miércoles, 30 de abril de 2014

LA CÁRCEL SIN PUERTAS DE MULEGÉ



MULEGÉ,BCS.-Este edificio, hoy convertido en museo, albergó la "Carcel sin puertas"de Mulegé, de la que el autor de El otro México, Fernando Jordán, dejó el siguiente testimonio:

"(...)En Mulegé no hay más
analfabetos que los niños de pecho y a falta de
escuelas superiores poseen una extraordinaria
institución de formación humana: La
"universidad" de Sanginés, la prisión territorial
del sur bajacaliforniano.
Tal vez, entre todas las historias del País de los
Oasis, esta de la prisión de Mulegé sea la más
hermosa. Los hechos que me llevan a escribir tal
afirmación son bien simples. He aquí una cárcel
donde van a parar todos los criminales del
Territorio Sur; una cárcel igual a todas, rodeada
de grandes muros exteriores aserrados en
aspilleras y adornados en las esquinas por
almenas agresivas. La entrada la defienden dos
imponentes puertas enrejadas.
Es una prisión, físicamente, igual a todas, pero...
Pisando el umbral viene la primera sorpresa no
hay celador de guardia, las puertas están
abiertas y se pasa por ellas tan libremente como
por las de una biblioteca pública. Las celdas
interiores están vacías y es necesario internarse
por los corredores para poder encontrar a un
informante. Si le encuentra puede sostenerse
con él un diálogo semejante al que sigue:
Buenos días, amigo, ¿es usted empleado de
aquí?
No señor, soy preso.
¿Es usted el único?
No señor, somos cuarenta.
¿Y dónde están los demás?
Trabajando.
¿Pero dónde?
Bueno... Unos cortando dátiles, otros pescando,
algunos están precisamente detrás de esta
loma, construyendo un hospital.
¿Y los guardias?
También se fueron a trabajar.
¿Escoltando a los presos?
No, señor, los presos no necesitan escolta.
Nosotros tenemos nuestras labores y los
guardias la suyas. En ocasiones trabajamos
juntos.
¿Pero quién los vigila?
Nosotros mismos.
¿Y nadie escapa?
Nadie escapa.
¿Y tú? ¿No trabajas?
Yo trabajo aquí señor. Cuido de la prisión.
A las seis de la tarde de todos los días el preso
que cuida de la prisión hace sonar un caracol. La
llamada reúne a la guardia que viene armada,
no de rifles sino de picos y palas. Después viene
un oficial y pasa lista y veinte minutos después
llegan en fila india los 40 presos. Un sargento
comprueba que no falte nadie y un soldado
recoge por inventario las herramientas que
traen los presidiarios. A una llamada los presos
se forman y marchan hacia la prisión; tras ello,
las puertas se cierran. De noche, la penitenciaría
territorial no tiene las puertas abiertas.
Entre los jefes, guardias y presos la prisión no
lleva ese nombre. La conocen por Universidad:
"Universidad de Sanginés" ya que con el nombre
de ese general fue construida hace poco más de
veinte años. Lo de "universidad" se dice en
broma, pero también en serio; posiblemente
más en serio de lo que se supone. El alcaide me
ha dicho: "¿No piensa usted que el hecho de
quitarles toda idea de que son penados es un
factor psicológico de importancia en su
regeneración?"
La "universidad" de Sanginés tiene su
reglamento y sigue un sistema exclusivamente
suyo en el manejo de sus "estudiantes". Todo
sentenciado que llega a la prisión de Mulegé
pasa por una etapa de observación. Durante
este periodo, a pesar de lo que pueda
imaginarse nos son los guardias quienes vigilan
al recién llegado son los presos mismos. Se le
concede igual libertad diurna que a todos los
demás y sale, al igual que ellos a las cinco de la
mañana. Naturalmente, cuando el preso sale es
porque tiene algo que hacer, un trabajo que
desempeñar. La ocupación se la consiguen sus
compañeros o sus jefes, lo mismo da. El primer
día de salida es observado celosamente por los
otros penados. Si a las seis de la tarde, al son
del caracol regresa voluntariamente en tal
sentido rinden un informe verbal al jefe de la
guardia; si, por el contrario, el preso quiere
aprovechar la noche para huir, sus compañeros
le convencen de que debe volver, y esto lo
hacen con buenas o con cualquier otro tipo de
razones, puesto que ellos son los responsables.
Con base en los informes de los presos, el jefe
de la prisión decide si es merecedor de su
confianza o si su comportamiento merece un
castigo de encierro. Casi por costumbre, todos
los presos con acreedores a una ilimitada
confianza desde el primer día.
