Alejandro Álvarez
Como todos los domingos del verano Rodolfo y
su familia prepararon temprano lo necesario para pasar el día en la playa.
Rodolfo sacó sus palas y cubetas para construir montañas y castillos de arena.
Sus hermanas mayores y sus padres montaron en la camioneta todo lo necesario
para sobrevivir bajo el solazo y el calorón de julio, como un toldo para
levantar una sombra, agua, hielo y mucho ceviche con tostadas, entre otras
cosas.
En media hora llegaron a su playa favorita por
la frescura y tranquilidad de sus aguas. Todos acarreaban algo al bajar,
bolsas, hieleras, tubos, toallas, sillas, lonas, y Rodolfo sus cubetas y palas.
Parecían una hilera de hormigas. En media hora montaron el campamento y
corrieron a meterse al agua entre gritos y empujones. Rodolfo se acomodó su
gorra y se sentó cerca de la orilla a escarbar y apilar arena húmeda. En esas
estaba cuando se acercó don Fernando, su papá, quien tomándolo de la mano le
dijo:
- Rodolfo llegó el momento de que aprendas a
nadar, anda ven.
El pequeño nunca pensó que algún día él se
metería al mar como sus hermanas. Creía que por siempre su lugar estaría donde
las olas apenas le mojaban los pies y si acaso las rodillas.
Montado en las espaldas de don Fernando,
agarrándolo muy fuerte del cuello con sus brazos y enredándole la cintura con
las piernas, sintió como llegaban hasta un punto donde la profundidad del mar
era mayor que su estatura. Una especie de temblorina le invadió y más se
apretaba contra su papá.
- Lo primero será que aprendas a flotar, pon
el cuerpo flojo y ten cuidado de no tomar agua –dijo el padre poniéndolo boca
arriba sobre la superficie del mar sosteniéndolo por la espalda y las piernas.
Rodolfo creyó que se hundía e intentó
enderezarse sintiendo cómo el agua salada entraba por su nariz y boca
provocándole mucha tos. Rodolfo llorando
a grito tendido se resistía a seguir las lecciones pero después de ser
reconfortado y tranquilizado aceptó continuar. Después de muchos intentos por
fin se mantuvo a flote sin ayuda de su padre y así estuvo por varios minutos
después de los cuales volvió a los brazos de su papá sonriente y satisfecho.
- Ahora,
dijo don Fernando, debes saber que para flotar no siempre vas a estar
quieto y cuando quieras ir de un lugar a otro en el mar lo que te mantendrá a
flote será el movimiento apropiado de las piernas y los brazos, así que ahora
vas a patalear y a bracear.
Tomado de las manos, pero ahora con la cabeza
levantada mirando al frente Rodolfo aprendió a patalear y a mover los brazos en
el agua, y así pasó el tiempo hasta que de la playa se oyeron los gritos de
doña Paz, la mamá de Rodolfo, que los llamaba:
- ¡A comer palomilla! Y todos, como amenazados por una feroz bestia
marina salieron raudos del mar y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban
sentados bajo la sombra del toldo alrededor de la olla del ceviche y las
tostadas. Cuando casi acababan de vaciar la olla se dirigió don Fernando a
todos para contarles de los avances en el aprendizaje de Rodolfo en la natación
y le aplaudieron y abrazaron.
Después de reposar la comida la familia volvió
a meterse al agua y continuaron las clases de natación de Rodolfo. Al
atardecer, con los clásicos colores rojizos y violáceos en el horizonte, se
veía a Rodolfo haciendo solo sus primeras “flechitas” aguantando la respiración
y braceando bajo la superficie del mar bajo la mirada vigilante de don
Fernando.
Ya de regreso, en los brazos de doña Paz,
Rodolfo a punto de dormirse pensaba que los días de hacer montañas y castillos
de arena habían terminado. De hoy en adelante sería como un pez en el mar.
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