domingo, 31 de mayo de 2020

DE EPIDEMIAS Y VACUNAS:VIENE AL CASO…

                                             
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    Tenemos fundada certeza, avalada por el conocimiento histórico, de que, antes de la extinción del género humano, la ciencia le proporcionará el antídoto que habrá de poner a los supervivientes en condiciones de asumir la otra normalidad que espera detrás de la actual, fatal y totalmente imprevista calamidad.

   Sin embargo, llegado el momento de aplicar los nuevos elementos de protección contra la enfermedad, será preciso asumir otras prevenciones de las que seguramente el sector encargado de cuidar la salud personal y pública habrá de alertar con la debida oportunidad.

   Valga aquí expresar a los servidores todos de ese sector, el reconocimiento que debe merecernos su desprendida actitud frente a la crisis, con altruismo aun con riesgo de su propia seguridad, para proveernos los medios de sortearla de la mejor manera posible, como en la mayor parte de los casos ha ocurrido.

   La mejor prueba es que seguimos aquí.

   Viene al caso un acontecimiento de mediados del siglo XIX sudcaliforniano, en que el afán protagónico de un jefe político causó una tragedia mayor que el padecimiento que suponía combatir.

   Y es que el protagonismo de los funcionarios públicos les da para todo: inaugurar obras de todo tipo, propias o ajenas, coronar reinas, dar el pistoletazo de salida a torneos de pesca y muchas cosas más que hacen con dinero público, incluyendo, claro está, iniciar campañas en que se atreven a aplicar la vacuna respectiva a la primera inocente criatura que tan ingenua como comedidamente les acercan. 

   Ésta es una costumbre tan antigua en Baja California Sur, que de ella existe noticia desde 1844, año en que el coronel L. Maldonado se hizo cargo temporalmente de la jefatura política y de la comandancia militar. Fue tan breve su administración (entre las de Mariano Garfias y Francisco Palacios Miranda) que don Pablo L. Martínez la omite en su conocida obra, y apenas la hallamos consignada en los Apuntes históricos de Baja California, de don Manuel Clemente Rojo.

   Y he aquí una breve acotación para anunciar que el Instituto Sudcaliforniano de Cultura, por conducto de su departamento de Difusión Cultural, recién ha publicado y presentará la tercera edición que preparó este cronista de dicha obra, en cuanto las condiciones sanitarias lo hagan posible. Es un texto fundamental para entender, de la manera más amena, muchos aspectos de la vida peninsular californiana en una época interesante de su evolución, como todas las demás, que los devotos podrán disfrutar quizás antes de que termine esta primera mitad de 2020.

   El asunto es que, a principios de ese mismo 1844 se abatió sobre la población de La Paz una epidemia de viruela. El señor Maldonado mandó traer vacuna de Mazatlán y él mismo se puso a aplicarla, junto con el juez de primera instancia don Francisco Lebrija, a los vecinos que acudieron voluntaria y gustosamente para recibirla, con el resultado de que al poco tiempo éstos fueron atacados por la fatal enfermedad, y en vista de que los demás se rehusaron a recibir la inoculación, el gobernante hizo que se los llevaran a la fuerza, y así “los vacunaba y los despachaba para que fueran a morir a los pocos días después de la operación; no hubo uno solo que escapara...”

   El procedimiento era el siguiente: Los funcionarios ensartaban en una aguja gruesa un poco de algodón humedecido en el pus que supuestamente provocaría la inmunización y, acto seguido, “como quien cose un lienzo, pasaban esta aguja entre cuero y carne del vacunado; cortaban el pabilo dejándole la mecha adentro y, a los pocos días, alma a la eternidad.”

   El gobernador (1858) Ramón Navarro Castro, informante del señor Rojo, añade que “cuando comenzó la operación de la vacuna había en este puerto más de 600 almas, y después no quedaron arriba de 200.”

   Verdadera mortandad en que no estuvo incluido el señor Maldonado, hombre muy irascible, pues falleció al poco tiempo de “un accidente provocado por la misma cólera y cayó al suelo quedando muerto en el acto.”

   De manera que, en virtud de tan fatal experiencia, los servidores públicos harán bien en dejar toda labor relativa a la salud en manos de los directos responsables de atenderla, que son quienes saben hacer su trabajo, al margen de exhibicionismos y fotos para acompañar los boletines de prensa.

sábado, 30 de mayo de 2020

UNO DE LOS CUARENTA PLUS...



Fernando Quintero.

Sin más ancianos que cuidar que nosotros mismos , ni niños ni nadie más, Sthella y yo vamos navegando el calendario de estos mustios y demacrados días, siendo cada vez más eficientes y auto-suficientes para no salir de casa.
El virus nos cierra puertas pero por fortuna, nos deja la casa, el patio, las redes, libros e imaginación. Nos queda mucho mas por descubrir ahora que volteamos pa'dentro de nuestras casas y nosotros mismos. También desempolvamos nuestros "crayones", los que ya habíamos hace tiempo olvidado..... dibujar, pintar, escribir, sin hacer a un lado hobbies más mundanos: Carpintería y jardinería.
El patio y su jardín me justifican el día, aunque les dedique poco esfuerzo. De mis dos perros solo me queda uno. El otro, el perro mas bonito del mundo se murió poco antes de la pandemia. El otro existe simplemente. Come y duerme. No sale, como siguiendo las recomendaciones sanitarias de Gatell. Insomne que es, para nuestra fortuna, nos cuida de noche.

Los días de la semana se han desacomodado varias veces. Hemos tenido doble Lunes y perdido un Viernes. El Domingo pasado sin embargo, nos duró hasta el Martes de esta semana. Pero no importa realmente. Todos son iguales. Ya no hay box ni futbol. Por fortuna, Netflix siempre esta ahí, al rescate.

La hermosa bahía no espera a que la vea para amanecer y pintarse de colores. Se me adelanta frecuentemente. Sus "mañaneras" son bellas, elocuentes y hasta vanidosas...... me dejan con la foto en la memoria para ser borrada solo por el crepúsculo que a diario reclama su escenario. Pero hay de todo: Hoy por ejemplo, el mar no me dice nada. Escribo en su presencia y el también me ignora. Todo en exceso aburre y supongo, ya se aburrió de mi
El tiempo por su lado, se disloca de la vida. Impone su propio ritmo. Ya no se mueve igual. El tiempo es ahora espeso. Se arrastra perezoso, pegajoso. Me ignora indiferente mientras se derrama, lentamente. Atrapa las horas del cogote. A duras penas les exprime los minutos y para colmo, no me deja dormir.....

En el medio de esta pausa forzada, no puedo (podemos, supongo) evitar enterarme de las barrabasadas 4T. Pobre México. Siempre víctima de tontos, malos y locos. Esta pandemia además, vino a exacerbar la incompetencia de los que nos manejan. Si tan solo supieran lo que hacen tal vez se hubieran salvado muchas vidas.... y lo que sigue...
Y mientras se deslizaba este día entre ideas que van y vienen, con unas líneas de Octavio Paz y Juan Rulfo...uff! y con las imágenes del cielo y mar, me llega desde Arizona un vídeo de mi nieto Cerát, a sus 9 años cumplidos más fuerte que Hulk y más ágil que "Spiderman". Me llega también por separado un cuento escrito por mi hermosísima nieta Alexa, de 10 añitos. Me impresiona y sorprende felizmente.
Reproduzco un fragmento del primer capítulo de su incipiente obra, aún en su "taller mental" promete mucho para sus orgullosos padres y súper lurios abuelos:

" ...In a few minutes, the rain stopped falling from the gray faceless clouds
and the orange sky started to show its lovely colors from the mountains.... "

Me hicieron el día.....

En el mundo material, fuera de este surrealismo ya cotidiano, trato de acomodar las piezas de nuestro pasado inmediato -casi presente- con lo que viene. La incertidumbre del futuro y nuestras dudas, supongo son el común denominador para muchos. Será diferente, mas restrictivo y nó el que les habíamos prometido a los niños. Alguien por ahí dijo que el futuro ya no es como antes.... Volveremos a ser -comportarnos- como antes? No lo creo. Ya se deja sentir una nueva exigencia en nuestro medio social: A todos se nos va exigir en mayor o menor medida, ser "Sanitariamente Correctos". Nueva etiqueta social que habremos de adoptar y nos va a unir o separar según el grado de seriedad con que se tome.
Por otro lado, percibo de los exaltados y oportunistas ataques en todos los terrenos: Político, financiero, religioso... cada quien lleva agua a su molino. Pero, hay culpas que repartir o solo este virus es nuestro porque si? Acaso no es el morir algo natural y el virus de moda el protagonista de ésta histórica escena? Claro. También es natural defenderse y sobrevivir y en esas nos vemos y algunos tal vez nos vamos.
Lo que si me queda claro es que por dinero y ganancia política -mal calculada- han muerto y morirán muchos.




