martes, 21 de noviembre de 2017

EL legendario samurai que peleó en la Revolución y vivió en Ciudad Juárez y Tijuana



La historia del capitán primero de caballería Kingo Nonaka, nacido en Japón, poca gente la conoce. Ayudó a Pancho Villa y Francisco I. Madero



Redacción / Cuentario
¿Sabías que el único samurái de la Revolución Mexicana vivió en Ciudad Juárez? Se trata del capitán primero de caballería Kingo Nonaka, un japonés cuyas andanzas en la lucha revolucionaria habían permanecido en la sombra hasta el año 2014.

Nonaka participó en 14 acciones bélicas durante la Revolución, dos con el Ejército de Francisco I. Madero y 12 con la División del Norte de Francisco Villa.

La historia civil del personaje rebautizado José Genaro Kingo Nonaka, fue igual de intensa. Asentado en Baja California de 1921 a 1942 (hasta que lo alcanzó el racismo contra los japoneses por la II Guerra Mundial y fue obligado a emigrar a la Ciudad de México por órdenes del gobierno de Lázaro Cárdenas), se convirtió de manera autodidacta en el primer fotógrafo histórico de Tijuana, donde abrió un par de estudios que le permitieron retratar por dos décadas a la sociedad local y erradicar los prejuicios sobre esa ciudad asociada con el vicio y el crimen.

Los cientos de fotos de su cámara Graflex sobre la infancia de la urbe fronteriza, cuyo año oficial de fundación coincidió con el nacimiento de Nonaka, 1889, han valido el título al japonés del Casasola de Tijuana, dice su hijo, quien alude a los hermanos Casasola que retrataron la Revolución Mexicana. Fue, además, masón, bombero, policía, criminólogo e incluso como enfermero fue fundador del Instituto Nacional de Cardiología, con Ignacio Chávez.

La vida de Kingo Nonaka es una novela social, marcada por los dramas y tragedias del siglo XX, como migración, guerras, racismo y pobreza, una metáfora del hombre común puesto al límite del mundo.

A los 17 años abandonó la prefectura de Fukuoka, en la isla japonesa de Kyushu, donde trabajaba en el campo y como buzo en la pesca de perlas, para emigrar a México en 1906; cultivó café en Oaxaca, marchó durante tres meses hacia Estados Unidos, se asentó en Ciudad Juárez, se hizo enfermero autodidacta, se unió por casualidad a las fuerzas de Francisco I. Madero en 1911, participó en el batallón de salud de la División del Norte de Francisco Villa y más tarde sirvió a Álvaro Obregón.


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Existen varias fotografías del samurai en Ciudad Juárez, entre ellas algunas donde se le ve en la zona Centro, cercana a la avenida Juárez y fue en esta frontera donde habría decidido unirse a la lucha revolucionaria.

Nonaka curó a Madero, herido en el ataque a Casas Grandes del 6 de marzo de 1911; con Villa participó de 1913 a 1914 en las batallas de Chihuahua, Ojinaga, Bermejillo, San Pedro de las Colonias, Paredón, Torreón, Zacatecas y las del Bajío; llegó a Baja California en 1921, y en Tijuana abrió en 1923 el primer estudio fotográfico local y retrató la vida de esa ciudad hasta 1942.


Desde la década pasada, su hijo y Rivera Delgado, coordinador del Archivo Histórico de Tijuana‐Instituto Municipal de Arte y Cultura (IMAC), construyen la saga de Nonaka, cuyo nombre en japonés está ligado a la luz (Kingo, “Polvo de Oro”; Nonaka, “Campo de Sol”).

Entonces surgió el libro Kingo Nonaka. Andanzas Revolucionarias, con testimonios, fotos y apuntes del japonés.

El breve volumen, editado por Artificios y publicado en noviembre de 2014, resume la vida en México de Kingo Nonaka desde su llegada a Salina Cruz hasta su muerte en 1977, pero sobre todo se enfoca a difundir las anotaciones del joven japonés durante sus años en la Revolución, en la que llegó a convertirse en capitán primero de caballería del Batallón de Sanidad de la División del Norte.

Entre sus anécdotas, Nonaka relata cómo en 1915 recuperó el cádaver del general Rodolfo Fierro del fondo de la laguna Guzmán, de Casas Grandes, gracias a las cualidades de buzo de profundidad que adquirió en Japón, para que el cuñado del militar, el coronel Buenaventura Herrán, pudiera quitarle al cuerpo “cuatro anillos de oro con diamantes, pulseras, un reloj y dos víboras de cuero llenas de algo”.

