Hace algunos años, con motivo del 50 aniversario de la secundaria Morelos, escribí una nostálgica columna de la que aquí comparto los siguientes párrafos:
Las horas más ansiadas eran las de Educación Física, pues nos trasladábamos a los campos de la Casa de la Juventud, recién inaugurada por el presidente Adolfo López Mateos, donde nos esperaba la extrovertida figura de Anselmo Romero, la primera imagen que del pensamiento subversivo, de izquierda, tuvimos quienes ya mostrábamos interés por el tema político.
Anselmo era el otro extremo ideológico del Establishment de la Morelos, encabezado por el Tablita y el Macanita, obviamente fervorosos defensores del régimen de la Revolución Mexicana, entonces en la etapa álgida del “desarrollo estabilizador”, sin las crisis económicas y morales que luego se harían recurrentes y terminales.
Entre ejercicio y ejercicio, Anselmo nos hablaba de otras revoluciones: la soviética, la cubana, la china, y de las guerras imperialistas en Indochina y Latinoamérica. Castro, el Che(todavìa ministro cubano), Mao, Trotsky, pero sobre todos ellos, uno muy nuestro: Benito Juárez García, el Benemérito de las Américas.
Estos eran los nombres propios que el profesor de Educación Física pronunciaba con una familiaridad que pronto hicimos nuestra, a la vez que empezamos a leer revistas como Sucesos y Siempre!, periódicos como El Día, y a escuchar Radio Habana por onda corta.
Quizás sin proponérselo, Anselmo asumía el Gimnasio en el sentido griego.
La raíz etimológica de gym, significaba y significa desnudez. La gymnasia, entonces, sería el movimiento armónico, librador, holístico, de los cuerpos y las psiques al desnudo.
El gimnasio platónico, no era solamente el espacio para el despliegue del músculo y la sacudida visceral, somática, sino también para el ejercicio de las potencias de la inteligencia, el instinto creativo en las artes y en las ciencias.
“Cuerpo sano en mente sana”, era la consigna de los pedagogos helenísticos actualizada por Anselmo. No adoctrinaba como el fanático clerical o revolucionario, discurría, exponía, compartía su visión del entorno inmediato, la nación y el mundo.
Un complejo mosaico de realidades entrelazadas en el lienzo de la Historia… materia por cierto favorita de otro profesor de “educación física”: Román Pozo Méndez, otro de mis más recordados maestros.
.
Anselmo exponía y preguntaba. Te invitaba a subir a la Palestra, otro concepto herencia de la cultura griega, que como el gimnasio derivó de la cultura física a la cultura integral del cuerpo y del alma: del escenario de las competencias luchísticas, al foro del debate intelectual, la expresión artística y la difusión de la cultura.
Cronista de su tiempo, sabía imprimirle a sus estampas históricas la carga dramática que se nos regateaba en las aulas con los tediosos dictados por parte de mentores perezosos y anquilosados.
Entre todas las estampas del amplio repertorio anselmista, me quedo con una que vuelvo a escuchar como si estuviera bajo la sombra de los tabachines o en el dog out de los mágicos campos de la Casa de la Juventud:
El retorno de Margarita Maza de Juárez al país, a la patria salvada por su amado Benito, el Presidente Benito Juárez García, convertido en la figura universal del momento, al lado de Lincoln, por su épica resistencia itinerante, republicana, a la invasión francesa de Napoleón III, y su triunfo final sobre el usurpador Maximiliano, fusilado en el Cerro de las Campanas, luego de sortear, implacable, impertérrito, tremendas presiones internacionales, y el muy personal ruego de las esposas(una de ellas embarazada) e hijos de Marimón y Mejía..
Durante el exilio en Nueva York, la familia Juárez había perdido dos hijos, muertos por complicaciones respiratorias propiciadas por la falta de calefacción, y otras carencias producto de la modestia económica, el decoro republicano asumido por Juárez, seguido al pie de la letra por su embajador en Washington, Matías Romero, con el mar de fondo de la Guerra de Secesión estadounidense.
Margarita y familia llegaron a Veracruz bajo la amenaza de secuestro de Antonio López de Sana Ana, quien se había pertrechado en una fragata en esas aguas. En carrozas, siguieron su apoteótica marcha hacia Orizaba. En un carruaje jalado por mulas iba el equipaje, y en la carroza grande iban los ataúdes de Toñito y
Pepito.
Luego de pernoctar en Puebla, que como todo México había echado sus campanas al vuelo, la mañana del 23 de julio de 1867, la primera dama del momento ecuménico, Margarita y familiares, vivo y muertos, enfilaron rumbo a la Ciudad de México.
El presidente Juárez, Benito, fue a tan esperado encuentro en el pueblo de Ayotla, elegido para evitar los tumultos de una patria alborozada, y los flashazos de la prensa mundial, sobre todo de la Europea.
El Benemérito llegó en su emblemático carruaje negro, estrenando levita y un bastón de mando obsequio del pueblo zacatecano al paso de su marcha triunfal hacia la capital de la República restaurada. Bajó del carruaje con la prestancia de un hombre enamorado, y con un ramillete de flores en las manos camino hacia Margarita, todavía escoltada por el ejército Republicano, quien también fue hacia su hombre, el Gran Hombre.
En los últimos metros Juárez aceleró el paso, trotó, corrió. Margarita y Benito se fundieron en un abrazo, para luego postrarse ante los cuerpos de sus hijos muertos en el exilio neoyorquino, y besar su frente embalsamada.
.
Gracias, maestro Anselmo Romero, por todo lo que nos diste. Que en tu cielo sin Dios, nigromántico ateo irredimible, sigas polemizando con tus deidades tutelares.