°Fernando QUINTERO. Hughes Airwest. Howard Hughes compró Airwest y le puso su nombre.
Yo entré en el 71 aquí como agente de operaciones. Me promovieron a spvr, subgerente, gerente. De La Paz a Mazatlán, Guaymas, Pto Vallarta, Las Vegas NV, Phoenix AZ, y me jubilé en Los Angeles CA en el 2005.
Creo me puedes identificar como "Pateperro" 🤣

...Todo está bajo control….






Juan José Reyes

Confinamiento. Siempre he asociado la palabra a la cárcel, al encierro, a ser víctima de una acción punitiva. ¿Es qué hicimos algo para merecerlo tantos millones en el mundo, tantos tan distintos unos de otros, a veces tan opuestos? Por más que hayamos llegado a la era de la globalización los exdefeños somos tan diferentes como siempre o casi de los pequineses, o inclusive de los jarochos o los tijuanenses. Lo malo que habríamos hecho radicaría en una práctica más o menos común, y no en los usos y costumbres de cada uno de los pueblos. Y éste, a no dudar, es un buen punto para los fervientes reivindicadores de los llamados pueblos originarios, es decir para los que piensan que el tiempo de la Historia se ha detenido sólo para que ellos vuelvan a echarlo a andar. ¿Cómo a saber? Lo que subyace a esta idea es de veras una simpleza: la culpa sería del progreso, o, dicho con la terminología en boga, del neoliberalismo. En el fondo de esta noción no está más que aquel decir soltado en una de las conferencias diarias matutinas: la pandemia le habría venido “como anillo al dedo” a los que pugnan por meter reversa, por retrasar el reloj histórico. Por querer adelantarlo, se pensaría, nos hemos ganado nuestra pena. Enfermedad y muerte, y por lo pronto encierro, miedo, parálisis, cautela llevada hasta los planos de la neurosis.
Hoy mejor que nunca venimos a saber que, como quería el astuto Jean-Paul Sartre, el infierno son los otros. Lo sabemos porque, razonables, acatando la orden del instinto, nos hemos “quedado en casa”. Obedecemos al que manda: un verdugo a la espera del menor descuido, del más leve parpadeo, atento a la distracción o al vano desafío. Quien no pudo ver desde el principio el filo de la guillotina probablemente lo habrá pagado, en su propio cuerpo o en el de algún desconocido o el de algún otro tal vez muy próximo. El verdugo —hemos podido darnos cuenta— actúa valido de su nanométrica dimensión, de su acción tumultuaria y sorda y del disfraz que lo arropa y lo sitúa en una zona de nadie que puede ser de todo el mundo. Se monta en uno y desde ahí acomete, ataca letalmente. Todo lo demás ocurre velozmente. De una orilla a la otra, de la vida frágil que viven los que se sienten sin cesar inmortales a los metálicos avisos de la muerte que de pronto todo lo suspenden, no pasan más que unas horas. Y todo es inexplicable y cruel, vacío, desprovisto de cualquier sentido. ¿De qué tuvo la culpa quién? En esta verdadera nueva normalidad definitiva cada uno puede ser el vehículo mortuorio, el transmisor, la fuente de contagio. Cada uno es una amenaza, el cómplice del verdugo, su aliado satisfecho, el sobreviviente que nunca abandonará la sospecha de su malignidad. El confinamiento nos recuerda que si un orgullo hay en la hora final de los demás es el orgullo del que persevera y permanece. Ser significa, en el final de toda cuenta, el triunfo del instinto y la confirmación de una superioridad. Nadie más inferior, más que el muerto, que el enfermo. Confinado, penitente, no poseo la beatífica sonrisa de Dios sino que en cambio trazo la mueca fría de un diablo en el ardiente infierno.
El confinamiento actual, como a los presos por haber violado las leyes, nos hace extrañar la normalidad, el curso conocido de los días que recorremos a empellones, con tropiezos o la fluidez que nuestros recursos puedan darnos. Nos recuerda a su vez el encierro que no tiene para cuándo que la ‘normalidad’ no es más que un concepto que ha de acomodarse según de dónde venga y de qué colores vista. Mi ‘normalidad’ es diferente de la que sufre o goza mi paisano avecindado en La Paz, por ejemplo, por el solo hecho del sol, la brisa y los paisajes. Pero también es diferente de la ‘normalidad’ de mi vecino de aquí al lado, tan silencioso, tan metido en quién sabe qué rutina de entradas y salidas a destiempo. Con él comparto escaleras, algún esporádico saludo y, sobre todo, una ciudad, unas calles en las que nunca nos topamos (por fortuna para ambos, quiero suponer) y poblada con las presencias consabidas: las aglomeraciones, los atascos, las sensaciones reiteradas del peligro, la percepción de que hay miradas que todo lo registran, el registro de mensajes que ordenan nuestras marchas. Ahora todos, aquí en el exdf y en La Paz o Guanajuato o Huatabampo o Macuspana, ay, nos aprestamos a navegar en los nuevos cauces de una ‘normalidad’ que nos pilla desarmados, que muy en especial nos forzará a cumplir novedosas disciplinas mínimas y naturalmente contrarias al flujo natural de nuestro natural estar en el mundo. ¿Natural? se me me dirá. ¿No es que nuestros hábitos más comunes obedecen a largos procesos culturales, creados durante siglos, arrastrados con fuerza hasta generar tanta energía que les dan una apariencia, y sólo una apariencia, de naturalidad? Sabremos que no. Que la convivencia con los otros hará que se alteren nuestras respiraciones que andemos menos como humanos que como canes recelosos, embozados en aras de la propia protección y como señal de que cada uno es un ente peligroso.
Confinados, estamos a la espera. El mundo entero se nos presenta como un espejismo quebradizo y cada uno de sus trozos refleja figuras en las que todo reconocimiento —¿de qué?, ¿de quiénes?, ¿de qué tiempos y cosas?— resulta impracticable. Somos ya el fantasma del espectro que seremos, las víctimas, los pecadores sin arrepentimiento que ignoran la sustancia y los vacíos de sus ofensas y sus deudas. Pondremos nuestras manos, nuestros brazos, nuestros rostros a disposición de toda forma de escrutinio. No dejaremos la sospecha ni —lo peor tal vez— la resignación. Hemos entrado ya en cura, en perpetua precaución, en limpieza perenne. ¿De qué y ante quién nos confesamos? ¿En qué fallas hemos incurrido? Vemos con azoro que las preguntas, tal vez tácitas, informuladas, circulan lo mismo en la casa propia que en cualquier otro rincón del planeta infestado de mal y de zozobras. Delante de nosotros por lo demás está la realidad dura imperturbable, que no hace más que taladrar los huecos, ahondar las fosas que aguardan a víctimas anónimas que serán los desconocidos muertos de la noche. Nada esperamos, salvo lo incierto.
No tardarán en asentar en actas el nombre de los auténticos culpables: los fabricantes del Progreso, del crecimiento —que no del desarrollo, que no del bienestar —. A la calamidad sanitaria hay que sumar el quebranto financiero, el desplome del empleo, el hundimiento del comercio. El hambre y su agua vacía. Nunca como ahora, se dirá, podrán verse los efectos de la desigualdad y los afanes de quienes no se han conformado de los lujos. Ya se ha recordado: “Que nadie tenga lo superfluo mientras haya quienes carecen de lo básico” (cito de memoria, claramente). Conformémonos con lo indispensable, y más ahora en que lo necesario será establecido por la autoridad austera que lanza sus dicterios desde la modestia de un Palacio y no pocas posesiones en el trópico. La dieta alimentaria, los hábitos de consumo, la dulce y frágil tentación del consumo: todo bajo control. En el fondo puede avizorarse el renacimiento de una nostalgia que no dejará de ser estéril. ¿Una vuelta a la naturaleza? Lo que se hace evidente es sobre todo una contradicción: el poder quiere mesura mientras se afana en salvarse mediante un recurso supremo de la globalización: el reforzamiento del tratado comercial con los vecinos norteños, los cuales, por lo demás, vieron nacer y fracasar hace unas décadas a los hippies, personajes más dados a la estupefacción que a la acción creadora. Si no al tiempo sin medida del Buen Salvaje que imaginó Rousseau, no falta quien, desde una cúspide dorada y de chatas perspectivas, quien quiere volver a un improbable siglo XIX, con todo y su carruaje que recorre todo el territorio en busca del pueblo sabio y bueno que cada vez más empalidece.
Confinados, hemos de inventar el tiempo. El universo cibernético ha de ser el de más numerosas procuraciones, horas y horas de intercambio de ocurrencias, buenos deseos, bendiciones, denuestos y alabanzas, homenajes, fingimientos de trabajos continuados en virtud del ejercicio de un sentido de la responsabilidad que tantas veces no alcanza siquiera el plano de la simulación, educación a distancia (de todo aprendizaje). Mediante las computadoras a la vez, no todo es de tan infecunda banalidad, pueden verse películas y filmaciones de hechos y obras que uno pudo disfrutar o imaginar en el pasado: partidos de beisbol, de futbol, peleas de box, grandes faenas en las plazas de hermosos soles. Y, ya fuera de este mundo tecnológico, puede uno darle horas y horas a los libros. Como yo, que ahora mismo salgo de aquí para proseguir en las páginas de una gran novela.



viernes, 29 de mayo de 2020

A dónde van los muertos


Armando Alanís

29 de mayo: 9,044 muertes registradas en México por el Covid-19. Pueden ser más, el triple o más… Me pierdo sin remedio en la selva de números, gráficas,  porcentajes. Llevamos  dos meses y algunos días en confinamiento. Puedo considerarme un privilegiado porque tengo casa propia –departamento, que es lo mismo–, familia, gente a la que quiero y que me quiere, comida que llevarme a la boca. Hasta puedo darme algún lujo, como comprar cervezas artesanales en La Naval, a menos de una cuadra. Voy con mi cubrebocas; no dejan entrar al que no lo lleve. Me dirijo a buen tranco a los refris que están al fondo y elijo dos o tres botellas de cerveza artesanal. Queso, aceitunas, papas fritas. Regreso a casa.

