Al enterarme de la muerte de Juan Rulfo( 7 de enero de 1986), abordé mi vochito y me dirigí al Instituto Nacional Indigenista, donde el célebre escritor trabajaba desde 1963.
Llegué al edificio de Avenida Revoluciòn , en San Ángel, al sur de la Ciudad de México, poco después del mediodía.
Sin previa cita, quería platicar con algún colaborador cercano del escritor jalisciense, que me contara sobre las horas de oficina de uno de los màs célebres autores del Siglo XX .
Y enviar la nota al diario donde colaboraba lo antes posible.
Luego de algunas vueltas, ascensos y descensos, llegué hasta una puerta del cuarto, quinto piso, y entré a una oficina desolada.
No había nadie. O eso creía.
-Buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?.
La fantasmal figura estaba de pie al lado de un escritorio, y de la puerta cerrada de la dirección.
Era una mujer morena clara, de mediana edad, muy delgada, de manos venosas, rostro alargado, inconmovible; ojos grandes, saltones, aletargados párpados, y voz susurrante.
- Usted es...
- Iraìz Ramírez, secretaria de don Juanito los últimos 20 años, para servirle a usted.
Los periodistas han estado llamando todo el día. Usted es el primero que viene.
Como si me estuviera esperando.
Tenía que poner mucha atención para escuchar sus palabras.
Encendí la grabadora y con una mirada me indicó que la apagara.
De la memoria de Iraíz empezaron a fluir las anécdotas de la vida burocrática de "don Juanito".
A partir de 1966, año en que Iraiz fue asignada
al departamento editorial de la Dirección de Publicaciones, como secretaria del subdirector, Juan Rulfo.
A despecho de quienes pensaban que Rulfo era un burócrata aburrido, "don Juanito" disfrutaba mucho de su trabajo como editor, corrector de estilo, prologuista, fotógrafo.
Publicando libros para la colección de antropologìa y revistas como México indígena.
Faceta en la que se confabulaban el arqueólogo, el antropólogo , el etnógrafo y el escritor.
No aceptaba tratos especiales a cuenta de la celebridad literaria con una obra traducida a 50 idiomas.
Se formaba en la cola en los días de pago.
Era un gran lector de periódicos, particularmente de la nota roja.
Desde el robo más insignificante hasta los crímenes más sangrientos.
Era uno de sus temas favoritos junto al de sus viajes. China, le interesaba China. No era para menos. Lo acababan de traducir al chino.
Por esa puerta por la que yo había entrado habían desfilado infinidad de lectores, académicos, estudiantes, diplomàticos, polìticos, periodistas, admiradores de diversas partes del mundo.
No le gustaba que su oficina fuera un centro de peregrinación. Lo agobiaba esa clase de acoso.
Y casi siempre, la fiel Iraíz tenía que negarlo.
"El maestro Rulfo está de viaje" .
En alguna ocasión, "don Juanito" iba saliendo de la oficina cuando se topó de frente con unos jóvenes alemanes que le preguntaron por el "maestro" Rulfo, al que deseaban entrevistar.
"El maestro Rulfo acaba de salir a China, y va estar un buen rato por allá"", les indicò don Juanito.
Los jóvenes alemanes se quedaron perplejos.
Como tratando de reconocer en la frágil figura del hombre que desaparecía detrás de la puerta, al autor de Pedro Páramo y El llano en llamas.
Iraíz les confirmó la triste noticia.
"Por allá anda".
Otra de las costumbres de "don Juanito" era la celebraciòn del Día de Muertos, dedicándoles "calaveritas" a cada uno de los compañeros de oficina.
De un cajón de su escritorio, Iraíz sacó un grueso fajo de cuartillas .
Me pidió que leyera algunos versos en voz alta.
Después de usted, le dije.
Lo hizo.
Mientras leìa con esa voz zozobrante, de confesionario, reparè en un pequeño detalle.
Vestìa de riguroso negro.
¿Dolores, Eduviges Dyada, Dorotea, Justina , Damiana Cisneros?
Casi todas las calaveritas eran manuscritas. De puño y letra de Rulfo.
Le pregunté si me permitiría sacarles copia.
No, me dijo, nada de copias.
Lléveselo todo. Yo ya para qué los quiero.