martes, 4 de julio de 2017
ENCUENTRO EN BELLAS ARTES
Era la noche del del 22 de agosto de 1984. Homenaje a Octavio Paz (7O años), en un atestado Palacio de Bellas Artes. Había logrado entrar al teatro y me dejé ir por todo el pasillo central en busca de una improbable butaca vacía.
Con tan buena suerte que la encontré en la tercera o cuarta fila, al borde del pasillo. La sección VIP, de invitados especiales, no solamente del medio literario, cultural.
El presidente Miguel de la Madrid estaría acompañando al poeta homenajeado en el escenario, y la clase política no podía dejar pasar la oportunidad de placearse.
Tomé asiento.
.
No quería ni voltear a ver a quien ocupaba la butaca contigua. Una voz que me sonó un tanto "familiar", me obligó hacerlo.
"Qué tal, ¿cómo estás?", saludó cordialmente, extendiendo una mano abierta.
Era nada menos que José Luis Cuevas, a quien jamás había visto en persona.
El polémico artista plástico, el personaje provocador y "disruptivo", ("La ruptura soy yo"), que de manera tan saludable había irrumpido en el medio cultural mexicano en los años cincuenta como contrapunto crítico del muralismo y el nacionalismo en boga.
"La cortina de nopal", tituló el artículo/ manifiesto con el que debutó, en 1956 , como editorialista de México en la cultura, suplemento dirigido por Fernando Benítez en el semanario Siempre!.
"No pretendo ningún liderato juvenil ni trato de reclutar rebeldes con que atacar el infecto bastión de Bellas Artes", arrancaba el "Enfant terrible".
Además de la fascinación, la simpatía que su dibujos, la saga de autorretratos("Esos monos horrendos", diría alguno de sus detractores ), me producían, también era un lector adicto del Cuevario , la columna que publicaba en Excélsior el Cuevas periodista y escritor.
Superando la turbación inicial, la tremenda sorpresa, le tomé la palabra y le respondí en el mismo tono confidencial.
Y así pasamos la velada, intercambiando impresiones sobre el evento, los contrastes y las sonrisas cruzadas entre el poeta y el político, como si nos conociéramos de toda la vida.
" Terrible lo de Buendía", dijo de repente, husmeando en el ambiente contaminado por tanto funcionario gubernamental en pasarela.
Estaba aún fresco el asesinato del periodista Manuel Buendía , autor de la columna Red Privada, en un estacionamiento de Insurgentes, en los límites de la Zona Rosa; un sector de la colonia Juárez así rebautizado por Cuevas.
A la distancia, aquella celebración de los 70 años de Paz, deriva en un doble homenaje con esta imagen de Cuevas.
En estos momentos, sus cenizas están en ese mismo escenario de Bellas Artes, en la ceremonía del adiós. En la urna funeraria resuenan las palabras pronunciadas por el artista al inaugurar la exposición "El color del amor", el año pasado:
"Cuando llegue el final, quiero ser yo mi última obra".
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(Un encuentro igualmente fortuito me había sucedido años antes, cuando asistí a la Cineteca Nacional al estreno de 1900, de Bertolucci. Entré a la sala de con la película empezada, y ocupé la primera butaca desocupada que pude ver. Mi vecino resultó ser Carlos Monsiváis)
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