jueves, 25 de septiembre de 2014

REGIONALISMO Y RACISMO SUDCALIFORNIANO


Alejandro Álvarez

Tomando como pretexto los actos vandálicos y saqueos realizados por miles de personas en Los Cabos en medio del desastre causado por el huracán Odile, personajes de la vida social y cultural sudcaliforniana han sacado del clóset el viejo discurso regionalista de rechazo a los “chúntaros”, “tlahualilas”, “indios”, “oaxacos”, “chilangos” y otros epítetos más con los que se refieren a todo aquel que no haya nacido en esta media península y de preferencia con varias generaciones previas,  lo que presumiblemente los hace más puros y nobles.  
Es obvio que los hechos referidos de saqueo y rapiña son repudiables y no tienen ninguna justificación, lo que no tiene razón de ser es usar ese acontecimiento para reforzar la vieja idea regionalista de que “el mal viene de fuera” y, peor aún, que toda esa gente "debe ser devuelta a su lugar de origen". 
Desde la forma peyorativa de referirse a las personas no nacidas en Baja California Sur ya asoma ese fétido y rancio olor del racismo y, sin decirlo abiertamente, se trasluce que quienes así se expresan se asumen racialmente superiores a los demás. En el caso específico del hecho que sirvió de pretexto para estos regionalistas acedos está documentado gráficamente que sudcalifornianos (algunos de varias generaciones) fueron también parte de las hordas de asaltantes a los comercios. Pero si vamos a hablar de delincuentes también está probado que los principales hombres públicos que han gobernado la entidad en los últimos sexenios junto con sus cómplices, todos sudcalifornianos  de pura cepa, han sido huéspedes distinguidos de la penitenciaría estatal acusados probadamente de robo, malversación y desvío de fondos públicos. Ya no hablaremos de nepotismo, influyentismo y abuso del poder del cual hicieron gala en su momento. ¿Esa es la raza pura sudcaliforniana que se confronta con los “chúntaros malvivientes”?
Es curioso observar también que el mismo trato que piden para los “indios del interior” sea el que realizan los grupos más conservadores de Norteamérica contra nuestros compatriotas indocumentados que coincidentemente son también referidos con epítetos hirientes por algunos norteamericanos (prietos, espalda mojada, greasers)  . Y también resulta interesante observar que al igual que sucede con nuestros compatriotas en Norteamérica los mexicanos que han llegado masiva mente a BCS a lo largo de las últimas décadas ha sido para desempeñar trabajos que la nobleza sudcaliforniana no sabía hacer o que simplemente no quería hacer. Así han llegado oleadas de obreros agrícolas, trabajadores de la construcción, expertos de los más diversos oficios, artistas, ingenieros, pescadores, profesores, campesinos y hasta políticos, a enriquecer con su trabajo las alternativas productivas de la entidad. De la misma forma en que los mexicanos –y ciudadanos de otros países- han contribuido a incrementar la riqueza de Norteamérica.  
El viejo racismo sudcaliforniano ahora reeditado tiene sus raíces en el aislamiento que prevaleció durante gran parte de la historia de la entidad, las sociedades cerradas son por lo general refractarias  a las influencias exteriores que vienen a trastocar usos, costumbres e ideas. Es más fácil vivir en la comodidad que da la inmovilidad y el estancamiento, las sociedades aisladas se vuelven sociedades conservadoras. 
Es obvio que el reclamo regionalista-racista de “expulsar a los extranjeros” está fuera de contexto y lugar en una sociedad sudcaliforniana  integrada por inmigrantes no sólo de compatriotas sino de otros países, lo preocupante es que esos núcleos conservadores son caldo de cultivo para crear atmósferas de linchamiento contra todo aquello que supongan “extraño”. Resulta también reprobable que instituciones como la Comisión Estatal de Derechos Humanos no haya salido a enfrentar y repudiar estos exabruptos racistas que van en sentido contrario a la sociedad plural, tolerante y diversa que debemos fomentar.

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