El domingo siete de diciembre fue hallado, al pie de una barda, el cuerpo de una joven con un tiro en la cabeza. El hallazgo se hizo en la carretera México-Ajusco en la delegación Tlalpan del Distrito Federal. El cadáver fue trasladado ese mismo día en carácter de desconocida al anfiteatro de esa delegación. Poco después fue identificada por sus padres, era Anayeli Bautista Tecma de veintitrés años de edad, estudiante de la Facultad de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Anayeli había sido reportada como secuestrada dos semanas antes y denunciada por sus familiares ante la Procuraduría capitalina. Sus captores exigían dos millones de pesos por su libertad, dinero que sus padres, familiares y amigos no pudieron reunir. La nota no apareció en ningún titular de los diarios, si acaso apenas escondida en alguno de ellos, como una caso más de la violencia prevaleciente en esa zona capitalina. Semanas antes un grupo de ocho deportistas entre los que se encontraban los conocidos triatletas olímpicos Fabiola Corona y Carlos Probert habían sido también secuestrados en esa misma delegación. De inmediato un grupo experto de la Policía Federal entró en contacto con los captores y negociaron el rescate. En pocas horas los deportistas estaban en sus casas. Qué bueno por los deportistas.
Pero Anayeli era un personaje singular, sólo era una estudiante destacada. Obtuvo de los más altos índices de calidad en su examen de ingreso a la facultad. Obtuvo reconocimientos como alumna de excelencia y apareció repetidamente en las listas de los estudiantes de alto promedio. Sólo era eso.
Por Anayeli no salió nadie a la calle a manifestarse, ni pintaron paredes, ni lanzaron cohetones contra la policía. Mucho menos se hicieron huelgas, ni se acusó “al Estado” de su muerte, ni a ningún funcionario de gobierno se le señaló como responsable del hecho. Tampoco habrá declaraciones de gente importante nacional o extranjera exigiendo el esclarecimiento de su crimen, ni castigo para los asesinos. Por Anayeli no se harán ruedas de prensa del procurador o del secretario de gobernación para dar pormenores de los avances de las pesquisas. Anayeli no pertenecía a grupos de presión, ni era líder de estudiantes, ni se amparaba en nadie para hacer lo que creía necesario hacer. Anayeli era sólo una estudiante destacada cuyos familiares y amigos no pudieron reunir dos millones de pesos para devolverla a su hogar.
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