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Ayer fui al banco. Una sucursal de Santander. Todos embozados, hasta las cajeras. Como delincuentes.

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¿Cómo empezó esto? Recuerdo los primeros memes en Facebook: ampolletas de cerveza Corona. En China, muy lejos de nuestro país, se había detectado el brote de un nuevo virus. Un nuevo Coronavirus. Yo al principio oía las noticias sobre esta pandemia y las muertes que dejaba a su paso como una amenaza que no podía afectarme. El primer caso se reportó en diciembre del año pasado en Wuhan. Primera vez que oía hablar de esa ciudad. Pronto surgieron teorías: el virus había sido transmitido por un murciélago. El murciélago caga sobre los sembrados, el pangolín entra en contacto con el excremento y los asiáticos se comen el pangolín y se infectan… El virus, aseguraban otros, fue creado en un laboratorio por humanos enemigos de los humanos o por mero accidente… O lo esparcen desde aviones para controlar la sobrepoblación…  El chino que lo descubrió murió infectado. El virus se convirtió en un fantasma que recorrió Europa más aprisa que el comunismo. De Europa brincó a Estados Unidos y de Estados Unidos a México. Está en los cinco continentes.

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No lo creía a pesar de las advertencias. No lo creía nadie. Seguro que no sería tan grave. Eso pensaban muchos. Por eso el bicho nos agarró desprevenidos. Contó con el factor sorpresa. Aquí y en todas partes. Miles de muertos en Italia, España, Francia y otros países. Miles de muertos en Estados Unidos. Miles de muertos en Rusia. Miles de muertos en México, en centro y Sudamérica. No estábamos preparados.

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En la universidad en la que soy profe de tiempo completo circuló en marzo un comunicado. Se tomaban medidas preventivas: se garantizaba que habría jabón y papel higiénico, todos los días, en los baños (sic). Las clases presenciales continuaban mientras no hubiera otras disposiciones por parte de las autoridades sanitarias. Dos días después llegó otro comunicado: se suspendían las clases presenciales. En adelante, deberíamos atender a nuestros estudiantes por medios electrónicos. El jueves 19 de marzo ya no me presenté en el plantel de San Lorenzo Tezonco. El lunes 23 se cerraron todos los planteles.

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Tenía cita con un alumno en mi cubículo, para platicar sobre su libro en preparación, con el que espera, además, recibirse. Le escribí: no podría trasladarme a la Universidad, pero nos encontraríamos en un Sanborns. ¿Su libro? Crónicas sobre gente de la ciudad, que ejerce oficios precarios: organilleras, pulqueros, vendedores de algodones de azúcar, globeras… ¿Qué habrá sido de ellos en estos días de epidemia? Estarán sin chamba, sin ingresos. Como tantos mexicanos.

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En la mitad de los gabinetes y mesas había un letrero: “Disculpe la molestia: mesa deshabilitada.” Pocos parroquianos. Las meseras no querían acercarse, y eso que me conocen muy bien. Soy cliente frecuente. Me llaman “profe” porque me ven con mi laptop, mis libros y papeles. Ahora tenían miedo. No querían ser contagiadas, qué tal si yo o mi alumno estábamos infectados. Dos días después, ya no había servicio en mesas. No había tampoco servicio en la tienda, salvo en la farmacia.

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Pronto todo estaba cerrado: centros comerciales, tiendas, bares, gimnasios, cafés, restaurantes… Los cafés y restaurantes ofrecían sus productos para llevar. No puedes entrar y sentarte en una mesa. Empezó el aviso, que se repite y se repite: si no es necesario que salgas, ¡quédate en casa! Muchos no pueden hacer eso: tienen que seguir trabajando, tienen que subirse todos los días al metro, al Metrobús. Otros, como yo, sí podemos quedarnos. La quincena llega puntual a mi cuenta, y todo lo que tengo que hacer es acudir a un cajero. Eso sí, con cubrebocas. Sana distancia. Gel antibacterial.

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Susana y yo nos la pasamos encerrados. Salimos una o dos veces cada día: para ir al súper y estirar un poco las piernas en el camellón de la avenida Ámsterdam y en calles aledañas. No hay tantos autos ni tanta gente como antes, pero sí la hay porque en estos últimos días se ha relajado la cuarentena. No todos los peatones usan cubrebocas. Todavía hay gente que no cree que sea cierto lo del Coronavirus. Otros sí creen, pero se comportan como si no supieran o no se acordaran: organizan fiestas los fines de semana, se reúnen para festejar. ¿Festejar qué?

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Los síntomas del Covid-19 son parecidos a los de la gripa o resfriado, aunque pueden complicarse con rapidez: tos, fiebre, dolor de cabeza, dificultad para respirar, dolor muscular, neumonía… Despiertas una mañana con algo de tos. Como que te duele la cabeza. Piensas que ya te contagiaste. Pero te bañas, te reanimas y te das cuenta de que no te has contagiado aunque hayas salido a dar la vuelta al óvalo de Ámsterdam y te hayas topado con corredores sin cubrebocas. La muerte por Covid-19 es horrible: mueres asfixiado. Hay respiradores artificiales en los hospitales, pero no son suficientes. Los hospitales están desbordados, llenos a su máxima capacidad. No hay camas. O hay pocas camas y a ver si alcanzas alguna. A ver si te atienden con prontitud cuando llegues al hospital con los síntomas. Mejor no enfermarte. Mejor no contagiarte. Quédate en casa, lávate las manos. Nos resignamos al encierro domiciliario y nos lavamos las manos o nos untamos gel cuatro o cinco veces al día. Yo nomás salgo un ratito. Qué tanto es tantito, decía mi tocayo Armando Ramírez, el autor de Chin Chin el teporocho. Eso sí: sana distancia. Cuando veo acercarse a un corredor sin tapabocas, le saco la vuelta, dejo el camellón y camino por la acera. Ahí viene una chava sin cubrebocas, oyendo sus canciones y tarareando la letra como si nada pasara. Pinche gente inconsciente, sin criterio. Los hay.

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Mantenemos contacto con nuestros tres hijos. Han venido a casa con su cubrebocas, pero por separado. Armando se trajo sus aparatos de música, se encerró en un cuarto y se puso a grabar. Es DJ. Se ha presentado en varios lugares y sus creaciones tienen éxito en el feis. Susy no ha venido a la casa, pero nosotros sí la hemos buscado en su edificio. Nos vemos abajo,  vamos por un café que nos tomamos en algún camellón. Platicamos un poco. Mi hijo menor, que ya no es tan menor –29 años–, vino ayer, comió con nosotros y nos acompañó parte de la tarde. Antes de que anocheciera, regresó a su casa en un DiDi, con el cubrebocas. Ninguno de nosotros está contagiado. Hemos tenido suerte. Hasta ahora.

***

Duermo tarde, despierto temprano. Pero es común que pase toda la noche en vela. Si me animo, leo un libro; si no, nado en el feis. Quién sabe qué sería de nosotros sin las redes sociales. A mí no me parecen ni tan perniciosas ni tan frívolas como opinan otros, que también las usan. De acuerdo, se da voz a los idiotas y se escriben mucha frivolidades. Abundan los memes y chistes, y no todos son tan ingeniosos. Pero también hay análisis serios, comentarios inteligentes. Para bien y para mal, las redes sociales son propias del tiempo que nos tocó vivir. Estamos comunicados unos con otros, en contacto constante. Aquí y en China. Por eso podemos seguir el desarrollo de la pandemia en tiempo real, aunque la información que nos llega de muchas fuentes sea confusa, contradictoria, y ya no sepamos ni qué pensar. En algo coinciden todos: va para largo. La pandemia seguirá. El virus llegó para quedarse. El confinamiento, no. Imposible mantener estancadas las actividades económicas. Con restricciones, volverán a abrir los centros comerciales, las tiendas, los cines, los gimnasios, los restaurantes, los antros… Los deportes regresarán. Podremos ver, otra vez, el fut, el beis, peleas de box y lucha libre. Sin público.