Las horas más ansiadas eran las de Educación Física, pues nos trasladábamos a los campos de la Casa de la Juventud, recién inaugurada por el presidente Adolfo López Mateos, donde nos esperaba la extrovertida figura de Anselmo Romero, la primera imagen que del pensamiento subversivo, de izquierda, tuvimos quienes ya mostrábamos interés por el tema político.
Anselmo era el otro extremo ideológico del Establishment de la Morelos, encabezado por el Tablita y el Macanita, obviamente fervorosos defensores del régimen de la Revolución Mexicana, entonces en la etapa álgida del “desarrollo estabilizador”, sin las crisis económicas y morales que luego se harían recurrentes y terminales.
Entre ejercicio y ejercicio, Anselmo nos hablaba de otras revoluciones: la soviética, la cubana, la china, y de las guerras imperialistas en Indochina y Latinoamérica. Castro, el Che(todavìa ministro cubano), Mao, Trotsky, pero sobre todos ellos, uno muy nuestro: Benito Juárez García, el Benemérito de las Américas.
Estos eran los nombres propios que el profesor de Educación Física pronunciaba con una familiaridad que pronto hicimos nuestra, a la vez que empezamos a leer revistas como Sucesos y Siempre!, periódicos como El Día, y a escuchar Radio Habana por onda corta.
Quizás sin proponérselo, Anselmo asumía el Gimnasio en el sentido griego.
La raíz etimológica de gym, significaba y significa desnudez. La gymnasia, entonces, sería el movimiento armónico, librador, holístico, de los cuerpos y las psiques al desnudo.
El gimnasio platónico, no era solamente el espacio para el despliegue del músculo y la sacudida visceral, somática, sino también para el ejercicio de las potencias de la inteligencia, el instinto creativo en las artes y en las ciencias.
“Cuerpo sano en mente sana”, era la consigna de los pedagogos helenísticos actualizada por Anselmo. No adoctrinaba como el fanático clerical o revolucionario, discurría, exponía, compartía su visión del entorno inmediato, la nación y el mundo.
Un complejo mosaico de realidades entrelazadas en el lienzo de la Historia… materia por cierto favorita de otro profesor de “educación física”: Román Pozo Méndez, otro de mis más recordados maestros.
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Anselmo exponía y preguntaba. Te invitaba a subir a la Palestra, otro concepto herencia de la cultura griega, que como el gimnasio derivó de la cultura física a la cultura integral del cuerpo y del alma: del escenario de las competencias luchísticas, al foro del debate intelectual, la expresión artística y la difusión de la cultura.
Cronista de su tiempo, sabía imprimirle a sus estampas históricas la carga dramática que se nos regateaba en las aulas con los tediosos dictados por parte de mentores perezosos y anquilosados.
Entre todas las estampas del amplio repertorio anselmista, me quedo con una que vuelvo a escuchar como si estuviera bajo la sombra de los tabachines o en el dog out de los mágicos campos de la Casa de la Juventud:
El retorno de Margarita Maza de Juárez al país, a la patria salvada por su amado Benito, el Presidente Benito Juárez García, convertido en la figura universal del momento, al lado de Lincoln, por su épica resistencia itinerante, republicana, a la invasión francesa de Napoleón III, y su triunfo final sobre el usurpador Maximiliano, fusilado en el Cerro de las Campanas, luego de sortear, implacable, impertérrito, tremendas presiones internacionales, y el muy personal ruego de las esposas(una de ellas embarazada) e hijos de Marimón y Mejía..
Durante el exilio en Nueva York, la familia Juárez había perdido dos hijos, muertos por complicaciones respiratorias propiciadas por la falta de calefacción, y otras carencias producto de la modestia económica, el decoro republicano asumido por Juárez, seguido al pie de la letra por su embajador en Washington, Matías Romero, con el mar de fondo de la Guerra de Secesión estadounidense.
Margarita y familia llegaron a Veracruz bajo la amenaza de secuestro de Antonio López de Sana Ana, quien se había pertrechado en una fragata en esas aguas. En carrozas, siguieron su apoteótica marcha hacia Orizaba. En un carruaje jalado por mulas iba el equipaje, y en la carroza grande iban los ataúdes de Toñito y
Pepito.
Luego de pernoctar en Puebla, que como todo México había echado sus campanas al vuelo, la mañana del 23 de julio de 1867, la primera dama del momento ecuménico, Margarita y familiares, vivo y muertos, enfilaron rumbo a la Ciudad de México.
El presidente Juárez, Benito, fue a tan esperado encuentro en el pueblo de Ayotla, elegido para evitar los tumultos de una patria alborozada, y los flashazos de la prensa mundial, sobre todo de la Europea.
El Benemérito llegó en su emblemático carruaje negro, estrenando levita y un bastón de mando obsequio del pueblo zacatecano al paso de su marcha triunfal hacia la capital de la República restaurada. Bajó del carruaje con la prestancia de un hombre enamorado, y con un ramillete de flores en las manos camino hacia Margarita, todavía escoltada por el ejército Republicano, quien también fue hacia su hombre, el Gran Hombre.
En los últimos metros Juárez aceleró el paso, trotó, corrió. Margarita y Benito se fundieron en un abrazo, para luego postrarse ante los cuerpos de sus hijos muertos en el exilio neoyorquino, y besar su frente embalsamada.
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Gracias, maestro Anselmo Romero, por todo lo que nos diste. Que en tu cielo sin Dios, nigromántico ateo irredimible, sigas polemizando con tus deidades tutelares.
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