Conocí el Azteca un mediodìa dominical a principios de los 70.
Recién llegado al DF y a la UNAM.
No era aficionado al futbol pero mis amigos y anfitriones, los Rebolledo Bros, Mario y Manuel, sí.
Eran tan apasionados americanistas como fanáticos de los Tigres capitalinos, de la Liga Mexicana de Beisbol.
Recién llegado al DF y a la UNAM.
No era aficionado al futbol pero mis amigos y anfitriones, los Rebolledo Bros, Mario y Manuel, sí.
Eran tan apasionados americanistas como fanáticos de los Tigres capitalinos, de la Liga Mexicana de Beisbol.
Las excursiones al Parque del Seguro Social- caminando por el viaducto desde la Algarín- eran tan rituales como la peregrinación al Gigante de Santa Úrsula.
El Mago Septién y Ángel Fernández ( " El juego del hombre"), eran los cronistas tocados por la leyenda.
A los que habría que escucharlos ien un pequeño radio portatil aun dentro del parque o el estadio.
Sí se podía combinar ambas aficiones y con la misma intensidad
Con un clima primaveral, un ambiente electrizante, las cervezas eran el complemento natural, obligado.
El Azteca a reventar, un espectáculo es si mismo. Un monstruo rugiente en un clásico America/ Guadalajara, Cremas/ Chivas.
120 mil almas, más que todos los habitantes de mi pequeño puerto nativo.
120 mil almas, más que todos los habitantes de mi pequeño puerto nativo.
Nunca había visto a tanta gente junta. Nunca había sido parte de una multitud tan apabullante.
No se requería mucho conocimiento de las reglas para apreciar la belleza del juego .
Toñinho, brasileño crema, disparó a la portería chiva casi desde media cancha y acertó.
Lo fascinante era la voz del Azteca, que había escuchado en las trasmisiones del Mundial del 70.
Un clamor, un zumbido, un rumor de caracoles con reminiscencias prehispánicas.
De este alucine auditivo estimulado por las Victoria , me sacó el golpe de un objeto blando en la nuca.
Y la desagradable sensación de una humedad que me cubría la cabeza y bajaba por la espalda.
Y la desagradable sensación de una humedad que me cubría la cabeza y bajaba por la espalda.
Entonces vi la bolsa de plástico con restos de un líquido ambarino, amarillo, de sospechoso aroma, y la risa de mis amigos cubriéndose la retaguardia.
Acababa de recibir el clásico bautizo con "agua de riñón".
Me desterré del Azteca y del futbol por años.
Y arraigué en la porra brava de los Tigres, donde en una ocasión no logré esquivar un elotazo con crema que se estrelló en mi anchurosa frente.
Y arraigué en la porra brava de los Tigres, donde en una ocasión no logré esquivar un elotazo con crema que se estrelló en mi anchurosa frente.
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