Era un niño como de unos diez años de edad,de elegante sencillez en el vestir y en el hablar, pulcro, frente amplia y mirada buscando tu mirada, con ese inconfundible acento porteño moderado por la educación y el roce social, con menos desdén por las eses, que te remite a tu propia infancia.
Algo ofrecía en unas bolsas de plástico transparente.
Un caso excepcional, pues la gente nativa no suele atreverse a tanto por más que la necesidad apriete.
"Es para comprar mis útiles escolares", dice este encantador muchachito y coloca sobre la mesa de la Terraza del Perla, una bolsa con un legendario fruto silvestre en extinción: ¡Ciruelas del Mogote!
De esa lengua de arena que divide la bahía de La Paz, aquí a la vista con sus condominios depredadores.
"El viajero que come ciruelas del Mogote,
volverá siempre..."
De eso supo el poeta español Uberto Stabile hace unos días Quería una probadita, pero yo le dije que ya no había.
Y mira..
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