Cuando Toñita Beltrán, autora de la
columna Farándula(D 29), habló por primera vez del Bibliorock, nunca imaginó
que estaba firmando el acta de bautizo de uno de los personajes señeros de las
últimas décadas del ambiente cultural -en el sentido amplio del término- de la
frontera bajacaliforniana.
Cronista todo terreno, editor, promotor
de conciertos , crítico musical- no exclusivamente rockero-, productor y
conductor de radio.
Todo un estuche de monerías en un
hombre menudo, bajito, con una cabellera oscura y crespa que se elevaba sobre
una frente diminuta, conformando una especie de fronda cargada de
electricidad, de hongo atómico al que algunos encontraban forma de micrófono
antiguo.
Nunca aprendió a manejar. Se desplazaba
en peseros desde su casa en playas, hasta la sede del Diario 29, en el otro
extremo de la ciudad, en la delegación La Presa.
Tenía un suplemento semanal de rock en
la sección cultural y de espectáculos a mi cargo, y además colaboraba con la
página diaria.
No había tema que le fuera ajeno,
incluyendo la política, y deportes como el boxeo, una afición compartida;
materia que dominaba con una erudición tan asombrosa como su cultura
rockera.
Era un periodista natural, al estilo
del new journalism estadunidense de los sesenta, que sorprendía con sus giros
retóricos y analogías: Tijuana Mesopotamia, y su Paseo de los Héroes desdoblado
en el freeway 5, en una invitación a un viaje en el tiempo a las entrañas de la
polifónica California.
Octavio iba y venía a Los Ángeles,
donde participó en varias aventuras editoriales y la organización de
tocadas con otros compañeros de ruta, border boys, como Enrique Blanc.
La primavera de 91 fuimos en pareja a
cubrir los conciertos, el Coming Home, de Carlos Santana, a la monumental de
Playas de Tijuana.
El cuerpo de seguridad, todos gringos
de peso completo y con un pobre español, nos impidió el paso hacia el
escenario, al ruedo.
Ya me había resignado a ir a buscar un
lugar en el atestado graderío, cuando el Bibliorock Hernández les empezó a
recetar a los guardias del promotor Bill Silva, un discurso sobre la soberanía
nacional.
Lo que fue aprovechado por otros
colegas, y oportunistas de rigor, para hacer causa común y finalmente lograr
desbordar a los guaruras imperiales, y entre empeñones y mentadas, colarnos
hasta alcanzar la orilla del stage, donde ya el padre de Carlos había
inaugurado la fiesta acompañado por el mariachi.
Ya consolidada la amistad, de la mano
de Octavio viví juergas inolvidables con grupos como La maldita vecindad,
recorriendo los antros de la Zona Norte, con el Rocco poniendo en la rocola
a Pedro Infante hasta el amanecer.
Y esas after hours fueron materia de
infinidad de crónicas y reportajes.
Al cerrar el Diario 29, pasamos al otro
lado de la frontera, a fundar el San Diego Hoy, primer diario en español de The
America's Finest City.
Y se reiniciaron los recorridos por los
días y las noches de sur de California. Contagiado por la vitalidad, el placer,
la pasión de Octavio por el trabajo dentro de la fiesta.
Una vocación totalmente desinteresada,
que se bastaba a sí misma para convertir todo lo que tocaba en texto
periodístico, en prosa voraz y feliz.
El trabajo de un hombre íntegro,
siempre viviendo al día, por la libre, sin más respeto por el dinero que el
estrictamente necesario para recargar la pila, saciar la sed, y seguir en la brega.
Aferrado a Tijuaneo, su última aventura
editorial, a pesar de los contratiempos económicos.
Un hombre auténtico. Siendo nativo del
DF, no bastaron sus tres décadas de residencia fronteriza para que olvidara su
acento chilango.
Buen viaje, Octavio, tuve el placer de
tenerte en algunas Lunas de Octubre, el encuentro de escritores en La Paz y Los
Cabos, la ciudad de Rosalba, tu "dama", como caballerosamente
llamabas al amor de tu vida.
La querida amiga que al enfermarse y
tener que regresar al Puerto de Ilusión, te dejó en la más profunda soledad,
como me lo confiaste la última vez que nos vimos en el Felino, allá en Tijuana,
en noviembre pasado.
Qué dirá ella ahora que ya no estás,
que ya te nos fuiste.
Como dice el poeta juarense, Miguel
Angel Chávez, "la cofradía de Lunas...llora a su Bibliorock".
Cómo nos gustaría a tantos leer una
crónica de tu travesía. Toñita, entre ellos.
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