Al bajar del vehículo y sus 20 grados centígrados, se me nubló la vista.
El cristal de mis anteojos se empañó con lo que creí el humo de algún incendio en los palmares de los alrededores,tan frecuentes en esta época del año.
Pero no olía a quemado, aunque se respiraba lumbre.
Vapores exacerbados por los verdores, la exuberancia vegetal del oasis después de tanta lluvia.
Incluso la pantalla del cel y el cristal del parabrisas transpiraban. Y tuve que reiniciar el Samsung en dos ocasiones pues se trababa.
El bochorno por sí mismo en pleno Tròpico de Cáncer era insoportable. Y con esa plaga de "bobitos", infernal .
Bobos, bobitos: insectos voladores minúsculos que no pican como los zancudos y jejenes de El Tecolote, pero que atacan en oleadas y se te meten en los ojos, nariz, oídos, y cualquier otro orificio que dejes al descubierto.
Los despachadores de la gasolinera estaban hartos, pues ni el repelente funcionaba.
Busqué la brisa del Pacífico por el rumbo de El Pescadero(a donde iba a supervisar una propiedad), y luego a Los Cerritos, pero la humedad ,el bochorno y la plaga de bobos no cedían.
Pensé entonces en las heroicas cuadrillas de trabajadores de la CFE que me había encontrado a lo largo del camino, reponiendo postes, cables, transformadores trepados en grúas y escalas de hirviente acero.
Intenté refugiarme en el bar del Hotel California, solo para encontrarme a mi amigo Juan, amo y señor de la barra ,ahora desierta, sudando, exasperado, él, tan siempre tranquilo y.afable.
Regularmente ,Todos Santos tiene un clima más benigno que La Paz, pero no hoy, no en estos días después de Odile,y con Rachel aproximándose al sur de la Península.
Le pido a Juan un vaso de agua(no"con", "de" agua), y al servírmelo me dice que siempre que me ve le recuerdo al Pompita Domínguez, y los buenos tiempos de las cabañas y el bar de San Pedrito, propiedad de los Domínguez, donde nos conocimos.
UN sitio privilegiado al que se accedia desde la transpeninsular por una amplia brecha que hasta un camellón natural tenía, con choyas y cardones embadurnados de pintura fosforescente que por las noches se transformaban en espectrales figuras que señalaban el rumbo.
Un destino con trailer park,.alberca, y kilómetros de playa que en la temporada invernal se llenaba de carpas de surfers, y toda esa variada y exótica fauna que suele recalar en estos finisterre.
Allí también se realizaron multitudinarios festivales de rock y jazz, entre otros eventos comunitarios.
En uno de los fines de semana que pasé en las cabañas del Pompita, mi amigo me pidió que lo acompañara a comprar una corona para llevarle a uno de sus más antiguos trabajadores que había fallecido y esa noche estaba siendo velado.
Armados con una botella de tequila abordamos el pick up y nos fuimos al pueblo a buscar la corona.
Empresa que no fue fácil pues ya era casi la medianoche y todo estaba cerrado.
Pero para un Domínguez de profundas raíces todosanteñas, y de la calidad humana del Pompita, el ingeniero agrónomo Francisco Domínguez Castro, ninguna puerta permanecía cerrada a su llamado fuera la hora que fuera.
Una de ellas se abrió, el ingeniero fue invitado a pasar, y al ratillo salió con las dos coronas para su trabajador y amigo fallecido.
Nos enfilamos a la casa del muerto. En una loma cerca del mar, por el rumbo de La Poza.
No creí conveniente acompañar a mi amigo a dar el pésame. Preferí esperarlo en el pick up aferrado a la botella de Don Julio, desde donde podia ver y escuchar el ritual funerario.
Velaban al muerto en un patio bajo un emparrado a la luz cintilante de las velas y lámparas de tractolina.
Los rezos, llantos ahogados, murmullos, entreverados con la letanía del viento frío y el bramido del Pacífico.
"Y luzca para ellos la luz perpetua... Y luzca para ellos la luz perpetua..."
Un fantasma recorría el antiguo asentamiento guaycura: Faulkner -Rulfo.
(El tren Todos Santos/ Comala/.Yoknapatawpha, acaba de partir).
Francisco colocó las coronas sobre el féretro, y se replegó entre los dolientes.
Cautivado por el inusitado espectáculo, no sé cuánto tiempo transcurrió hasta que el Pompita regresó.
Lo que sí sé, es que mi amigo se sorprendió al ver la botella de tequila en sus últimas gotas, por lo que hubo que ir por refuerzos a la Cañada del Diablo.
El fabuloso bar de la amiga Bárbara, la pocha de LA,donde Jim Morrison, Zappa, Zeppelin, Sinatra, alternaban sin transiciones con Chelino Sánchez,Vicente Fernández, Los Tigres del Norte, Laura León, la Leona Dormida, la Banda del Recodo. ..
Bajo el cielo estrellado de la madrugada de diciembre, regresamos a San Pedrito, y nos detuvimos en la brecha de acceso encantados por los espectros del camellón.
Sin pronunciar palabra, copa en mano, nos apeamos. Nos traspasaban las voces, los rezos, los murmullos, los llantos ahogados del velorio,entre el auillido del viento y el rugido del mar.
Hasta que el amanecer devolvió a los espectros su vegetal y emblemática condición original de choyas y cardones.
Ninguno de los dos imaginó que esa sería nuestra última juerga compartida.
Un chubasco arrasó con las cabañas, el restaurante, las frondas de San Pedrito. Y la diabetes de Francisco se agravó.
Años más tarde, un tipo a bordo de uno de esos carritos para clientes especiales, me rebasó en un centro comercial de La Paz.
Iba riéndose a carcajadas, empujado por otra persona igualmente divertida.
Cuando se detuvo y volteó a saludarme, pensé que andaba con unos tequilas entre pecho y espalda.
Sin perder la sonrisa, me señaló la pierna que le había sido amputada.
Poco después, su hijo mayor, un joven veinteañero,.estudiante universitario, sufriò un fatal accidente automovilistico, muy cerca de las cabañas de San Pedrito.
Fue un golpe definitivo, y Francisco solo pudo sobrevivir al primogénito unos cuantos meses.
Gracias, Juan, por el agua. Y por incitarme a remontar aquellas brechas espectrales,.borradas por la furia de los elementos, y el olvido.
(Las fotos son de las cabañas, restaurant bar, playa,.camping de San Pedrito de los Domínguez)
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