***

Hago ejercicio todos los días: bicicleta fija, pesas, lagartijas, rodillo. Rounds de sombra. Me baño, me arreglo. Desayuno. Reviso trabajos de los alumnos, escribo, leo, divago. Salgo un par de veces, ya lo confesé: al súper y a estirar las piernas. Estirar la pata, se decía antes cuando alguien se despedía de este mundo. Ahora, los usuarios del feis hablan de un misterioso viaje. Buen viaje, se le desea a la persona que se muere por Covid-19 o por cualquier otra causa. Un viaje al infinito y más allá. Un viaje a quién sabe qué destino. A dónde van los muertos, quién sabe a dónde irán.






Imágenes de la plaga



Fernando Martín

En un titular pequeño de algún diario vi la noticia: en una ciudad china cĺundía la alarma al extenderse una plaga causada por un virus desconocido. No entré a ver los detalles de la información y puse en el archivo de mi memoria el dato. Dos días después, de nuevo en un despacho noticioso de escasa monta, me topé con la primera cifra de enfermos. No pasaría mucho para que comenzaran a circular los números mortuorios en la pantalla que ahora mismo registra el trazo de estas líneas. Ah, carajo. Era diciembre, y como China queda muy lejos quise no preocuparme demasiado.
Comenzó este 2020 y noté que a mucha gente le gustaba esta reiteración. Como si las dos decenas repetidas fueran a traernos, a cada uno y a todos juntos, buena suerte. Las novedades políticas y las económicas de inmediato me pusieron aparte de cualquier optimismo. Ya había comenzado yo a ver cómo mis íntimos augurios se cumplían al pie de la letra, cómo el desastre había arribado para quedarse un buen (mal) tiempo: demagogia, hipocresía, programas que no le arreglaban la vida a nadie y que a la vez lastimaban la de millones, altanería, soberbia, mentiras, desprecio. El país se establecía en un mundo puesto de cabeza: los ‘reaccionarios’ eran los de avanzada y los verdaderos conservadores querían establecerse a la zaga, tan atrás que sus modelos (morales, políticos, económicos) parecían sustraídos del siglo XIX y de las décadas intermedias del XX. ¿Quién iba a acordarse de la epidemia china?
El último sábado de diciembre comimos una buena pasta Patricia  y yo en un breve restaurante de la calle de las Vizcaínas. Habíamos ido a una exposición de objetos varios rusos que resultó un auténtico fraude (lo mejor eran unos platillos oaxaqueños y unas nieves, cuyo origen muy probablemente no estaba en la tierra de Dostoievski). Por esas fechas, un poquito después, comenzó a hablarse en el país de la epidemia, cuyo lexema ya había cambiado: se trataba en realidad de una pandemia hecha y derecha que había traspuesto ya la muralla y empezado a golpear a otras naciones de Asia y ¡a Italia! Este último nombre despertó en mí una angustia que ni un día me ha abandonado. Italia está muy lejos, mas no tanto como el lejano oriente, y —puestos en esa situación en que se mezclan el miedo y la tentación mágica— a los italianos podemos verlos y sentirlos como hombres y mujeres más que conocidos, los queremos, los admiramos, los entendemos. Si enferman y mueren en Italia podemos enfermar y morir en la Colonia Roma, evocando a Sophia Loren, recordando a Cesare Pavese, soñando con un gol de Bruno Conti. Aquella nuestra comida italiana sería la última que disfrutaríamos en el querido centro chilango.
Aparecería por esos días el doctor de la tele, un extraño personaje, con aspecto y voz más de fifí que de súbdito del líder de la cuatroté y Presidente de la República. A una pésima sintaxis el doctor de la tele sumó una dicción correcta y cierta vehemencia persuasiva. Compareciendo en las mañanas no tardó nada en eclipsar a su jefe de jefes, a grado tal que pareció un Pericles redivivo: el mérito único de sus palabras —la fluidez de su encadenamiento— hizo un excesivo contraste con la tortuosidad de la estrella mayor de la función. Principiaría de este modo el programa diario de las siete de la tarde: una hora completita de lunes a lunes, de la que nada claro ha podido brotar. Cada fecha prevista ha sufrido el trance del aplazamiento; cada cifra puesta en gráficas ha sido reducida a cálculo aproximado, cuando no a mera tentativa provisoria, lo que en voz del gobierno no quiere decir más que franca mentira. El doctor de la tele mientras tanto fue escalando: su appeal sería raudamente aprovechado por los publicistas de la cuatroté, quienes lanzaron a sus voceros (aquellos “intelectuales” que sin el gobierno detrás no alcanzarían ni cargos ni tiempos ni espacios en ningún medio) en su defensa, mediante la alabanza y el uso de ciertas palabras que creyeron de efecto contundente: ‘técnico’, ‘científico’. Pataleando en el cieno de las cifras y los vagos pronósticos, el doctor de la tele se convirtió en el amo de lo etéreo y de la contradicción, mientras sus protectores hallaban en él su tabla de salvación, el “experto” que todo lo aclararía precisamente porque sus datos eran inexactos y sus razonamientos falaces. El público, por su parte, desde el principio aprendió a quedarse nada más con el encabezado de las informaciones: “Quédate en casa”, orden, ruego, recomendación, eslogan, estribillo de una campaña que encontraba en esas tres palabras su razón de ser.
Las autoridades temieron más a los negativos efectos políticos y económicos acompañantes de la plaga que a las enfermedades y las muertes que ésta traía bajo millones de disfraces. Fue notable su actitud defensiva, tanto como la que ha empleado el régimen desde que, de acuerdo con la austeridad, se instaló en las modestas habitaciones del Palacio Nacional. Defender es atacar. Cuando un periodista (me parece que el fifí López Dóriga) tuvo una pifia y difundió la muerte de un contagiado sobreviviente, el propio Jefe Máximo se refirió al asunto como si se hubiese tratado de una asonada en contra de las instituciones del país. Mientras el equipo que coordina el doctor de la tele omite diariamente la mención de la cifra real de muertes (rebajándola por cientos o por miles), un comunicador se apresura erróneamente y la cuatroté entera se lanza en contra suya como si la equivocación pudiera tener consecuencias de peso. El Jefe Máximo prosiguió su enconada batalla frente a denodados y presuntamente poderosísimos molinos de viento, al tiempo que olvidaba o desdeñaba a un enemigo real: la pandemia misma, que sirvió en un principio para que la incuestionada fuerza de la figura presidencial entre bromas y veras hiciera alarde de su invencible posición. El doctor de la tele, entre sonrisas beatíficas y una serenidad lamentablemente mal fingida, se afanaba entonces por fantasear razones de la sinrazón, la supertición y la farsa. Al cabo estamos en Palacio Nacional, fuente misma de la Única Verdad.
Por sus lados, que son todos, los nanovirus avanzaban, y por más que hubiera gente que negaba su existencia (prueba, como si falta hiciera, de la extraña proclividad mexicana a negarlo todo, y muy en especial lo más evidente), la mayoría decidió mantenerse bien pertrechada, cumplir las consignas cautelares, apelar al animal instinto de conservación. Luego de haber dicho en tono enfático y desde una sonrisa que parece una mueca de burla cínica, el Jefe hubo de rectificar. Abandonó los abrazos y los besos, los baños tórridos del amantísimo pueblo desbordado, los masivos estallidos de júbilo, de esperanza incontenida, las comelitonas en las fondas del camino. Puso en el olvido los encuentros agendados o imprevistos, como aquel del que quisieron aprovecharse los conservadores sucedido en la sierra sinaloense con la madre de un célebre criminal. Se allanó, pues, a la evidencia, convencido de que no era un asunto menor la amenaza que se cernía frente a sus planes.
Hubo que hacer números. Cuántos hospitales, cuántas camas, cuántos insumos, cuánto personal. Lo básico: cuánto dinero. La tijera —hasta hace no muchos años un instrumento consentido y propio de los gobiernos neoliberales— se despojó de su mascarilla y se puso en el mero centro del plan de emergencia fraguado en defensa de los programas asistenciales que mediante becas y otras dádivas aseguran voluntades y  cruces morenas en las boletas. La tijera cambió de nombre. Pasó a ser ‘austeridad’ y a apellidarse ‘republicana’. Halló un ancestro ilustre: nada menos que Benito Juárez (quien había enfrentado la invasión del más poderoso ejército de su tiempo, el enorme poderío del clero y la oposición de los auténticos conservadores, y gobernó, hasta inclusive reelegirse, un país sumido en la miseria desde una plena bancarrota). Reaparecieron entonces otras expresiones: ‘apretarse el cinturón’, ‘la solidaridad del pueblo’, ‘el gran valor de la gran familia mexicana’. Con la plaga sanitaria vino la plaga de una retórica no por manida menos eficaz. Lo cierto es que aquel pueblo y aquellas familias no merecían aquel castigo.
Una palabra especialmente puede resumir lo que acontece: incertidumbre. Lo único indudable es que el virus enferma y no en pocos casos mata; que nadie puede descuidarse; que el confinamiento reúne tramos de angustia y parcelas de descanso productivo; que la educación a distancia, en el país y según todo testimonio, no sirve más que para cubrir expedientes de políticos y para nutrir los cárdex de los inscritos; que el calor del hogar sube a menudo a temperaturas tales que los hombres prodigan la violencia en contra de las mujeres con las que cohabitan (aunque trate de ocultarse en los días que corren el acentuamiento de esta radical tara de la sociedad mexicana, de este ‘pueblo sabio y bueno’); que la neurosis crece como la plaga alterna… Nadie sabe cuándo terminará todo esto, y ni siquiera qué es lo que sigue. Las mismas autoridades dicen y se desdicen. Piden, ordenan, prohíben y amenazan. En realidad en la Ciudad de México cada quien hace lo que quiere, y que ha primado el buen sentido. En realidad también se sabe que la parálisis de la economía no puede persistir. Ante ello el gobierno se angustia y trata de enmascarar su angustia. Finge y adopta el engaño, el ardid político: el propio Jefe, con las debidas precauciones y con el visto bueno del doctor de la tele, tiene que ser, según él y ya ni modo, el motor que haga posible la reanudación, el factótum de la recuperación, el salvador de la patria mexicana. ¿El modo (que no “el modito”)? Poner en marcha los trabajos de uno de sus programas monumentales más impugnados por los más diversos grupos desobedientes: las obras del Tren Maya, un programa de corte neoliberal (si una, la del turismo es una práctica, una industria de este orden).

