martes, 2 de febrero de 2010

VÍCTIMA DE EZQUIZOFRENIA


REFORMA 31 de enero de 2010.


Denise Dresser

Como en la famosa novela de Robert Louis Stevenson, “El extraño caso de Dr. Jeckyll y el Sr. Hyde”, Beatriz Paredes parece ser víctima del desorden de personalidad múltiple. Un día pronuncia palabras progresistas y al siguiente asume conductas conservadoras. Un día se presenta como mujer de avanzada y al otro defiende las posturas más retrógradas. Debajo del huipil hay una mujer rota, desarticulada, contradictoria. Una Beatriz audaz que enarbola las mejores causas y otra Beatriz atávica que las sabotea. Alguien que, si se sentara sobre un diván psiquiátrico, sería diagnosticado con ese mal caracterizado por la coexistencia —en un solo cuerpo— de identidades distintas que se pelean entre sí. Es como si dentro de la lideresa del PRI hubiera dos o más personalidades en contienda perpetua. Y el pleito produce una persona incapaz de mantener posiciones coherentes, confiables, o siquiera intelegibles.

Allí está la Beatriz Feminista que defiende el derecho de las mujeres a decidir, pero comparte el huipil con la Beatriz Claudicadora que está dispuesta a sacrificarlo en 17 estados donde el PRI apoya la penalización del aborto. Allí está la Beatriz Juarista que defiende la separación Estado-Iglesia, pero cohabita con la Beatriz Electorera que está dispuesta a minar esa línea divisoria si de conseguir votos de trata. Allí está la Beatriz Demócrata que dice apoyar la competencia, pero vive con la Beatriz Autoritaria que quiere frenarla cuando entraña alianzas contra el PRI. Allí está la Beatriz Progresista que se jacta de defender las mejores causas, pero tiene la trenza entrelazada con una Beatriz Acomodaticia encargada de archivarlas cuando entrañan costos políticos.

Durante el siglo XIX, se pensaba que las personas con síntomas del “Desorden de identidad disociativa” estaban poseídas. Se creía que algún demonio les susurraba en el oído, obligándolas a actuar en contra de su voluntad. Al escuchar a Beatriz Paredes, se antoja argumentar algo similar. Sólo así podría explicarse la conducta errática, las fobias inexplicables, el enojo incontenible, la bipolaridad política, las contradicciones evidentes, las alucinaciones de las cuales se ha vuelto presa la presidenta del PRI. Va por la vida promoviendo posiciones de izquierda en unos temas y de derecha en otros. Defendiendo principios que luego traiciona. Enarbolando el discurso del nacionalismo revolucionario mientras toma decisiones que llevarían a los ganadores de la Revolución a revolcarse en la tumba. Jactándose de su progresismo mientras asume posturas que los conservadores aplauden. Beatriz Paredes habla de “nuestra realidad hiperpresidencialista” cuando la presidencia imperial ha sido reemplazada por la presidencia acorralada. Habla de la necesidad de “controles y fiscalización” en el ámbito local, cuando en la última negociación presupuestal su partido los rechazó. Habla de la necesidad de fomentar “la transparencia en el manejo de los recursos públicos”, cuando los estados controlados por el PRI son hoyos negros de opacidad. Habla de la “influencia creciente de los poderes fácticos”, cuando el pre-candidato presidencial del PRI ya se ha encamado con ellos. Habla de acrecentar los derechos ciudadanos, al mismo tiempo que se opone a las candidaturas independientes. Critica “la propaganda como subterfugio para la manipulación social”, cuando Enrique Peña Nieto la usa con ese objetivo. Argumenta que los estados democráticos “son laicos”, cuando ella misma ha contribuido a poner en jaque la laicidad. Una sola mujer con tantas corrientes internas, con tantas subcontrataciones corporales, con tantas vidas variopintas percibiendo e interactuando con la realidad. Pero no es que a Beatriz la muevan fuerzas del más allá, o siga las instrucciones de algún diablo guardián. El mal que padece es congénito; es parte de la herencia priista y afecta a todos sus miembros en mayor o menor medida. Los desórdenes mentales disociativos siempre están acompañados por la amnesia. Y según los expertos, la personalidad múltiple es causada por antecedentes traumáticos. En el caso de Beatriz Paredes es la historia misma del PRI en México. 71 años de caciques y cotos y corrupción que ella es incapaz de reconocer, incapaz de afrontar. 71 años de gobierno como distribución del botín, que la transición no ha logrado cambiar.

No sorprende entonces que Beatriz Paredes parezca esquizofrénica; lo es. Tanto o más que su propio partido. Tiene que serlo para seguir formando parte de una camarilla que dice fomentar la modernización, pero ha hecho todo lo posible por obstaculizarla. Tiene que mantener la dualidad para pertenecer a una organización que se vanagloria de las instituciones que creó, al mismo tiempo se dedicó a prostituirlas. En el mismo partido cohabitan la retórica democrática y las pulsiones autoritarias, los gloriosos discursos celebrando a la ciudadanía y las medidas instituidas para negarle representación, la crítica a la corrupción y la protección a quienes se han enriquecido con ella. Beatriz Paredes y el PRI que encabeza tratan de ocultar el lado oscuro de su naturaleza pero no lo logran. Cuando Beatriz declara que “no se vale usar los programas sociales para el chantaje electoral” —una práctica que su partido instituyó— no queda más remedio que declararla enferma. Cuando defiende la laicidad pero acepta que su partido busque congraciarse con la Iglesia, no queda más opción que llamarla esquizofrénica. Una mujer cuya única definición es cambiar de carácter moral como alguien cambia de calcetín.

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