domingo, 29 de septiembre de 2013

¿EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS?


Alejandro Álvarez



El fin justifica los medios. De tanto repetirse el dicho aparentemente no deja lugar a dudas;  se puede traducir en la frase “para el logro de una meta se vale de todo”.  Sin embargo a lo largo de la historia las consecuencias de este pensamiento han sido –y seguirán siendo– muy lamentables, no pocas veces trágicas. En los últimos meses un grupo de personas opuestas a la reforma educativa, en nombre de sus ideas, le han hecho la vida imposible a otro grupo de ciudadanos en todo el país. Impedir que miles de trabajadores lleguen a su centro laboral, o que no puedan abordar un medio de transporte o que cancelen sus citas médicas o de negocios o encuentros familiares, o mandar al hospital a policías después de tundirles a palos, o dañar el equipamiento urbano o quemar vehículos estacionados o bloquear carreteras o avenidas o impedir el funcionamiento de edificios públicos y privados o dejar sin clases a cientos de miles de estudiantes; todo lo justifican en nombre de sus “grandes ideales”. Si consideran tan trascendentes sus ideas y propósitos ¿qué puede impedir que el día de mañana roben, secuestren o maten en nombre de esos mismos ideales? La lógica no es descabellada; en nombre del ideal de constituir una sociedad con una raza superior Hitler asesinó a millones de personas sin distingos de edad, sexo, ni nacionalidad, bastaba con que el dictador los catalogara como razas inferiores para dictar su exterminio. En nombre de una interpretación de los dictados de Alá grupos islámicos radicales hacen explotar bombas o ametrallan indiscriminadamente centros de reunión matando gente por decenas en cosa de minutos. En nombre de la ideología comunista Stalin fusiló a sus opositores o los confinó en Siberia o los condenó a hambrunas, cosa similar a lo realizado por otros dirigentes de esa corriente política como los chinos, rumanos, yugoslavos o cubanos. En nombre de la moral y las buenas costumbres no hace mucho tiempo el gobierno decidía que películas, obras de teatro, periódicos y noticieros podíamos ver los mexicanos.
En la raíz de todas estas barbaridades hay algo en común. Quienes realizan los actos de barbarie en nombre de “los ideales” se consideran seres infalibles y sus “principios” como intocables y supremos sobre cualquier otro valor humano. Así para el radical islámico todas las demás religiones y sus seguidores deben ser eliminados. A cambio ellos  –los “elegidos”–  tendrán el premio de llegar a su paraíso. Para llegar al paraíso del nacionalsocialismo o del comunismo marxista leninista era preciso liquidar a los “agentes del imperialismo” es decir a los millones de ciudadanos recluidos en campos de concentración. Para echar abajo las reformas en educación y lograr sus fines “revolucionarios” un grupo de personas se conceden el  derecho de fastidiar la vida cotidiana de miles de adultos y la educación de miles de niños. 

El fin no puede justificar los medios porque ¿quién tiene  la licencia para certificar la validez absoluta de todos los fines u objetivos sociales, religiosos o políticos? Como tampoco nadie tiene la autoridad para asegurar que ciertos actos conduzcan al logro de dichos fines. En nombre de la igualdad, la justicia y la libertad, fines con los que aparentemente nadie puede estar en contra, se han cometido numerosas arbitrariedades y crímenes que sólo han logrado, paradójicamente,  la cancelación de libertades, la implantación del terror y el agudizamiento de la injusticia.  ¿Será tan difícil mantener el precepto constitucional de ejercer nuestra libertad y derechos hasta el punto de no dañar el derecho y la libertad de nuestros conciudadanos? La cosa no es tan complicada, en realidad.

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