El escritor mexicano Enrique Serna, en el arco de la isla Espíritu Santo. |
El buen viaje a la isla comienza con el trato de la tripulación.
Gente joven, sudcalifornianos muy identificados con su tierra nativa, que proveen de chalecos salvavidas , te dan las indicaciones de rigor, y te recuerdan que el tour incluye un ceviche que será compartido en una de las múltiples playas de aguas claras y fina arena del antiguo enclave guaycura y pericú, refugio de piratas y uno de los criaderos de perlas con la mas alta tecnología en el siglo XIX..
Guías profesionales que conocen palmo a palmo la bahía y sus litorales, su maravilloso entorno como el Parque Nacional de Isla del Espíritu Santo, por decreto del 10 de mayo de 2007.
La travesía a la isla,desde Pichilingue- asi llamado por haber sido un enclave de piratas holandeses conocidos como "pichilingues";-, es en sí misma un deleite de los sentidos, en la que la riqueza de la fauna del Golfo de California salta a la vista cuando aparecen los delfines para escoltar a la embarcación, y las mantarrayas emergen del mar para tranformarse en pájaros que vuelan y hacen piruetas saludando al viajero con gran jolgorio.
"Yo nunca las había visto", me dice Enrique Serna, uno de los mas reconocidos novelistas mexicanos del momento, traducido a varias lenguas, que vino a celebrar el cumpleaños 20 de su hija desde la Ciudad de México, que también asombrada contemplaba el espectáculo natural.
A mitad de la travesía, y con la luz del mediodía bañando el magnifico escenario, la lancha se detiene para que quienes lo deseen se echen un clavado y algunos puedan bucear y nadar.
A medida que nos aproximamos a nuestro destino, cobra relieve el parque escultórico natural, de formaciones geológicas milenarias, desde donde llega el murmullo de los lobos marinos, y una gran variedad de aves posan y cantan para ti desde sus refugios en el lienzo de cantera.
Uno de estos escenarios favoritos, es el promontorio de la isla Partida, en realidad un islote, pintado de blanco por el excremento de gaviotas, y rodeado de lobos perezosos, que parecen ya acostumbrados a recibir vistas desde tiempos inmemoriales.
Luego de casi una hora de viaje, nos adentramos a una de las bahías. Las aguas se aclaran, tornasoladas, y dejan ver el fondo como en un acuario
Atracamos, desembarcamos, y cada quien es libre de de hacer lo que guste,con las precauciones debidas, menos olvidarse del deliciosos ceviche, y desempacar la bebida de su predilección.
Tiempo de liberar espíritu y sentirse bendecido y agradecido por estar ahí,en un de lo enclaves ecológicos más ricos y bellos del mundo.
Para mi, el viaje a la isla, fue el complemento de un primer recorrido en busca del tiburón ballena en las inmediaciones del Mogote, la península de arena y manglares, rica en planctón, que penetra la bahía de La Paz.
Claro, siempre con los amigos de Punta Baja.
E. L , escritor y perioddista sudcaliforniano.
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