Alejandro Álvarez
La sociedad y el ciudadano light toman su
nombre de esos productos de nuestro tiempo que parecen ser, pero que en
realidad no son. Tal como la cerveza sin alcohol, la nieve sin azúcar, el
tabaco sin nicotina, la leche sin lactosa, la noche sin pecado. Esas ciudades
con sus personajes son una simulación, sólo una apariencia. Es como jugarse el
dedo en la boca uno mismo, como auto complacerse, como soñar en vigilia. Estos
productos light como las sociedades del mismo tipo son un aberrante
contrasentido. Digan si no. Millones de
seres en el mundo demandan calorías que las sociedades de consumo –sociedades
light– se las quitan a ciertos productos comestibles invirtiendo en ello,
además, grandes cantidades de dinero. O sea, invertir dinero para quitarle
valor a las mercancías. Somos una especie curiosa. En una sociedad mundial
razonable esto podría ser catalogado como un crimen y ser sujeto a un juicio.
En las nuestras no es así, al contrario de lo que se trata es hacer más
sociedades light. El hombre light se desenvuelve a la perfección en medio de la
frivolidad y las trivialidades. Puede hacer de la vida privada, las
preferencias sexuales o el vestuario de otros un motivo de profundas
discusiones (o sea chismes) o
simplemente pasar el tiempo viéndolos hacer nada, sentados uno frente a otro en
una sala, rascándose cada parte del cuerpo o sacándose los mocos como única
señal de que están vivos. O pueden permanecer por horas carcajeándose reunidos frente
al televisor viendo cómo unos personajes compiten en realizar la maroma más
ridícula. Sus metas son portentosas, comerse treinta hot dogs por ejemplo. Y a
partir de ahí romper sus propios records.
El hombre y la mujer light se realizan cuando
usan los calzones o las pantaletas de la marca de su artista preferido. Son
como un sueño ligero, como una brisa que pasa sin sentir, sin ser advertido, sin trastornos. Nunca se
pregunta nada, de hecho los signos de interrogación para él podrían ser
derogados. Todo es así porque así debe de ser y no podría ser de otra manera.
Todo en su mente son certezas, no hay dudas. Palabras tales como justicia o
equidad no le significan nada en lo absoluto, sólo estorban al buen vivir.
Obviamente su capacidad transformadora está prácticamente suprimida o está en
vías de extinción.
Sus ídolos son de lo más extravagantes,
alguien que no pueda leer ni el menú puede serlo. O aquel que cuenta como la
gran ocurrencia el día que vio caer a su abuela cuando le quitó la silla al
momento de sentarse. Esos son sus héroes y las proezas que le llenan el
espíritu. El hombre light es el instrumento ideal para que todo permanezca tal
cual. Está garantizado que nunca tomará decisiones sin la autorización de otro,
aunque lo pueden cambiar o mejor dicho, siempre está dispuesto a ser canjeado.
Pero errado está quien piense que un hombre
light no puede llegar a ocupar puestos de alta responsabilidad, todos conocemos a un diputado, un senador, un
presidente municipal que hacen alardes de sus costumbres, espíritu y
pensamiento light. Quienes a su vez dirigen a estos hombres light permanecen
cuidadosamente a sus espaldas para suplir la carencia de esas milagrosas
células llamadas neuronas.
Un futuro con una sociedad light, es decir
compuesta por hombres y mujeres light, es el paraíso soñado por otros
personajes light, sin nicotina, sin grasa, sin azúcar, sin lactosa, sin
calorías, sin más ideas que llevársela light.
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