Alfonso Muñoz Cáñez
La puerta se
abre y entran la dueña del café, su hermana y un hombrecillo de aspecto
desagradable. La patrona camina hacia la máquina registradora. La hermana y el
hombrecillo toman asiento en una de las mesas cercanas a la barra y asumiendo
una actitud inútilmente sospechosa empiezan a platicar en voz baja. La patrona enciende el televisor. La empleada
se lamenta, quisiera que la programación no cambiase los fines de semana. Hace
unos días vi a un individuo que desde lejos me miraba con aire preocupado, nos
saludamos discretamente, era mi imagen reflejada en un espejo. Don Carlos
Campuzano manifestaba siempre, tal vez con demasiada exaltación, su asombro
ante el gran parecido que existe entre todos los seres humanos.
Empieza a
preocuparme la frecuencia creciente de estas distracciones. Hoy por la mañana
le puse otra vez pasta dental al rastrillo de rasurar. Fue una mala mañana,
temprano atacó la migraña, y aunque inmediatamente tomé Dihydergot, quedó un
dolor leve pero tenaz en la parte izquierda de la cabeza.
Se enciende el motor de la hilera. Con una
jerga, la empleada limpia concienzudamente el mostrador. Es una mujer alta,
trigueña, limpia, carentede todo atractivo, sin embargo es prostituta, una
prostitutasimplona y desgarbada. Por las noches, cuando cierra el café, lleva
clientes a su cuarto y ahí comercia con su cuerpo, con torpeza, a secos
empellones, con una sufrida resignación que en cierta forma te agrada. La
hermana y el hombrecillo han dejado de platicar. De pronto la calle se anima, son
los empleados de los comercios cercanos que se dirigen a sus casas.
Hace un rato, cuando venías, te detuviste a
observar una vez más los ojos de santa Cecilia pintados y repintados por
hipnóticos pintores anónimos. Más allá un conjunto norteño con redova,
vendedores de elotes cocidos, marineros borrachos.
Entre tres
y cuatro de la madrugada la actividad
logra detenerse casi por completo. En las loncherías se enfría la comida, las
prostitutas platican entre ellas cosas domésticas, los tríos afinan interminablemente
las guitarras. Es la crisis, dice unos de los taxistas
recordando aquellos días en que a toda hora todo esto estaba llena de gente y
había música por donde quiera.
Ha terminado de
lloviznar, dentro de un rato amanecerá. Llegó la hora de arrastrar el
tololoche, a meter violines y trompetas en los estuches descarapelados. Taxis
de ruta parten hacia el Soler, hacia la 5 y 10, hacia la colonia Obrera, hacia
la colonia Libertad, hacia la colonia Postal, hacia Otay, hacia el Mariano,
hacia el Florido, hacia el Guaycura, hacia Lomas del Porvenir, hacia Torres del
Lago. Te detienes a esperar un taxi de ruta a Playas. No hay clientela en la paletería
que se encuentra frente a la terminal. La empleada dormita junto a la caja
registradora. Una dama en el televisor pronostica para hoy lluvias ligeras
sobre la región.
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