martes, 6 de septiembre de 2011

LA RUTA DEL COBRE (Crónica)*



Felipe Zúñiga Meza
Todo empezó por mi afición a la geología, algo que muchos cachanos traemos pegado a la piel y aunque soy originario de Isla San Marcos, en la Isla se vive de la tierra también; de hecho todos allí llevamos la tierra en la piel.
La llamada tuvo primero una grata sorpresa por venir de un amigo de siempre con quien no conferenciaba desde meses atrás y segundo por el motivo de la llamada; se trataba de caminar y montar a caballo por los largos, sinuosos y abruptos arroyos del legendario distrito minero “El Boleo”: “El Infierno”; “La cuatas”; “Las Palmas” y “El Yaqui” –el mas largo, el mas bello y con un Oasis al pie de la montaña.
Íbamos a seguir La Ruta del Cobre.
Mi amigo –quien además es mi compadre-, es un Geólogo consultor exitoso. Tiene experiencias en diferentes puntos del continente, además de contar con una basta experiencia en este Distrito Minero el cual tiene entre sus muchas características el de ser único en el universo. Cachanía de origen, Jorge Rafael Gallardo Romero que, como buen cachano, tiene su apodo: “Falito”, al igual que su padre.
“El Boleo”, como sabemos, fue una empresa mineral de capital Francés que explotó el Cobre aquí, también sabemos que fundó Santa Rosalía en 1885, donde se fundía todo el mineral para obtener el ampollado y macizo metal, valioso en aquellas épocas de guerras irracionales y valioso también  para otros mas afortunados lugares del orbe a finales del siglo pasado. El mineral era extraído de la entrañas de la tierra por medio de túneles y socavones que después fueron grandes minas productoras  de Cobre que pusieron a este puerto y mineral en la escala mundial.
Los minerales de Cobre están depositados en la formación geológica que lleva ese legendario nombre, “El Boleo” y fueron geólogos franceses quienes así la denominaron tiempo después de haber descubierto el mineral que le dio nombre y fama a este Distrito Minero: “La Boleíta”, hermoso cristal de estructura cúbica y de color azul intenso dispuesta regularmente en una matriz arcillosa y en forma de “bolas” y en compañía de otros cristales como la paracatamita, la pseudoboleíta, la cumengita, entre otros. 
La formación “Boleo” no es otra cosa que una de las capas que tiene el subsuelo de esta cuenca minera, donde tenemos –en sentido descendente-, la formación Santa Rosalía que es la que nos rodea superficialmente y que está compuesta esencialmente de conglomerados; la formación “Gloria” que son los horizontes de tierra amarilla con algunos tonos blancos y presencia de fósiles marinos y que los lugareños conocemos como “caliche”. Debajo de “Gloria” sigue la formación “Boleo” donde –como había señalado anteriormente- se encuentra la zona mineralizada. Mas abajo se encuentra el basamento, denominado formación “Comondú”, precisamente porque sus principales manifestaciones al aire libre se dan en esa comunidad y que podemos apreciar en los cerros de la Sierra  “La Giganta”. Existe también la formación “Infierno” que tiene características similares a la formación “Santa Rosalía” y la joven formación “Tres Vírgenes” que son las lavas emanadas por el volcán del mismo nombre.
Los mantos del “Boleo” fueron ubicados principalmente entre los arroyos  “Santa Rosalía” o “Viejo Boleo”, conocido después como el arroyo “Del Yeso” –al extremo Norte del distrito minero- y el arroyo Santa Águeda o “San Luciano” en el extremo Sur del Distrito Minero teniendo como intermedios los arroyos: “La Soledad” que tenía como su mina principal “La Amelia”; arroyo “Purgatorio” con sus minas “San Francisco”, “San Luís”, “California” y “La Ley”; el arroyo “Providencia” donde esta situado este puerto y mineral y donde se explotaban minas como “San Guillermo”, “Carmen” y “San Alfonso” ; arroyo “El Montado” donde se explotaba la mina con el mismo nombre y el arroyo “Santa Águeda”, al extremo sur del Distrito donde se explotaba la mina “San Luciano” de las mas famosas en su época, por su enorme torre para maniobrar un pesado malacate y transportar el mineral a este puerto a través de los cerros y en canastillas cual moderno telesférico.
Como podemos apreciar, la explotación del Cobre se circunscribió a esa área limitada por los arroyos: “Santa Águeda” y “El Viejo Boleo”. El mineral extraído pues, estaba depositado en mantos; después vino un nombre que puso de nuevo en el mapa mundial al vetusto Distrito Minero “El Boleo”: “La Tenorita”; un Sulfuro de Cobre que al parecer se encuentra diseminado –esparcido-, principalmente en la zona Noroeste del Distrito Minero, dando con esto la esperanza de volver a vivir de la minería a un Pueblo que tiene demasiadas limitadas sus variables de desarrollo.
Llegamos a donde nace por un extremo el arroyo “El Infierno” un poco tarde. Jorge se había demorado en la estación de combustible por aquello de que hacen corte de caja a esa muy de mañana, perdiendo allí más de una hora. Aunque la demora no significo nada,  iniciamos nuestro descenso de mas de cien metros por una zona –la mejor que encontramos-, sumamente empinada y resbaladiza. La tracción a mis piernas le causaron estragos de tal manera que al terminar el descenso, estaban temblando de cansadas –mal comienzo, me dije.
