Por Eligio Moisés Coronado
Cuando el presidente electo de México era candidato, abiertamente y con toda claridad pidió a sus potenciales sufragantes que, con la certeza que le daban las encuestas para ganar la presidencia, votasen también por los miembros de su partido que competían por los puestos de senadores y diputados al Congreso de la Unión.
Desde entonces quedó advertido a todos que el personaje pretendía así, una vez en la titularidad del poder ejecutivo, neutralizar toda desaprobación a sus iniciativas de ley en las cámaras federales. Ése es el principio de toda preponderancia política: la cancelación de la autonomía de los poderes públicos.
Pero su incuestionable autoritarismo habrá de expresarse de otras muchas maneras a partir del 1 de diciembre próximo, porque existen infinitas pruebas del ímpetu irracional que ejerce contra quien lo contradice o cuestiona.
Termina así la etapa lunamielera del siguiente titular del ejecutivo nacional con la expectante cuanto ingenua sociedad mexicana y las fuerzas políticas reales (e igualmente cándidas) del país: actitud cálidamente democrática que durará tan poco tiempo como los pocos días que faltan para que proteste cumplir y hacer cumplir la Constitución de la República, antes de proceder a modificarla a su conveniencia.
Evitemos engañarnos y formarnos espejismos insustentablemente optimistas: el nuevo presidente es la misma persona de ideas retrógradas, simplistas, desinformadas, ajenas a las aspiraciones reales del país y faltas de sentido de innovación y visión a todos los plazos, la misma que embiste contra aquellos a quienes siente adversos, que se enfurece cuando lo contrarían, que arremete verbalmente al mismo tiempo que sus seguidores lo hacen en forma violenta, de lo cual hay testimonios cotidianos.
Como querrá perpetuarse en la presidencia según suelen hacer todos los demagogos que llegan al poder por la vía democrática y luego se convierten en autócratas (basta revisar un poco la historia para saber que ese capítulo es el que sigue), habrá de reformar la Constitución General en los primeros tres años de gobierno, ya que, en el transcurso de ese periodo, los recién instalados en la función pública habrán tenido tiempo de mostrar su verdadero rostro.
En 2021, a mitad del sexenio, se modificará la composición de los congresos de la Unión y de los estados una vez que la gente se decepcione de los legisladores que ocupan ahora la bancada oficialista. Y entonces le será imposible contar con mayoría calificada en las cámaras federales así como en la mayoría de las de provincia para reformar a su gusto la Carta Magna. De tal modo que desde el primer trienio de ejercicio le será inevitable mostrar el auténtico gen absolutista que en verdad lo mueve.
Al mismo tiempo se iniciará la cancelación de todo ejercicio de libertad de expresión, que es mucho más que libertad de prensa: Quedará prohibido pensar por cuenta propia, diferir del ideario estatal y manifestarlo. Los medios de comunicación críticos comenzarán a sufrir los embates de la represión, acusándolos de servir a intereses extra nacionales, de obstaculizar los avances de la “cuarta transformación”, hasta de traición a la patria.
Para justificarlo será indispensable crear un gran enemigo del “pueblo”: en campaña impune de doce años (2006-2018) fue la mafia en el poder; ya enquistado en éste se tendrá que inventar otro.
Para Fidel Castro (Cuba) fue el bloqueo de los EUA; para Hugo Chávez (Venezuela) fue el imperio norteamericano; de Rafael Correa (Ecuador) eran quienes pensaban diferente; para Nicolás Maduro (delfín de Chávez) ha sido la guerra económica; el de Evo Morales (Bolivia), el capitalismo, el peor enemigo de la humanidad; de Daniel Ortega (Nicaragua), los Estados Unidos, para variar.
Pero el peor enemigo de los pueblos que los padecen, son ellos mismos, demostradamente.
Al parecer el paradigma histórico del nuevo régimen es don Benito Juárez, quien al lado de su defensa de los valores republicanos tiene el estigma de haberse mantenido en la presidencia durante 15 años (1857-1872) mediante sucesivas reelecciones, y hubiera permanecido en ella sólo que la muerte le canceló todo proyecto en tal dirección, además de que su paisano Porfirio Díaz lanzó contra ese continuismo, en 1871, el plan de La Noria, apoyado, entre otros militares de alto rango, por nuestro paisano Manuel Márquez de León, autor del libro “Don Benito Juárez a la luz de la verdad”. La pregunta que se deriva de esto es si la persistencia del señor Juárez García en la jefatura del Estado es la inconfesada inspiración del nuevo presidente.
Los empresarios han intentado suscribir las paces con él, en intento de exorcizar la sospechada y amenazadora intervención del estado en las competencias de la iniciativa privada. Sin embargo, en este sentido resulta inevitable recordar la temible sentencia chavista:
- ¡Exprópiese!
- ¡Exprópiese!
- ¡Exprópiese!
Quienes opinamos en cualquier espacio impreso o tecnomedio contamos con poquísimo tiempo para continuar alertando, antes de que el gran mandante nos dé a elegir lo que ha sido norma para los opositores en los países del Foro de Sao Paulo (socialismo del siglo XXI), al que pertenece el PRD desde que lo dirigía el recién elegido presidente mexicano, y ahora el partido Morena, la organización política de su propiedad, por supuesto:
Encierro, destierro o entierro...
¿Paranoia? Ojalá: si es el caso, celebraremos habernos equivocado. De todos modos será sano mantener la reserva.
Nadie, pues, diga que lo engañaron cuando el probable cuanto indeseado escenario se convierta en pavorosa realidad.