorías",  cuando ya convertido en una leyenda  para mi generación, y alejado de la actividad política,  regresó a La Paz a principios de los 70. 

Yo ya vivía en el DF, pero lo procuraba cada vez que regresaba de vacaciones.

Tenía su grupo de amigos y seguidores, una especie de "secta", con un puñado de "iniciados" en viajes sicodélicos.

Lo recuerdo como una de las inteligencias más deslumbrantes y generosas con quien en esa época pude compartir lecturas literarias-nada de política-,  juergas, largas correrías nocturnas  en busca de playas y montes, donde acampar.

Le encantaba la pesca, el buceo, deporte para el que era tan diestro como para la defensa personal.  Un tipo de un carisma extraordinario, con un gran talento poético que empezó aflorar en lo que sería el último tramo de su vida.

Hasta hace algunos años conservaba unos poemas en prosa de su autoría que me regaló una noche bajo el influjo tutelar de "mezcalito".

Entre ellos, uno de inquietante título: "Bazofia ecléctica". 

  Una lumbrera que poco a poco se fue apagando en esa vorágine autodestructiva que culminó con la fatal volcadura  en la curva de San Pedro, al amanecer de un día como hoy hace 45 años. 


Tenía apenas 33.


El cortejo fúnebre del Rocco fue un acontecimiento inédito en el puerto. Una procesión multitudinaria. El féretro cubierto con la bandera roja de la hoz y el martillo por decisión de algunos militantes de la izquierda local que lanzaban consignas comunistas.

Personajes con los que el Federico  de los últimos años ya no tenía nada que ver. 

Incluso había corrido a algunos de ellos de su casa.  


Aquí les comparto el testimonio de uno de sus más entrañables compañeros de viaje revolucionario, el autor de la novela Los días y los años, Luis González de Alba(+).

El mismo que lo rebautizó como Rocco.


Y así comenzó la historia de la UNER. 


Por Luis González de Alba 


Que yo no sabía aprovechar mi puesto, espetó Rocco con la claridad que dan las lecturas marxistas y trotskistas; me limitaba, acusó, al fin pequeño burgués, a hacer mesitas redondas sobre marxismo y lecturillas de poesía de Miguel Hernández. La Historia me reclamaba algo mayor. Para eso tenía yo la representación de una Facultad importante y muy buenas relaciones con la Rectoría.

—¿Como qué, Rocco? ¿A qué te refieres? Celebramos los cien años de El Capital… —dije contemplando a ese Alain Delon con añadido de cachondería norteña, grandes y bonitos pies siempre descalzos en el que ya era su depa, y pantalón vaquero, sin camisa cuando hacía abdominales y me hablaba de la Revolución Permanente, de la maldad de los estalinistas y de cómo el verdadero creador de la Unión Soviética era Trotsky. Yo le daba razón en todo.

—Un organismo revolucionario estudiantil que concentre los esfuerzos del estudiantado nacional… Puedes comenzar por pedir a la UNAM que nos haga los carteles para la convocatoria.

En efecto, la Dirección de Difusión Cultural, dirigida por Gastón García Cantú, nos enviaba a la imprenta de un señor Chirinos que nos imprimían unas decenas de carteles y unos millares de volantes para el recital de un cantante o una mesa redonda sobre materialismo histórico. En uno de esos actos, leyó Octavio Paz su poema Blanco ante un auditorio Justo Sierra repleto.


Claro que no iban a bastar unas decenas de carteles, sino, al menos, 10 mil para llamar a los estudiantes revolucionarios desde Tijuana hasta Mérida.

—Pero, Rocco, ¿y luego cómo pegamos esos carteles en la Universidad de Chihua-hua, en la de Guerrero…? —dije con zozobra y un nada secreto temor de no estar a la altura de las exigencias históricas.

—Yo me encargo —respondió con aplomo Rocco.

En resumen, yo le pedía a don Gastón 10 mil carteles y Rocco y sus hermanos los distribuirían por todos los rincones de México: las escuelas de agricultura, las normales rurales, los politécnicos y universidades: en todas partes Rocco tenía gente para ejecutar ese trabajo.

—Y cuando lleguen los delegados… la UNAM no va a querer pagar alojamiento de tanta gente, Rocco, es una institución al servicio de la burguesía… Y bueno, los pasajes primero, y la alimentación de los representantes estudiantiles del proletariado…

—Nosotros los alojamos. Y los traemos y les damos de comer.

—¿Y cómo vigilamos las asambleas en Saltillo y Veracruz para asegurarnos de que nos llegan representantes elegidos democráticamente en sus respectivas asambleas?

—Nosotros las vigilaremos.

Y Rocco cumplió en todo: desde conseguir la camioneta para sacar 10 mil carteles de con Chirinos, hasta distribuirlos por dos millones de kilómetros cuadrados. Organizó las asambleas y se aseguró de que sólo el voto democrático nombrara representantes.


El Gran Congreso Inaugural tuvo lugar en Filosofía, por supuesto, donde conseguí, además, que la Dirección nos prestara cuantos salones de clase fueran necesarios para las diversas mesas de debate. Los temas también los había pensado Rocco porque yo no sabía mucho de organizar estudiantes revolucionarios.

Durante los debates en los salones de Filosofía comenzó a ocurrir algo que me extrañó: había diversas delegaciones de la Facultad de Economía, allí nomás pegada a Filosofía, la entonces Escuela de Ciencias Políticas estaba representada por varios grupos, Derecho también inscribió diversas organizaciones, la propia Filosofía tenía un par de grupos políticos revolucionarios. Había maoístas, trotskistas, comunistas (del PCM) y a los de Filosofía nos asignaron al conjunto de los foquistas. Pregunté el motivo:

—Porque ustedes creen en el foco guerrillero y nosotros en la Revolución Permanente —respondió el camarada Rocco. Y sus grandes ojos azules mostraron la más pura inocencia, la honestidad de niño observando una pecera.

El congreso tuvo fuertes encontronazos entre la línea de masas y “todo el poder para los sóviets”. Los grupos de la UNAM se hacían pedazos. Pero, de forma sorpresiva, los delegados de toda la República mantenían la calma y ganaban las votaciones a favor de la Revolución Permanente. Comencé a sospechar que yo le había hecho su congreso nacional al POR (t), no debe uno olvidar la (t). Pero eso fue por mayo o junio de 1968.

El 26 de julio de ese año, de forma muy sospechosa, las autoridades de la ciudad permitieron dos manifestaciones simultáneas, mismo día y misma hora, cuando lo usual era que las prohibieran todas. Cuando los granaderos apalearon a los dos grupos de manifestantes, uno liderado por la corporación estudiantil del PRI en el Politécnico, y la otra por el PC, ya nadie volvió a recordar la UNER. Hace poco me la encontré citada por Gilberto Guevara y me puse a recordar su origen.

Rocco nunca me devolvió el favor, dicho sea ni tan de paso. Años después supe que había muerto en un accidente de auto allá en su tierra, Baja California.


Luis González de Alba. (RIP 2016_10_02) Escritor.

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