También su último trabajo para Villa: cuidar a 64 heridos en la iglesia del poblado de San Buenaventura tras la incursión del “Centauro del Norte” a Columbus, Nuevo México, del 9 de marzo de 1916. Sin embargo, el japonés no pudo cumplir el encargo porque el cura local traicionó a Villa, entregó a los 64 heridos al general estadunidense John Joseph Pershing, que con sus subalternos Dwight J. Eisenhower y George Patton perseguía en territorio mexicano al jefe revolucionario, y huyó con los 10 mil pesos en monedas de oro que recibió de éste para cuidar a los villistas.

Las razones de Madero

Kingo Nonaka recuerda también en sus andanzas el diálogo que sostuvo con Francisco I. Madero, el 6 de marzo de 1911, cuando lo curaba de una herida en la mano sufrida en la batalla de Casas Grandes, y en el que éste resume sus ideales revolucionarios.

“—¿Por qué ustedes se están matando, mexicanos con mexicanos?

—Yo soy jefe de un grupo, y nos estamos matando unos con otros de la misma raza, pero ellos pertenecen al ejército federal, la gente de Porfirio Díaz, el dictador, y para él, los mexicanos no tenemos garantías, ni justicia ni igualdad, somos esclavos de los ricos extranjeros y entre nosotros los mexicanos tenemos gente muy competente para desempeñar cualquier trabajo por delicado que sea, pero para el presidente Díaz, que apoya sólo a los ricos extranjeros, los mexicanos no existimos. Por eso estamos matando a los partidarios y a la gente de Porfirio Díaz. ¿Me entendió, mi doctor Nonaka?

—Sí, señor.”

Tesoro por casualidad Genaro Nonaka García recuerda cómo su padre le narraba por episodios sus andanzas revolucionarias y cómo encontró los apuntes que luego transcribió para su publicación en el volumen. Incluso destaca cómo la suerte y la casualidad influyeron para rescatar el valioso acervo fotográfico que a la postre él donó al Archivo Histórico de Tijuana, a cargo de Rivera Delgado, para su preservación y difusión.



Refiere que hace más de una década el historiador Fernando Aguilar Robles Maldonado halló en un mercado local de pulgas una caja de cartón con negativos que decían “Foto Nonaka”. Luego lo buscaron a él para que, como único familiar vivo, autorizara la difusión y publicación de las imágenes.

Por su parte, Rivera Delgado destaca la relevancia del acervo fotográfico para la historia de Tijuana.

“Es un legado importantísimo. Da una nueva perspectiva sobre la ciudad de Tijuana, que históricamente ha estado vinculada con la leyenda negra. Las fotos de Nonaka, de 1923 a 1942, nos muestran una Tijuana diferente, una historia diferente, centrada en manifestaciones culturales, cívicas, deportivas, y cómo se transforma de pueblo a ciudad”, dice el investigador.

Nonaka abrió dos locales fotográficos en Tijuana. Uno, La Moderna, en la calle Segunda, esquina con la avenida B (hoy Constitución); y Estudio Nonaka, en la calle Sexta, poco antes de recibir su carta de naturalización como ciudadano mexicano en 1924, firmada por el presidente Plutarco Elías Calles.

Documentó la religión, la cultura, la política local y el comercio, destaca el historiador Rivera Delgado.

“Antes de 1923, cuando abre su primer estudio, toda la fotografía sobre Tijuana es turística, por turistas y r reporteros. Pero gracias a las fotos de Nonaka hoy podemos reescribir la historia de Tijuana y presentarla desde otro punto de vista. Él registró que Tijuana tenía inquietudes sociales y culturales”, agrega el director del archivo.

El historiador precisa que Nonaka donó alrededor de 300 fotos, parte de las cuales fueron exhibidas en 2002 en Nonaka en Tijuana: Retrospectiva fotográfica de la Tijuana de antaño, que se presentó en el Archivo Histórico y la Sociedad de Historia de Tijuana y en San Diego y San Ysidro. Ya se planea un libro con fotos de Nonaka, quien murió en la Ciudad de México en 1977 y descansa en el Panteón Jardín.

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