Y están, en el centro de la incertidumbre, los muertos y su aniquilación definitiva. Morir en estos tiempos se ha vuelto, en el México del “Lo lamento mucho”, significa una vergüenza; es un hecho que no merece más que el anonimato, el desecho y el olvido fulminante. Bien hizo el New York Times al poblar su portada de su edición de uno de estos días con los nombres y los nombres y los nombres de las víctimas habida en aquella ciudad oriental de Estados Unidos. En nuestra patria, ante aquel acto de mínima justicia, sólo ha habido silencio. Las autoridades continúan en busca de explicaciones de sus sinrazones y el pueblo se entretiene en lamentos serios nunca atendidos.
Qué solos se quedan los muertos, exclamó el poeta. Y qué solos estamos los vivos. Más solos que nunca, delante de los sueños de los que nos quieren miserables,



jueves, 28 de mayo de 2020

crónicas de mi cuarentena.


José Luis Kato Lizardi


Siempre supuse que las cuarentenas eran temas de las películas o libros, algo lejano que difícilmente podría pasar por ello, ahora con más de 2 meses de una semi reclusión,  la cuarentena es toda una realidad.
Al inicio de esta emergencia pensaba como todo mundo: será cosa de 1 mes  regresar a lo nuestro, tan solo unos días; hoy no sabemos en qué vaya a parar esta emergencia.
Recuerdo en febrero que hacia bromas con los amigos. Ah estos Chinos que se comieron el murciélago están pagando las consecuencias. Ahora me doy auto terapia: Esto pasará, esto pasará.
Todos los días inicio muy temprano a eso de las 5, pues el sueño es uno de las primeros problemas que arroja estar en casa recluido .

Con el riguroso café negro inicio mi rutina , primero pensar unos 5 minutos de los pendientes del día, casi todos virtuales o telefónicos, después agarro mi celular  y a leer las noticias siempre pensando : ¿y ahora con qué sorpresita nos va salir el presidente?

Después de hacer algo de ejercicio estamos listos para iniciar nuestro Home office como se dice la juerga actual.
Si hay que salir a las compras pues temprano para estar  listos para la comida; en las tardes acomodamos el chat, el Nexflit y todo el esparcimiento; tengo la fortuna de contar con mi espacio,  mi biblioteca que se ha convertido en mi oficina, estudio, sala de conferencias.
Ya en la noche con todos en casa  platicamos lo del día y a desvelarse con una película o un libro.

Lo malo de la cuarentena.

Para una persona como yo pata de perro, acostumbrado a moverse desde temprano por trabajo o por grilla, visitar las ciudades del estado, de pronto recluirse en su casa y salir nada más a lo básico es una dura prueba.

Una ciudad como Tijuana que tiene mucha vida social, que cuenta con un sector gastronómico de primer nivel , una ciudad donde miles viven aquí pero trabajan en San Diego , donde el que no trabaja es porque no quiere( por algo en Mexicali nos dicen chilangos light), es difícil ponerla en cuarentena.
Pero quizás lo peor es no poder socializar con los amigos y parientes, no celebrar cumpleaños en casa -son 2 a hasta la fecha.
Este encierro parcial ha trastocado nuestros horarios y  el primer afectado es el sueño . Uno se desvela prácticamente todos los días  y lo peor de todo es la incertidumbre de cuándo terminara todo esto, con tanta información uno se intoxica.

Lo bueno de la cuarentena.

Hay un dicho que dice nunca desaproveches una crisis.

Pues sí, de esta crisis estoy sacando cosas positivas, la primera es que estoy aprendiendo a cocinar: se queman los frijoles pero se pueden comer para asombro de mis hijas.
Las personas de la generación de la televisión, como yo, no estamos acostumbrados a ser tan virtuales, peron el encierro y la flojera de hacer colas en los bancos me han obligado a usar las herramientas digitales  para pagos, compras, uso de las plataforma etc.

La otra cuestión positiva es sin duda de poder platicar más con la familia. En la antigua normalidad era difícil por las prisas y horarios de trabajo.

Por la tarde, qué mejor que una copa de vino con un buen libro.  Un buen hábito para poder dormir.

Lo feo de la cuarentena.

Mi familia podría  decir que somos sobrevivientes del covid19, pues mi esposa Lorena se infectó.
Aunque los síntomas no fueron tan fuertes significo un aislamiento de 20 días con todo lo que significa e increíblemente ninguna persona del resto de la familia se contagió, a puro paracetamol y agua salimos adelante hasta que la segunda prueba salió negativa.
Lo peor de esto fue la incertidumbre,  los primeros días del aislamiento, saber todos los efectos en la salud de los miles de afectados en todo el mundo nos dio temor.
Esperamos que estar cerca de una persona que venció al virus nos de la inmunidad de rebaño o como se diga.

En fin, no queda otra que reflexionar que esto sin dudad pasará.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Desde mi cuarentena


No imaginé trabajar desde casa. De hecho, siempre he pensado que lo mío, es salir de casa a mi trabajo, esa es parte de mi rutina, de hacer el día variado, de inyectarle la convivencia con mis compañeros de trabajo, disfrutar el traslado y saber que regresar a casa con mi familia, era el moño de oro de cada día.
Tampoco imaginé vivir una pandemia. Y ahora, trabajo desde casa, con un horario desordenado y sintiendo que todo el día estoy en lo mismo. La parte bella de estar horas enteras en casa, pensando a veces que el viernes es sábado, me trae la alegría de tener a mis muchachos todo el tiempo, a la vista.

 En sus habitaciones y yo en mi mesa de trabajo, pero están ahí, a pasitos de mí. Me dolía de estar llegando a esa fecha en que mi hijo mayor se iría de casa a continuar sus estudios universitarios. Sentía que no lo había abrazado lo suficiente, y que 18 años aquí conmigo se volvían pocos.

 ¡Ah! Covid19, te agradezco que me dejaras estar con mis muchachos, así como hemos estado. Por lo demás, subir los kilos que mis muchachos no suben con todo lo que se comen, ha sido el “pero” en todo esto. No hemos barrido mucho, no hemos trapeado tanto, pero la cocina se ha desquitado triplicando lo que lavar que ya mis manos ni se resecan. Nuestro jardín agradecido, nos ha regalado sus flores.

Lo hemos visto renacer en esta temporada de primavera y de los árboles existentes hemos hecho nuevos. Los vecinos de lejos, sin cambio. Lamento no haber logrado un grupo participativo entre nosotros como vecinos, ni para los demás. Pero siempre hay a quien sumarse para apoyar a los que nos necesitan.

 ¡Y las mándalas! Me he entretenido poniéndoles color, y durante el proceso, he hecho y deshecho planes. He recordado proyectos abandonados y de pronto he dejado los colores a un lado para enviar un saludo a los que están lejos y con quienes nos comunicamos poco, para asegurarnos que están bien, pues ahora más que nunca es el momento de mostrar el afecto que les tenemos y que están en nuestro pensamiento.

También de tanto en tanto, la gente que está en mi corazón, me deja saber de ellos. Y la saga Star Wars no se me escapó. Pasando por alto los extraterrestres, disfruté mucho todas las películas en el orden indicado por mi hijo mayor y con datos importantes aportados por él. ¡Cómo sabe, este muchacho!, ¡no sé cómo se aprende tanto nombre raro de personajes, planetas, posturas de luchas, y demás… espero que algún día conozca así la historia de México!

