domingo, 11 de enero de 2015
EL CÁNCER DEL TERRORISMO
Alejandro Álvarez
La prensa de los últimos días está llena de referencias al acto terrorista de París donde once personas de un semanario satírico perdieron la vida a manos de presuntos extremistas islámicos aparentemente inconformes con los cartones que esa publicación ha hecho referidos al Islam. El acto bárbaro ha concitado el repudio de gobiernos y organizaciones civiles de todo el mundo. La solidaridad con Francia ha sido unánime. No podía ser de otra forma. Nada puede justificar ni atenuar el repudio a los actos terroristas de cualquier signo, sea éste ideológico, político o religioso. Aunque se puede rastrear el origen de esta práctica –el terrorismo- miles de años atrás, lo cierto que es que adquirió relevancia cuando grupos civiles recurrieron a ella con el argumento de “acabar con la tiranía gobernante” a finales del siglo XIX, particularmente en la Rusia zarista. Paradójicamente la crítica más sistemática y razonada al terrorismo provino de los grupos revolucionarios marxistas de aquel momento, que en síntesis reprobaban el terrorismo por considerar que provocaba los efectos contrarios a los pretendidamente “revolucionarios” que se buscaban. Que algunos de esos revolucionarios marxistas ya en el poder hayan recurrido al terror para controlar a la población, es otra historia igualmente nefasta.
El hecho cierto es que esta observación crítica de los marxistas rusos de principios del siglo XX sigue siendo esencialmente válida dada la gran cantidad de experiencias que lo comprueban. La Primera Guerra Mundial se desató después de un acto terrorista de un nacionalista serbio. Todos conocen el desenlace, muy lejos de las banderas y metas nacionalistas serbias. Los extremistas islámicos en un primer momento han revitalizado a los grupos de extrema derecha que demandan la persecución y expulsión de los migrantes del norte de África, mayoritariamente musulmanes, en quienes descargan la culpa de la crisis europea. También han desatado los demonios del racismo contra los africanos. Algo muy similar al comportamiento de la derecha norteamericana en contra de la migración latinoamericana y asiática.
Pero si el terrorismo es repudiable por ir en sentido contrario a las causas que dice defender, lo es aún más porque desde el punto de vista humanitario es una práctica criminal que cobra víctimas entre personas las más de las veces ajenas a los rivales de los terroristas. ¿Quién en sus cabales puede justificar que se hagan estallar bombas o que se irrumpa con ráfagas de metralleta en templos religiosos, en medios de transporte masivos, en edificios públicos o en escuelas, produciendo decenas de muertes instantáneamente entre gente inocente? Hay que estar loco para encontrar un resquicio de justificación en estos actos.
Añadamos un tercer elemento pernicioso del terrorismo. Genera fracturas en las sociedades donde se practica y establece una atmósfera de desconfianza, paralización, desánimo y frustración social. Medio ideal para la instalación de gobiernos represivos, persecución indiscriminada de grupos sociales y restricción de las libertades democráticas bajo el argumento de controlar o buscar a los grupos terroristas.
Ningún país o región puede sentirse ajeno o lejos de las repercusiones que hoy aquejan a Europa y a otros continentes derivados de actos terroristas. O de actos esencialmente similares aunque con otra careta. Ahí está el caso terrible de los normalistas de Ayotzinapa, o las decenas de ejecuciones en nuestra ciudad capital o los innumerables actos violentos de grupos que incendian edificios públicos, bloquean vías de comunicación o de plano paralizan amplios sectores de ciudades en el sur de México. Vil terrorismo de grupos criminales que así amedrentan a la población o sectores de ella para el logro de sus fines muy particulares.
Por eso es tan importante la respuesta ciudadana como lo han hecho los gobiernos y pueblos de Europa que no se amedrentan y se unen unánimemente para repudiar al terrorismo, ese cáncer que por momentos parece invadir el cuerpo social.
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