Alejandro
Álvarez
Al momento
de escribir estas líneas sumaban varias decenas de muertes y cientos de miles
los afectados por dos ciclones que simultáneamente provocaron lluvias
abundantes en el país. Eso de sí ya es una tragedia, como lo es también que
esto sea un espectáculo al que se asiste periódicamente. Parece de locos que
año con año en el país se informe de decenas o cientos de miles de damnificados
en los mismos estados, en las mismas localidades, en las mismas colonias. ¿Qué
nos falta para concluir que esos sitios malamente habitados deben ser
abandonados y sus pobladores reubicados en zonas seguras? Seguramente se
contestará que son necesarios recursos públicos cuantiosos para proveer de
infraestructura y servicios a los nuevos asentamientos. Mientras tanto, año con
año, que esas familias que pierden todo en su hogar vean cómo se reponen. Al
fin y al cabo que con unas despensas, unos catres y unas cobijas la pasarán en
la emergencia. Después veremos.
Y
nuevamente, sacrificando unos satisfactores básicos por otros, las familias más
vulnerables por años y por generaciones subsidian la incapacidad del estado
nacional para planificar el desarrollo, pasada la emergencia recuperan con
dificultad sus escasos bienes hasta que llega otro fenómeno natural y vuelta la
rueda al mismo lugar. De esta cadena, al parecer infinita, de destrucción y
reconstrucción, no puede haber beneficiarios. Los gobiernos que pretendan
lucirse a partir de ello estarían pervirtiendo su función. Lo mismo que
aquellos otros que se paralizan ante el infortunio. Eso no puede ser. No
estaríamos inventando nada nuevo si llevamos a los pobladores de un antiguo
lecho de arroyo o de un área inundable a una zona alta. A la larga los costos
sociales serían mucho menores. Como también sería irresponsable esperar que en
un futuro incierto se inventaran supuestas tecnologías para tratar de controlar
a la naturaleza. De ese tipo de “inventos” sólo queda la poca vergüenza de
quien los planteó. ¿Alguien recuerda el famoso aparatito “espanta huracanes”
que con como vidrios de colores se anduvo ofreciendo hace algunos años a costa
del erario público aquí en nuestra entidad?
Se ha avanzado mucho en la
operación de los organismos de protección civil lo que sin duda ha impedido que
las desgracias sean mayores. Pero tampoco con ello se puede ocultar lo otro, es
decir, garantizar de manera más permanente la vivienda y los otros escasos
bienes e infraestructura de la población. Se han elaborado en varias ciudades
del país los atlas de riesgo ante diversos fenómenos naturales destructivos. Este
es otro tino de los diferentes niveles de gobierno, pero de nada servirán sus conclusiones y
recomendaciones no desembocan en acciones concretas que proporcionen seguridad
de largo plazo. Así se estaría en verdad aprendiendo de los desastres.
La oficina
de la Naciones Unidas para la estrategia de reducción de desastres indica que
durante las últimas décadas ha venido en aumento en el mundo el número de
eventos catalogados como catastróficos por la magnitud del monto de las
pérdidas humanas y materiales (cincuenta en 1975, más de cuatrocientos durante
cada año del milenio actual). En estas estadísticas se incluyen inundaciones,
huracanes, sequías, nevadas, deslaves, erupciones volcánicas y terremotos,
siendo estos últimos los que sistemáticamente han cobrado más víctimas y han
representado montos económicos de pérdidas más elevados. Las conclusiones de
los expertos es que este incremento en la pérdida de bienes y vidas no es
resultado de un aumento de los fenómenos naturales potencialmente peligrosos ni
de un supuesto cambio climático sino que el hombre en su crecimiento
demográfico se ha asentado en sitios cada vez más peligrosos, ha descuidado las
normas y criterios para planificar nuevos asentamientos humanos, pero además ha
modificado el ambiente natural propiciando que se incremente el potencial
destructivo de la naturaleza sobre los bienes y vidas humanas. Por eso es que
decimos que los desastres no los causa la naturaleza, los desastres los
provocan los humanos.
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