Hemos sido afortunados estos días. Mis padres octogenarios están bien de salud, hago sus compras y los veo a través de la reja cuando les entrego su pedido. Sigo teniendo mi trabajo, mi horario en casa, aunque desordenado, es dichoso para mí y mi pequeña familia. No tengo de qué quejarme. La salud está con nosotros y la seguridad de un empleo. No todos pueden contar una historia así.

Nuestro Loreto, la Capital Histórica de las Californias, ya antes había visto días muy solos, y estos, los del COVID19. Saberlo sin movimiento, sin economía activa, es un dardo al corazón. Nos lastima a todos de distintas formas, pero algunos están más golpeados que siempre.

 Me pregunto cómo será la nueva normalidad en un Loreto turístico. Me cuesta pensar que podamos ser capaces de vivir en la sana distancia por algún tiempo, y me parece, que son muchas tareas las que sacar adelante, ninguna menos importante que otra.

 Con un gobierno municipal incapaz de haber resuelto inteligentemente lo que en mejores épocas eran nuestros peores problemas. Con elecciones “borrones y cuentas nuevas” a la vuelta de la esquina, mi optimismo resbala incesantemente.

A los cuantos años de vida municipal, ¿aprenden sus ciudadanos a hacer mejores elecciones? Parece que preferimos soñar que crear realidades felices, sostenibles. Parece que la responsabilidad ciudadana es nada más el día de las elecciones. En fin, no puedo tomar mejores decisiones por los demás.

 Y desde mi trinchera, una que ha sido crítica y hasta temeraria, he querido abrir los ojos de quien quiera ver.

Hoy es otro día más, no importa si lunes o domingo. El sol brilla también y los pájaros se escuchan cantar, las flores siguen aromando mis tardes de brisa y yo, al menos yo, no sufro por este encierro.



Búnker con vista al mar (notas del exilio involuntario)


Comenzamos la cuarentena el 19 de marzo, la noche que murió mi amiga Moramay, “la pintora de ángeles”. Apenas unos días antes el movimiento civil de mujeres había tomado las calles y habían suspendido un día de actividades a nivel internacional, acciones que habían puesto a temblar al sistema, las instituciones y empresas del mundo.
     Con el arribo de la pandemia del covid-19 o coronavirus (y las diversas hipótesis de su origen), ahora los estados al servicio del neoliberalismo y los empresarios iniciaron la peste del temor y recluyeron los movimientos sociales al “arresto domiciliario” mientras permiten que los grupos más pobres sigan laborando sin ninguna protección laboral ni económica ni de salud.
     Parafraseando al historiador Yuval Noah Harari, durante la pandemia los beneficiarios son los ávidos comerciantes farmacéuticos y los empresarios de todo lo innecesario, los laboratorios mundiales del miedo y los creadores de nuevas formas de control, las corporaciones de la vigilancia mundial y la siempre insaciable industria de la fe que oficia misas desde las redes sociales.
*
A través de feisbuc vamos conociendo el humor y la angustia de los usuarios, el pánico con tapabocas y los opinólogos de todo, la recreación de la vida y las cifras de mortandad en el mundo. Feisbuc como un termómetro monitoreado por ‘Big Data’, el supervisor ‘Big Brother’ que parece salido de la novela ‘1984’ de George Orwell, y elabora los algoritmos para los propósitos de control social.
     Mientras tanto la prensa, la radio y la televisión te convencen para que aceptes como normalidad el "encierro involuntario", el "toque de queda", el "arresto domiciliario", la "cuarentena obligatoria", el "estado de sitio", el "enclaustramiento obligado", el "confinamiento forzado” y otros conceptos que nunca creíste serían parte de tu vida.
*
El encierro involuntario ha provocado una diversidad de situaciones: en algunos casos aumento de violencia intrafamiliar así como nuevos embarazos; reforzamiento de lazos de amistad y familiares y, para otros, fuertes depresiones y largas tristezas; momentos de reflexión y repaso de recuerdos así como también ansiedades claustrofóbicas. algunos recurren a la yoga y la meditación, otros a destapar botellas de licor. Otros descubren que no se soportan a sí mismos mientras otros se han vuelto pintores de acuarela y acrílico, escritores diletantes, ‘chefs’ improvisados, lectores ávidos de aventuras verbales, jardineros de miniaturas, escuchas de largas sesiones musicales, fotógrafos novatos, extensas conversaciones entre familiares, amigos y amantes por celular, messenger y whatsapp, etcétera, etcétera.

*
El encierro obligado también ha provocado recorrer, y reconocer, cada rincón del lugar que habitamos, como la novelita ‘Viaje alrededor de mi habitación’ del francés Xavier de Maistre, publicada en 1794, y que es, finalmente, un viaje hacia dentro de uno mismo.
*

IV

Hoy fui a Telecomm a cobrar mi pensión para el bienestar de los adultos mayores. La fila era larga, como si fuéramos a comprar el boleto para un concierto de Grateful Dead: hombres y mujeres con tapabocas, bastones, andaderas, muletas; caminando paso a pasito, como si jugáramos a la rayuela o al bebeleche en cámara lenta. Después de casi dos horas me entregaron mi dinerito y fui a la tienda de la esquina a comprar mi dosis de cigarrillos y unas botellas de vino antiviral.

VII

Leyendo, comiendo, escribiendo, comiendo, pintando, comiendo, pensando, comiendo, reflexionando, comiendo. Desde el encierro el gerundio en acción.

XIV
Unas semanas atrás hubiera sido inconcebible entrar a un banco o un OXXO llevando un cubrebocas. Ahora es parte de la normalidad pero, a diferencia de cualesquier película vieja, en blanco y negro, de ladrones y detectives con Humphrey Bogart o Juan Orol, los personajes con cubrebocas de hoy me recuerdan más a Ruperto Tacuche (¿Lo recuerdan? ¿El antiguo ladrón que siempre traía cubierto el rostro por una bufanda? ¿Hermano de la Borola Tacuche de Burrón, esposa de don Regino Burrón, peluquero y dueño de la peluquería ‘El Rizo de Oro’, fabulosos personajes del cómic “La Familia  Burrón” que inició don Gabriel Vargas a finales de los años 40?).


XVIII
La cuarentena ha intensificado la comunicación. Todos los días hablamos por teléfono con Nachita, mi madre, que vive sola en Tecate, a unos 50 kilómetros de aquí. Vía messenger y whatsapp con mis hijas Niela y Trilce, mi hermana Ana Lilia, comadres, compadres, amigas y amigos que viven en Tijuana, Mexicali, Tecate, Ensenada, San Quintín, Rosarito y otros lugares del país como Chihuahua, Ciudad Juárez, Cuauhtémoc, Monterrey, Ciudad de México, Hermosillo, La Paz, Saltillo, Zacatecas, pero también con amistades de San Diego y Los Ángeles (California), Huelva, Bilbao y Madrid (España), Medellín (Colombia), Amsterdan (Países Bajos) y Alemania.
     El sábado en la noche, como en algunas ocasiones, mi compadre Tomás Di Bella y yo nos emborrachamos vía messenger, él con güisqui en el desierto de Mexicali y io con vino tinto en Playas de Tijuana.
     Dialogamos en silencios cada vez más atrabancados y nos mandamos rolitas de Canned Heat con John Lee Hooker, Eric Burdon & The Animals, Calamaro, The Youngbloods, Los Rodríguez, Lighthouse, Fever Tree, Al Kooper, Annette Peacock y otros, y terminamos horas después, como muchas veces, escuchando el pensamiento y la música de Frank Zappa.


XIX
Tijuana connection
Llegamos 10 minutos antes de la hora acordada. Nos estacionamos frente a la tienda Waldos bajo un arbolito mientras escuchábamos un cidí de Fiona Apple. Un policía dentro de su patrulla, a unos 100 metros, multaba a una mujer. Nosotros volteábamos un tanto nerviosos esperando la llegada de un carro que traía la mercancía.
     A las 11 en punto llegó la camioneta blanca y bajó una mujer y se acercó a la ventana. Le dí el dinero y me entregó dos bolsitas "ziploc" transparentes y se fue en friega. Prendí el carro y salimos de prisa del centro comercial. Le pedí a mi copiloto que checara la mercancía. Ah! Justo lo que pedimos! 20 cubrebocas lavables.
XXIII

Después de varias semanas de encierro hoy fuimos a dos mercados, mija Trilce y io, y lo que más extrañé fueron los precios de hace dos semanas y a los ‘cerillos’, mis compas de la tercera edad que te llenaban las bolsas de mandado y a quienes han despachado a sus casas sin ninguna garantía.
     Las escenas de enmascaradas y enmascarados en los mercados parecen filmadas para una película de Quentin Quarantine.