Ya abajo y después de un emparedado de crema de cacahuate, mermelada y jamón serrano, iniciamos nuestro recorrido aguas abajo recorriendo la senda que  recorrieron el Padre de la “Cumengita”; el Geólogo francés, Edouard Cummenge, en 1892, quien montado en su macho blanco recorrió todo el Distrito Minero realizando importantes descubrimientos inherentes a la mineralización del Cobre en “El Boleo” y, Wilson, de quien no recuerdo su nombre pero es quien hizo el trabajo geológico de mas detalle en esta zona.
Precisamente recorrer y verificar los detalles de Wilson era nuestra ruta; seguir “La Ruta del Cobre”.
Nuestro recorrido fue dentro de lo normal, no sin antes mi compadre estuvo a punto de pisar una víbora “Cascabel”, hasta ese entonces recordó no haber traído el antídoto. Seguimos hasta llegar a un precipicio que me crispo los nervios –ahí confirme que mi vértigo es en serio-, abajo un manantial conocido como “Las Palmitas” nos esperaba con su agua fresca; Jorge buscó la mejor ruta de descenso  y sin tardarse mucho me dijo: -es por aquí-, cambiando de repente su rostro serio por uno de felicidad al encontrar una falla geológica señalada por Wilson en sus estudios y que él habría de verificar en sus componentes de rumbo, sentido de desplazamiento, altitud y otras menudencias que hacen los Geólogos con la tierra y las piedras –mi compadre es del que las prueba y las acaricia como si fuera la cabecita de su hijo Carlitos.
Después, lo más difícil para mí. Un nuevo descenso me esperaba y en lo que duró, prácticamente iba untado al cerro. –No seas culón- me dijo mi compadre, con el cuento que él, es una chiva para andar en los cerros, -yo te guiaré por un lugar seguro. Así llegamos al manantial; un lugar inhóspito, aunque bello y  aun conserva restos de actividades pasadas.
Llegamos después de tres horas de caminar a la bifurcación que separa la afluencia donde iniciamos nuestro recorrido y el otro brazo del arroyo “El Infierno”, donde pudimos apreciar los diferentes horizontes de las formaciones geológicas que antes mencionamos. El Gran arroyo “El Infierno” no fue productor de Cobre, de sus entrañas sacaron muchas toneladas de Manganeso, mineral con mucha presencia en este lugar donde alguna vez existió un Pueblo con el lúgubre nombre de “Lucifer” y donde aun se pueden apreciar restos como mudos testigos de la explotación minera.
Después de siete horas de andar y de terminar el trabajo que mi compadre habría de realizar, salimos arroyo abajo y donde nos esperaba el Papá de Jorge, quien nos llevó de regreso a Rosalía, cansados, pero satisfechos del recorrido.
Al día siguiente recorrimos la barranca conocida como; “Las Cuatas”, esa que hace que se nos erize la piel cuando subimos la cuesta del “Infierno”. Es corta, pero sinuosa y hay que sortear muchos obstáculos, lo que la hace cansada y te hace perder mucho tiempo. Lo interesante de esta cañada es su salida, ya que ahí se pueden observar grandes afloramientos de Yeso. Luego en automóvil recorrimos un poco el arroyo “Las Palmas”, para después caminar por interminables veredas donde Jorge hacia su trabajo, saliendo de esos silentes arroyos y cañadas después de seis horas, en lo personal con mis piernas a punto de estallar.
El último día fue mas tranquilo, ya que después de recorrer el mismo arroyo en auto, llegamos hasta donde nos esperaba Don “Pepe” López con sus bestias para hacer el siguiente recorrido; El Arroyo “El Yaqui”, el cual tiene un hermoso Oasis al pie de la montaña donde nace. Lleno de vegetación, palmeras y mucha agua fresca, cristalina… un lugar prístino.
Iniciamos el recorrido después de que el experto en las bestias y el experto en las piedras se pusieron de acuerdo. Fue un recorrido pesado pero inolvidable y en ocasiones a la orilla de profundos barrancos. Yo jamás había montado por lo que “Pepe” me asignó a la “Prieta”, la mula más tranquila; caminamos por interminables arroyos de piedra y subimos por empinadas veredas, donde Jorge solo observaba y de cuando en cuando anotaba en su bitácora y en su mapa. Llegamos al Oasis, cerca de un afloramiento de Manganeso –al extremo Norte de “Lucifer”- hacia donde al parecer termina la cuenca del “Boleo”.
Regresamos después de seis horas de cabalgar. –Te felicito “Gato”- me dijo el experto en la bestias, aludiendo al apodo heredado de mi familia. –batallé mas con Pedro Mayou- agrego en tono burlón. -Fue un viaje increíble- le respondí por mi parte.
Habíamos concluido en recorrer “La Ruta del Cobre”, donde espero que el trabajo que mi compadre hizo algún día pueda publicarse; lo que si puedo manifestar es que lo que nos llevó a esos inhóspitos y abruptos lugares que todos los nativos debiéramos conocer, es la ruta que le sigue el hombre contemporáneo al Cobre que algún día explotaron los franceses con manos de nuestros antepasados.
“La Ruta del Cobre” –me dije-, una ruta que, aunque cercana, permanece lejos y que despierta el interés de algunos y la codicia de otros.
*Publicada en Septiembre de 2000

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