martes, 8 de diciembre de 2009

SIN GAYS NO HAY PARAISO..




Guillermo Sheridan. El Universal.



Encuentro de lo más curioso que los autoproclamados embajadores de Dios en la tierra se dediquen con tanta seriedad como frenesí a recordar a los mortales el riesgo que corren de no graduarse a sus respectivos paraísos si no se andan alineando por la derecha y se comportan con propiedad. Son como los gerentes de una agencia de viajes que urgen a realizar las reservaciones a tiempo para ganar los mejores lugares y evitar aglomeraciones, o como los cadeneros de una discoteca sangrona.
Esto viene a colación por las recientes declaraciones que hizo a la revista romana www.pontifex.roma.it el cardenal Javier Lozano Barragán, príncipe de la iglesia, natural de Toluca, quien con concluyente rigor conminó a gays, bis y trans a enderezar sus conductas hacia (lo que para él es) la virtud pues, de otro modo, “no entrarán nunca en el reino de los cielos”. Para agregarle contundencia, agregó después que esto no es cosa suya, sino de San Pablo, que al parecer es el dueño de la agencia de viajes. No me deja de parecer fantástico que el Sr. Lozano Barragán dicte tales sentencias forrado de seda roja y con los deditos llenos de anillos de oro. Ni censurable que además de excluir del más allá a cualquier porcentaje de hijos de Eva, les anticipe el infierno discriminándolos en el más acá.
No es menos curioso que la sentencia se lance en un momento histórico en el que, se diría, los abundantes problemas del mas acá esperarían de la Iglesia algo más que tales tonantes ejercicios de autoridad sobre el enfadoso trámite de llegar a la garita del señor San Pedro. ¿No tendrá la Iglesia algo más en qué emplear su descomunal poder terrenal?
Confieso que me gusta pensar que un paraíso me espera en caso de pasar el examen de admisión. Pero ¿qué clase de paraíso puede ser ese en el que no podría ver a mis amigos gays? Es relativo consuelo pensar que, en teoría, en el paraíso no habría nostalgia... En todo caso, ya con mi aureola y mi tarjeta de identidad, correría (o flotaría) a enterarme dónde y a qué horas da Mozart un concierto. Y quizás, como en un cuento de Anthony Burgess, un ángel me diría: “San Mozart está dándole su clase de música a Dios.” Pero ¿y si el cielo está también dividido por países y me tengo que soplar eternamente el Huapango de Moncayo?
La mera idea de hacer la larga fila ante San Pedro me fastidia a tal grado que preferiría el rápido colapso a los apretados infiernos. Aunque, por otro lado, si me tocara en una fila mexicana, seguramente habría almas en pena rentando banquitos, vendiendo tacos de canasta y servicio de apartado de lugar para que uno se ponga en la sombrita a escuchar los coros celestiales mientras le llega el turno. Lo malo es que en la fila mexicana, claro, abundarían gandallas que se cuelan, ricachones influyentes, diputados con fuero y manifestaciones de estudiantes exigiendo pase automático.
En cualquier caso, temo que me iría mal en esa aduana. La página web http://www.parentalguide.com se tomó el trabajo de poner en una lista que anota todos los pecados que se enumeran en las escrituras: suman 667, desde “vivir con placer” (Timoteo 5:6) y “hacerle más caso a la esposa que a Dios” (Génesis 3:17) hasta “hacer preguntas tontas” (Tito 3:9). Me temo que, salvo matar y secuestrar, he cometido todos…
“El hoy fugaz es tenue y es eterno; otro cielo no esperes, ni otro infierno”, escribe Borges. Lamentablemente, comulgo con esta idea. Corro el riesgo de equivocarme, claro. Ya se verá. Es cosa de tiempo para que un traductor simultáneo me diga al oído frente a San Pedro: “Que si escribió usted en 2009 un editorial titulado ‘Sin gays no hay paraíso’”. Chin...

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