XXVIII

Alguien escribió en feisbuc que este confinamiento es como estar en la cárcel, una declaración tan  lejana de la realidad. Si bien hemos pasado ya los cincuenta días de encierro involuntario con televisión, radio, internet, celular, libros, etcétera, recordé la cárcel de menores de Tijuana donde, entre el 2015 al 2019, impartí varios talleres de lectura y composición escrita a las internas -muchachitas entre 14 y 20 años de edad encarceladas por diversos delitos- quienes sin celular, radio, televisión, internet y otras privaciones, tienen que  hacer menos tedioso y desesperante el confinamiento involuntario que van de uno hasta cinco años de duración.
No me gustan las rejas ni el uniforme gris; no me gusta caminar siempre con las manos atrás ni las revisiones o algunas comidas. No me gustan el ruido de las rejas, de los candados ni de las llaves; el hablar bien poquito por teléfono ni estar lejos de la familia. El encierro no me gusta.”
(Fragmento del escrito por la Barbie, una de las internas que aparece en el libro ‘Palabras mayores de las seis menores’, publicado por Casa de las Ideas y Tijuana Innovadora en 2016; página 32)

XXX

“Te reconocí por el cubrebocas”-dijo.

XXXIII

66 días de confinamiento. Hemos superado a Xavier de Maistre con 24 días.
“Estoy seguro de que querrían saber por qué mi viaje alrededor de mi habitación ha durado cuarenta y dos días en lugar de cuarenta y tres o cualquier otro espacio de tiempo. Estaba, es cierto, en mi habitación con todo el placer y el agrado posible; pero ¡ay!, no podía salir de ella a voluntad.”
(Fragmento del libro ‘Viaje alrededor de mi habitación’, publicado en 1794, del escritor francés Xavier de Maistre. Capítulo III, página 15.)

XXXIV

70 días de encierro involuntario. Durante la cuarentena han muerto algunos compas de cáncer y otros por el coronavirus: Moramay, la pintora; David, el escritor; Hebert, el dramaturgo; Carlos, excompañero de secundaria; Delia, la poeta y activista; y otros están entubados o en aislamiento total.

XXXIX

Mi madre no tiene féisbuc ni tiene doctorados;
nunca ha manejado un carro y viaja muy poco;
todos los días lee el periódico, escucha noticias
de la radio en a. m.  y de la televisión por cable;
sabe de cultura regional y los chismes del mundo,
de conflictos de guerra y la violencia cotidiana,
de la política internacional y del estado del clima,
de próximos eclipses y conjunciones planetarias
así como recetas de cocina y  remedios caseros;
vive sola y les da de comer a los gatos del barrio
y tiene comentarios más lúcidos y más críticos
que muchos de los opinólogos en redes sociales.

Mi madre dice que saldremos de esta pandemia.

A mi madre no le preocupan los “laics” ni la muerte.


(Roberto Castillo Udiarte
Playas de Tijuana
Cuarentena del 2020)













martes, 26 de mayo de 2020

ASI ERA EL SIDA

Arturo Meza

Solo que nadie se acuerda, los que tuvimos el privilegio de seguir desde el inicio al desenlace de una pandemia como el SIDA recordamos la de rumores que se levantaron con esa epidemia que hizo su aparición, oficialmente en 1982. Nada se sabía, surgían todo tipo de noticias falsas; igual que ahora, teorías conspirativas, rumorología a pasto, creencias, mitos, mientras las escuetas verdades andaban sumergidas en revistas científicas muy selectas a la que muy poca gente tenía acceso. Poco a poco se fue imponiendo la verdad, en la medida que la epidemia se convertía en endemia, es decir, en una enfermedad más del catálogo de enfermedades que venía a sustituir a aquellos males que habían desaparecido por obra de vacuna, de cambio de hábitos o descubrimientos, tales como la difteria, el escorbuto, la tosferina, el sarampión, la viruela, la lepra, la poliomielitis, la anemia perniciosa, el bocio, el beri beri, el raquitismo y muchas otras.

Cuando el SIDA finalmente llegó a La Paz, uno de los primeros en sufrir la enfermedad fue un joven que trabajaba en una estética, residía en el barrio de El Esterito. Fue muy rápida su evolución, tres meses de disminución acelerada de peso, fiebres constantes, anorexia y evacuaciones diarreicas acabaron con su vida. Si ésta era la historia natural de los infectados de SIDA, estábamos en problemas. Después supimos que con ciertos cuidados, hábitos higiénicos, algunos medicamentos, el afectado podía vivir mucho tiempo, que además, la evolución era muy variable, que dependía mucho del estado de salud general y la actitud que se tomaba ante la enfermedad. Quien mejor comprendió y trató el SIDA, en nuestra comunidad fue el Dr. Juan Manuel Cota Abaroa, a quien le debemos las agudas observaciones iniciales, su dedicación a los enfermos y las enseñanzas acerca de la enfermedad.

De cualquier manera, en esos tiempos, tener SIDA significaba la muerte. Cuando el joven de El Esterito murió, a la familia se le ocurrió hacer una pira para quemar su ropa. Los vecinos pusieron inmediatamente el grito en el cielo, el Esterito se vació en cuanto supieron el origen de la hoguera, la gente no quería volver a sus casas que creían contaminadas por el humo. Existía en ese tiempo un programa matutino de radio “contacto directo” que recibió llamada tras llamada de los esteritenses quejándose de la imprudencia de la familia de quemar las depravadas ropas del muchacho fallecido.

Tanto como el Covid hoy, estuvo el SIDA en los medios. No se hablaba de otra cosa. Aunque el SIDA tenía un punto morboso, muy explotable por moralistas, esos seres puros y recatados. Era básicamente contagiado por contacto sexual y en sus inicios, se expandió en comunidades de homosexuales. Especial para proclamar la llegada del fin del mundo, la evidencia en la predicción de los evangelios, los vaticinios de Nostradamus, en fin, el apocalipsis. Tenía todos los ingredientes para las parafernalias de la Santa Inquisición y de la Letra Escarlata.

La ciencia se fue imponiendo, el SIDA se hizo endémico. En menos de dos años fue identificado el virus, todo ese tiempo entendimos el mecanismo de replicación viral, la forma de afectación a una parte del sistema inmunológico, se comprendió mejor la función de los linfocitos y sus auxiliares, sobre todo la manera de prevención, la relación entre la inmunidad humoral y la celular, el uso del condón; se conocieron bien las enfermedades oportunistas y el modo de tratarlas, en menos de cinco años ya se tenían medicamentos que retrasaban los síntomas, el paciente se podía mantener muchísimo tiempo en estado de portador, los antirretrovirales mejoraron –y siguen mejorando- el control de la enfermedad hoy en día, está bien protocolizado por las instituciones y el SIDA, lejos está de ser una condena de muerte.

La función de los colectivos de homosexuales fue definitiva, así como publicaciones como “Letra S”, suplemento de La Jornada que fundó Carlos Monsiváis, cambiaron la manera de ver el SIDA en éste machista y bronco México nuestro.

Lo mismo pasará con el Covid 19, a falta de vacuna, será la inmunidad colectiva la que haga frente al mal. El confinamiento, la sana distancia, la falta de contactos, lavado de manos, sanitización, cubrebocas, son medidas que tratan de evitar que todos enfermemos al mismo tiempo, no alcanzarían camas de hospital, especialistas, personal. Llegaremos al punto culminante de la infección, pero también con mayor cantidad de individuos con inmunidad –temporal o permanente- que se constituirán en una barrera inmunológica a los que el virus ya no hace daño. Entonces, algunos enfermaremos y nos recuperaremos, en menos de tres meses tenemos una mayor comprensión de la enfermedad y fármacos para hacerles frente; las autopsias han dado mucha luz de los procesos íntimos en la fisiología corporal. Otros seguirán como portadores asintomáticos que aumentarán las barreras de la inmunidad colectiva y allá, cuando pasen los años, de vez en cuando alguien enfermará de COVID que aparecerá en el catálogo de las enfermedades, igual que el escandaloso y pecaminoso SIDA.

Así son las epidemias, así han sido siempre “las enfermedades que están de visita”, como las llamaba el Gran Hipócrates. Los que hemos cambiado somos nosotros y nuestras circunstancias.

domingo, 10 de mayo de 2020

LA CIRUGIA EN TIEMPOS DE COVID


Arturo Meza/ médico cirujano de Hospital Salvatierra de La Paz

La urgencia nos envía a la sala de operaciones, el diagnóstico ya está hecho, no hay duda, los intestinos se han obstruido y hay que entrar a permeabilizar el tubo digestivo. La paciente procede del covitario, no tenemos la confirmación de la prueba, sin embargo, para los internistas y neumólogos expertos, la tomografía es muy sugestiva de infección por coronavirus. Para efectos prácticos, es una enferma de covid 19. Afortunadamente no ha requerido de intubación y ventilación mecánica, solo oxígeno por puntas nasales.

