miércoles, 21 de diciembre de 2016

Zona Norte


   Alfonso Muñoz Cáñez

La puerta se abre y entran la dueña del café, su hermana y un hombrecillo de aspecto desagradable. La patrona camina hacia la máquina registradora. La hermana y el hombrecillo toman asiento en una de las mesas cercanas a la barra y asumiendo una actitud inútilmente sospechosa empiezan a platicar en voz baja.  La patrona enciende el televisor. La empleada se lamenta, quisiera que la programación no cambiase los fines de semana. Hace unos días vi a un individuo que desde lejos me miraba con aire preocupado, nos saludamos discretamente, era mi imagen reflejada en un espejo. Don Carlos Campuzano manifestaba siempre, tal vez con demasiada exaltación, su asombro ante el gran parecido que existe entre todos los seres humanos.
Empieza a preocuparme la frecuencia creciente de estas distracciones. Hoy por la mañana le puse otra vez pasta dental al rastrillo de rasurar. Fue una mala mañana, temprano atacó la migraña, y aunque inmediatamente tomé Dihydergot, quedó un dolor leve pero tenaz en la parte izquierda de la cabeza.
    Se enciende el motor de la hilera. Con una jerga, la empleada limpia concienzudamente el mostrador. Es una mujer alta, trigueña, limpia, carentede todo atractivo, sin embargo es prostituta, una prostitutasimplona y desgarbada. Por las noches, cuando cierra el café, lleva clientes a su cuarto y ahí comercia con su cuerpo, con torpeza, a secos empellones, con una sufrida resignación que en cierta forma te agrada. La hermana y el hombrecillo han dejado de platicar. De pronto la calle se anima, son los empleados de los comercios cercanos que se dirigen a sus casas.
 Hace un rato, cuando venías, te detuviste a observar una vez más los ojos de santa Cecilia pintados y repintados por hipnóticos pintores anónimos. Más allá un conjunto norteño con redova, vendedores de elotes cocidos, marineros borrachos.
 Entre  tres y cuatro de la madrugada  la actividad logra detenerse casi por completo. En las loncherías se enfría la comida, las prostitutas platican entre ellas cosas domésticas, los tríos afinan interminablemente las guitarras. Es la crisis, dice unos de los taxistas recordando aquellos días en que a toda hora todo esto estaba llena de gente y había música por donde quiera.
Ha terminado de lloviznar, dentro de un rato amanecerá. Llegó la hora de arrastrar el tololoche, a meter violines y trompetas en los estuches descarapelados. Taxis de ruta parten hacia el Soler, hacia la 5 y 10, hacia la colonia Obrera, hacia la colonia Libertad, hacia la colonia Postal, hacia Otay, hacia el Mariano, hacia el Florido, hacia el Guaycura, hacia Lomas del Porvenir, hacia Torres del Lago. Te detienes a esperar un taxi de ruta a Playas. No hay clientela en la paletería que se encuentra frente a la terminal. La empleada dormita junto a la caja registradora. Una dama en el televisor pronostica para hoy lluvias ligeras sobre la región.



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