San Francisco es una de esas ciudades festivas, musicales, llenas de encanto poético.
Centro neurálgico de la contracultura en los 60 y 70s, época en que la conocí entre la infancia y mi primera adolescencia. Desde la escuela elemental y Jr High, hasta las primeras aventuras del teen ager por la libre, recorriendo de raite toda la Bay Area y condados circunvecinos, Sonoma y Mendocino, poseído por el Espíritu de la Época, la Flower Generation, el estallido musical rockero, sus Veranos del Amor.
Y, desde luego, la magia del Baseball.
Mi primera gran querencia fueron los Gigantes, y fue su casa, el Candlestick Park, el imponente escenario del coso erguido a orillas de la bahía, donde por primera vez asistí a un juego de Ligas Mayores. Era un niño de unos 9 o 10 años cuando escuché un bramido de marea profunda nunca antes percibido. Era el llamado del Candlestick, del "monstruo de mil cabezas". El equipo había saltado al campo y por el sonido local se desgranaban los nombres de los jugadores y sus respectivas posiciones.
Uno de ellos había provocado el alarido:
"Number 24, Willy Mays, Center Fielder".
El juego era contra Dodgers, el acérrimo rival desde los tiempos neoyorquinos, que traían entre sus filas a un tal Sandy Koufax, el zurdo que esa tarde serìa el rival monticular del dominicano Juan Marichal.
Desde entonces empecé a seguir por radio los partidos.
La crónica radiofónica de la Gran Carpa, fue una muy buena escuela en el aprendizaje del idioma inglés.
Y aún recurro a ella de vez en cuando.
Puedo ver el batazo profundo sobre la barda del jardín central/ izquierdo, y a la blanca paloma caer sobre las heladas aguas de la Bahía de San Panchisco.
Mays vuelve a dar la vuelta al ruedo
envuelto en el clamor de aquella tarde dominical
con el Número 24 centelleante entre la niebla.
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