Se instala la comunicación, estamos listos y esperando en la sala 5, habilitada especialmente para éstos casos. Los camilleros atraviesan el campo distante del hospital con una camilla protegida por un domo de  plástico trasparente, la paciente cubierta por textiles, gorro, cubrebocas, apenas se le puede ver la cara. El equipo quirúrgico mientras tanto se prepara en una sala que han dividido en área blanca y área gris en donde tendrá que colocarse los aditamentos protectores de acuerdo a un protocolo escrito y enmicado a la vista de todos.

Encima del pijama quirúrgico se van colocando doble gorro, dobles botas, cubrebocas N 95 y las gafas. El cubrebocas no tiene entradas de aire laterales, se adapta perfectamente a la boca y nariz mientras las gafas complementan el sello de la cara. La respiración se puede escuchar y empañan las gafas, hay que hacer suspiros constantes para jalar aire y compensar la respiración circular del aire propio. Luego viene el over all o mameluco que cubre desde los pies hasta el capuchón que se cierra con un zípper que solo deja sin cubrir el área de la cara.

Pasamos a los lavabos y con cepillos impregnados de jabón yodado nos lavamos tres veces, una hasta el codo, otra hasta el tercio medio del antebrazo y la última hasta la muñeca. Pasamos a la sala donde ya nos espera la instrumentistas para colocarnos la bata con pechera impermeable y nos calza doble guante. Nos sentimos torpes con tanta ropa encima, tratamos de adaptar nuestra respiración, el sudor nos recorre el cuerpo.

La paciente ya está en sala, el anestesiólogo ha decidido un bloqueo alto para no intubar, la maniobra le sale redonda, excelente, tenemos paciente anestesiada sin necesidad de gases anestésicos, una gran ventaja. La cirugía transcurre sin sobresaltos, rápidamente reparamos lo que hay que reparar, 75 minutos, sangrado mínimo, no hay incidentes, el equipo se distiende y empiezan las conversaciones después de ese periodo estresante en que solo se escuchan las peticiones de instrumental, alguna interjección y el ruido de el aspirador, hasta entonces atendemos la música que ha puesto el anestesiólogo que, en este punto se asoma para ver en qué vamos ¿todo bien? –todo bien-

Procedemos a instalar un drenaje sencillo, pedimos la cuenta de textiles usados y empezamos el cierre de la cavidad, va el plano aponeurótico y luego la piel. Se limpia del abdomen la tintura de yodo y se cubre la herida con gasas. La cirugía ha terminado y solo queremos sentirnos libres de tanta protección. Hemos resuelto el problema, damos ánimos a nuestra paciente que está consciente y respira aceptablemente bien. Esperamos que el postoperatorio transcurra sin mayores sobresaltos. Así, empezamos un lento strip tease para retirarnos, por partes cada uno de los aditamentos. Primero la bata, previo lavado de guantes con gel alcohol- ciclohexidina el gorro y se vuelven a lavar los guantes, luego sale el primer par de guantes y se procede a retirar el capuchón del mameluco, se retiran las gafas que se colocan en una solución desinfectante, se vuelven a lavar los guantes, sigue el cubrebocas y así, volvemos a respirar, a sentir el fresco de la sala.

Damos gracias a todos, instrumentista, circulante, ayudantes de cirugía, anestesiólogo, al enfermero que nos asiste y nos dirige en el área gris. Último lavado exhaustivo de manos y a la ducha. Al rato nos reunimos en el vestidor para ponernos ropa limpia, a las taquillas a recoger teléfonos, billetera, relojes y comentar, además de la cirugía que acabamos de realizar, sucesos de todo tipo.

Uno de los ayudantes, un joven residente de segundo año, hurga en el teléfono, envía y recibe mensajes, entonces nos enseña un video que al parecer, se empieza a viralizar en el mundillo sanitario: durante la conferencia matutina del viernes, el mandatario dijo que “antes los médicos únicamente buscaban enriquecerse”, pues estaban “a favor del mercantilismo”. A manera de chiste, el parlanchín Presidente, dice “llegaba el paciente y lo primero que hacían era preguntarle ‘¿qué tienes?’, pero ‘qué tienes de bienes'. Nos quedamos fríos sin atinar qué opinar del dislate presidencial, hasta que alguien rompe el silencio: "Qué cabrón".
 Otro :"Qué  mala entraña, qué poca empatía y  qué inoportuno, en estos tiempos cuando nos la estamos jugando.

Y  otro, simplemente  "Qué culero."

LA ENFERMEDAD DEL DOMINGO




La enfermedad del domingo(Netflix 1918) es una espléndida película española,escrita y dirigida por Ramón Salazar, con música de Nico Casal y protagonizada por Bárbara Lennie, Susi Sánchez, Miguel Ángel Solá, Greta Fernández, Richard Bohringer, David Kammenos y Fred Adenis.


La he estado viendo a pausas, con regresos y repasos de algunos pasajes, pues al parecer, o se me está olvidando el español, o esta copia es de mala calidad, pues no alcanzo a captar las palabras y por tanto lo que significan o dicen los protagonistas.
Ya me ha sucedido con algunos acentos ibéricos,  de algunas regiones mexicanas, e incluso, barrios de mi propia ciudad.

A pesar de esta falla, he disfrutado de esta obra de arte cinematográfica, que narra el reencuentro de la hija abandonada y su madre, 37 años después.
Mientras presidía una suntuosa fiesta en la residencia que comparte con su marido, Anabel (Susy Sánchez), es abordada por una de las camareras contratadas ex profeso, quien le revela que es Chiara, la hija abandonada en una casa de  los Pirineos franceses casi cuatro décadas atrás, por razones que no se mencionan.

Y le pide que le cumpla un deseo. Que vaya a pasar 10 días con ella. Previa consulta a su marido, y abogados, Anabel accede y empieza una tortuosa convivencia.
El rencor de hija se aviva con la presencia de la madre,  y no olvida que fue un domingo cuando ella se fue.Tiene momentos explosivos en que llega a la agresión física.
Un día acude a una fiesta en el pueblo, se emborracha con un desconocido, y regresa a casa con el tipo totalmente ebrios. La madre acude a ayudarle a entrar a la modesta casa o cabaña, empujando al compañero de farra al suelo.

Chiara tarda dos días en recuperarse de la tremenda resaca, pero no de su angustia original. Decaimiento, mareos, desmayos, con una visita al hospital.
Al salir, le confiesa a la madre que su enfermedad es incurable. Que se quiere morir, y quiere que ella oficie la ceremonia de su muerte.
Las escenas finales en un paraje idílico, son estremecedoras.
Ambas desnudas con el fondo de una cortina de humo a la orilla del lago, y las lenguas de fuego de una hoguera; madre e hija abrazadas  ya dentro del lago , y Chiara desvaneciéndose lentamente en los brazos de su madre, sobre el agua, bajo el agua...
El cuerpo se resiste a la asfixia, y patalea. Anabel hace acopio de fuerzas y lo mantiene sumergido.

lunes, 4 de mayo de 2020

BLOQUEADO



Por culpa del  cruel amigo Jorge Susarrey Cardoza, me entero de esta devastadora noticia al enviarme  el link de un intercambio tuitero entre el Noroñas y uno de sus tantos "adversarios".
  Me ha bloqueado y ya no podré divertirme con sus disparates y arrebatos con Dimensión Social.

Con razón lo extrañaba tanto.

Creo que se enojó conmigo porque hace tiempo conté en estas redes, cuando lo conocí en el desayunadero del hotel Los Arcos,frente a la Bahía de La Paz, donde vivió como todo un potentado durante meses, en calidad de "asesor" o algo por el estilo,en la campaña por la gubernatura  de Narciso Agúndez Montaño.
Ya de salida, reconocí en una mesa junto al ventanal, a Leonel Godoy,dirigente nacional del PRD, a quien me acerqué a saludar.
Compartía con el director de un diario local, un ex empleado del ex diputado federal Leonel Cota Montaño y de la representación del gobierno de BCS en la CDMX, y un tipo con el pelo recogido y coletilla- estaban de moda-, que no intervino para nada en la breve charla.

Hubo una corriente de mutua antipatía desde el principio.

Evidentemente- diría el otro Leonel-,al ñerazo de la coqueta coletilla le agriaban el suculento desayuno mis  comentarios críticos al gobernador Cota Montaño- quien lo había traído-, y al perredismo local, plagado de expriistas de muy bajo perfil y sin escrúpulos.
Empezando por el elegido a suceder en el trono a Cota, su primo hermano Narciso Agúndez Montaño, el candidato  a quien el Noroña tenía el deber de impulsar.
Luego coincidimos, ya avanzada la campaña, en un programa de radio en Promomedios California, con el tenebroso loro amaestrado de Raúl Aréchiga Jr(prófugo de la justicia por el caso Aerocalifornia)., titular del noticiero editorializado matutino  ¡Gracias Miguel Ánge! , pasarela estelar de la aldeana clase política local.

Y bueno, pues la cosa se puso "pior".

Ni modo. Gajes del oficio.

La prueba del poder

  Que Milei es un "facho", dice nuestro pròcer. ESO estaría por verse una vez sometido a la prueba del poder. Hasta donde sabemo...