lunes, 8 de febrero de 2010

AVATAR...

Reforma 08 febrero de 2010.

Ideas y palabras.

Denisse Dresser


En la película de James Cameron, un avatar es una criatura genéticamente modificada para permitir que los humanos puedan vivir sobre el planeta Pandora. En el ámbito de la computación, un avatar constituye la representación tridimensional del usuario y su alter ego en el ciberespacio. En cualquier diccionario, el término “avatar” es usado para definir la encarnación de un valor, la manifestación de una forma, la encarnación de una cualidad. Y en el mundo de la política mexicana podría catalogarse así a algo que muchos ciudadanos quisieran construir. Algo a lo cual muchos ciudadanos tienen derecho a aspirar. Algo que el sistema político no debería tener el derecho a negarles: Las candidaturas independientes. Las candidaturas autónomas. Las candidaturas que se construyen fuera de los partidos. Las candidaturas ciudadanas reconocida en 80 países, mientras en México la lideresa del PRI –Beatriz Paredes– augura con envalentamiento singular: “No pasarán”.
Lamentablemente su hostilidad es compartida y con frecuencia por malos motivos. Se les descalifica porque “son partidos políticos que no se atreven a decir su nombre”. O porque “explotarán pulsiones políticas arraigadas”. O porque “abrirían las puertas a la banalización de la política”. O porque “erosionarían la representatividad de las instituciones”. O porque llevarían al “infiltramiento de la ultraderecha”. O porque son “un dulce envenenado”. O porque forman parte del decálogo de Felipe Calderón, el cual muchos rechazan –por razones políticas o ideológicas– aunque contenga propuestas que grupos ciudadanos han impulsado desde hace años.
Pero ante la recalcitrancia y rechazo expresado en las últimas semanas, valgan las siguientes preguntas: Si las candidaturas ciudadanas son tan peligrosas, tan nocivas y tan desestabilizadoras, ¿cómo explicar su existencia en democracias que admiramos y cuyo funcionamiento es mejor al de México? Si hay un consenso en torno al descrédito de los partidos, ¿qué otros acicates existen para obligarlos a representar de mejor manera con la sociedad? Si se reconoce –como lo revela Latinobarómetro– que el malestar es hondo y la desconfianza también, ¿cómo encarar el déficit democrático y la crisis de representación? Un primer punto de partida sería examinar a las candidaturas ciudadanas con la honestidad debida, sin sobredimensionar sus peligros, sin ensalzar demasiado sus logros, sin condenarlas de entrada tan sólo porque un presidente del PAN –cuestionado y cuestionable– propone su inclusión.
Es cierto, las candidaturas ciudadanas no son una panacea. No curan el AH1N1 ni el cáncer y tampoco rayan zanahorias. No constituyen un pasaje de entrada al paraíso ni tampoco –por sí solas– nos sacarán del infierno. No logran, en la mayoría de los casos, ganar más que 10-20% del voto. Pero sí ofrecen fórmulas alternativas de participación ante partidos que han erigido altas barreras de entrada alrededor de su alcázar. Sí proveen una ruta mediante la cual los ciudadanos pueden acceder a la representación sin someterse a los mandatos de las maquinarias. Sí son una amenaza permanente a partidos que han divorciado la agenda política de la agenda pública, y no hablan de nada que le importe verdaderamente a quienes se ven obligados a votar sólo por ellos. Sí son un correctivo a partidos que han perdido el rumbo, que han dejado de ser puente, que han privilegiado la lógica patrimonial por encima de la función representativa. Sí pueden ser un avatar necesario; la encarnación de fuerzas, de perfiles, de anhelos que los partidos acaparan o sofocan.
Como argumenta Marco Enríquez-Ominami, candidato independiente en Chile: “Los problemas de la democracia se resuelven con más democracia”. Con más ideas. Con más debate. Con más candidatos. Con más acceso. Con más portavoces para los temas álgidos que los partidos no quieren tocar. La democracia es impensable sin los partidos, pero los partidos no deberían tener el monopolio sobre la participación en la esfera pública. El objetivo de las candidaturas independientes no es poner en jaque a la democracia, sino mejorar la calidad de la representación que ofrece. Los partidos y las candidaturas ciudadanas pueden coexistir y cohabitar y complementarse. Pero para ello será necesario reglamentarlas adecuadamente, financiarlas equitativamente, fiscalizarlas eficazmente como lo han podido hacer con éxito otros países.
Las barreras legales y logísticas a las candidaturas son superables; en México hace falta derrumbar las barreras políticas y los prejuicios mentales. En ese sentido Jorge Castañeda tiene razón: Los legisladores lo pueden hacer y si no lo hacen es porque no quieren. Y no quieren porque el statu quo es el mejor posible para la clase política. Pero a la vez conlleva el desprestigio de la democracia, el descrédito de los partidos, la desilusión de los ciudadanos. Ellos también tienen derecho a su avatar; a esa figura concebida con la idea de participar, corregir, mejorar, incidir. A esa figura que haría posible una vida distinta en el planeta político.

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