Y así, condenado a dos o a veinticinco años de
prisión el reo sale todas las mañanas para
volver al anochecer. Nadie lo vigila, hace su
trabajo a gusto, gana honestamente su dinero y
si continua comportándose bien, no llegará a
sentir que un juez le ha condenado a pasar
buena parte de su vida en prisión.
En cierta forma, Mulegé, el poblado, es la
verdadera prisión de los criminales del territorio
Sur, aunque ocasionalmente la libertad parcial
que se les concede sea más amplia que los
límites del poblado. Los muleginos han visto
siempre este estado de cosas con una tal
naturalidad que explica por sí sola la
generosidad de este pueblo bajacaliforniano.
Para ellos, estos hombres no son criminales, ni
enemigos de la sociedad; son simplemente
hombre a quienes adversas circunstancias
colocaron en una situación de pugna contra los
preceptos de la ley. La actitud de los muleginos
hacia los reos de Sanginés tampoco es de
piedad o de lástima. Por lo que puede
observarse, los tratan como a braceros, y les
tienden la mano proporcionándoles trabajo que
justifique sus salidas diurnas y les deje dinero
para sus gastos personales. En algunos casos
entre nativos y reos se ha creado una atmósfera
de confianza y se tratan entre sí como
verdaderos amigos.
Por esa noble actitud de los muleginos, los
"universitarios" de Sanginés tienen empleos casi
fijos como cortadores de dátiles, ayudante de
pescador, albañiles, peones, etc. No se les
explota en forma alguna, porque además de
que los muleginos no acostumbran hacerlo con
nadie, el jefe de la prisión se encarga de
comprobar que les paguen salarios justos. En
Mulegé y alrededores, los reos devengan, por lo
menos, el salario mínimo que corresponde a la
región.
Los muchachos de Sanginés, por su parte,
corresponden a esta confianza. Desde que el
extraordinario régimen fue puesto en práctica,
en el pueblo no se ha registrado jamás el menor
delito. Por lo general, es cosa harto sabida que
cualquiera de los presos que haya obtenido la
confianza del jefe y que por tanto sale de día,
es persona absolutamente honorable y puede
confiarse en ella ciegamente.
Por lo que se refiere al mutuo trato entre
pobladores y reos, hay dos únicas y terminantes
prohibiciones: no beber, no bailar. Quien
comete una violación a esta disposición se
expone a perder definitivamente la parcial
libertad. Los días de baile en Mulegé, los
presos, si lo desean, pueden obtener permiso
para acercarse a escuchar la música. Esas
noches puede encontrárseles sentados sobre la
banqueta, frente a la casa donde hay
celebración, charlando entre sí mientras las
parejas, a sus espaldas, danzan.
En cierta ocasión, un preso, que además de
criminal era un desequilibrado mental,
aprovechó una oportunidad y se fugó. ¿ Queréis
saber lo que hizo en aquella ocasión el jefe de la
prisión?
La cosa fue muy sencilla. Al día siguiente, antes
del amanecer hizo ensillar el mejor caballo que
se pudo conseguir en el pueblo, bajo el arzón
colocó un rifle 30-30, alimentos en las cantinas y
unas mantas a manera de tiento.
Una vez que estuvo listo el caballo hizo llamar a
uno de los reos que en sus días de libertad
había sido un magnífico vaquero y cazador.
Oye -le dijo-, ¿ sabes que se fugó anoche
Manuel?
Sí, señor.
¿ Crees que podrías localizarlo y traerlo si
tuvieras maneras de alcanzarlo?
¡Sí, señor!
En este caso, ahí afuera te espera un buen
caballo, listo con armas de defensa contra las
fieras, agua, comida y cobija. ¿ Te bastará con
eso?
Sí, señor.
Pues entonces, vete a buscarlo. Cuanto más
pronto vuelvas será mejor.
Y el preso se fue tras el prófugo. Siguió sus
huellas varias horas. La perdió, la volvió a
encontrar. En veinticuatro horas recorrió más de
doscientos kilómetros sobre la sierra y el
desierto. A los dos días exactamente regresó el
preso -cazador. Sobre las ancas del caballo
cabizbajo y arrepentido venía el prófugo. Desde
entonces hasta su muerte (hace un par de años)
nunca más intentó otra fuga.
En cuanto al preso convertido en sabueso,
entregó caballo y rifle y volvió a
su vida: cotidiana mitad prisión, mitad libertad.
Por su trabajo recibió 20 pe-
sos que el jefe de la prisión cargó en la cuenta
de gastos como " horas extras del
penado X".
Me olvidaba decir: el ex cazador devolvió todos
los cartuchos. No tuvo necesidad de disparar un
solo tiro."

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