viernes, 10 de marzo de 2017

ENRIQUE SERVÍN Y EL ENCUENTRO LITERARIO LUNAS DE OCTUBRE



SERVÍN, CON LOS POETAS LIZARDI Y MIGUEL ANGEL CHÁVEZ, EN LUNAS DE OCTUBRE


Algunas de las experiencias que más me han enriquecido vivencial e intelectualmente los últimos años son ciertas charlas con Daniel Sada sobre Clarice Lispector y Juan Rulfo; una deliciosa plática con Edmundo Lizardi sobre poesía y poetas; el conocimiento de Ana Clavel y su extraordinaria novelística; la relectura de las alucinantes "Noticias de la Península Americana de California", de Juan Jacobo Baeggert (iniciada muchos años atrás en una incompleta serie de fotocopias); el descubrimiento de la impresionante y absolutamente moderna pintura mural de la Sierra de San Francisco y el Cañón de la Giganta, elaborada sobre piedra hace ya varios milenios y, debo confesarlo, incluso la decisión de escribir una concatenación de narrativas tarahumaras, partiendo de los insondables mitos antiguos de la tribu.
Y todo esto se lo debo al Encuentro Literario Lunas de Octubre, de La Paz, Baja California Sur. O mejor dicho, al pequeño y dedicado grupo de promotores y organizadores que durante años no solo lo hicieron posible sino que, venciendo todo tipo de dificultades, lo convirtieron en uno de los eventos más entrañables del acontecer literario en México.
Ahora me entero de que esa generosa tradición, anclada en uno de los espacios más bellos y deslumbrantes del continente americano, corre peligro. La absurda crisis en la que nos ha hundido nuestra despreciable casta política, la cultura de la anti-cultura que ha generalizado el paradigma económico neo-liberal y las omnipresentes intrigas palaciegas que plagan a una sociedad antidemocrática y desdeñosa de las instituciones, amenazan con sacrificarlo.
Porque las Lunas de Octubre eran, por supuesto, una verdadera institución. Una institución cultural y social, basada en el amor al lenguaje y en su trabajo como instrumento de autoconocimiento; de vinculación con el pasado; de creación de intensos vínculos intelectuales entre los individuos y las regiones y, por supuesto, de inteligente proyección al futuro.
Expreso la esperanza de que, aunque yo ya no vuelva a ser privilegiado con otra invitación a las Lunas de Octubre (en varias, inolvidables ocasiones lo fui, y estoy más que agradecido por eso), el generoso encuentro se salve. Estoy seguro de que yo no fui el único escritor cuya vida y cuyo trabajo se enriquecieron con la experiencia, y honestamente espero que en el futuro muchos otros escritores la puedan lograr.

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