Alejandro Álvarez
Para bien de la salud mental de la nación, el
equipo representativo del país en la Copa Mundial de Futbol regresa a casa a
ritmo de zamba. Las versiones totalmente descocadas de que traerían el preciado
trofeo a las vitrinas de Los Pinos cayeron hechas polvo. Se cuentan por
millones las incautas víctimas de los cuentos de hadas contados por locutores y
empresas televisivas de que éramos los campeones virtuales. En este espacio
dijimos lo siguiente hace apenas unas semanas: “El sorteo de grupos nos favoreció
al colocarnos junto con Croacia (lugar 20 de la FIFA, un escalón atrás de
México que ocupa el 19) y con Camerún (lugar 50) a quienes en teoría se les
debe superar con facilidad. No así a Brasil con quien seguramente se perderá,
pero matemáticamente se estaría en la siguiente fase aún empatando con Croacia
pero ganando ampliamente a Camerún. La realidad es que el técnico no ha dado
muestra de haber conformado un equipo con un sistema de juego que se domine y
todo lo parece basar en “echarle ganas” y lograr una “buena actitud”,
componentes que a lo mejor son suficientes en los torneos de barrio pero no en
el concierto mundial de selecciones de futbol. Más vale ser muy prudentes en
eso de los pronósticos triunfalistas”. Fallamos en el vaticinio de que
perderíamos con Brasil gracias a una actuación milagrosa del portero Guillermo
Ochoa que por lo menos detuvo tres goles brasileños cantados, pero al final
quedamos en lo que objetivamente somos, un país que se coloca entre el lugar
nueve y dieciséis de las selecciones de futbol de los cinco continentes. Ni
más, ni menos.
La
avalancha nacionalista de la más baja estofa con el Piojo Herrera a la cabeza salió
a la caza de un chivo expiatorio y lo encontró: el árbitro que pitó (no
empiecen con sus cosas) un penal a favor de Holanda que fue sólo la punta del
iceberg del gran “compló” internacional de la Fifa contra México. Si, como no.
Por lo que se ve la teoría de la conspiración ha calado hondo en los huesos de
quienes no saben aceptar las derrotas.
Nada más falta que “exijan” la anulación del Mundial y que nombren a
México el campeón mundial “legítimo” con
todo y su cuerpo técnico alternativo. Vergonzoso. La misma debilidad mental que
sale a flote en el box o en cualquier deporte donde simplemente se hace
evidente que no somos los mejores del mundo. Para consolación de los
funcionarios de la Femexfut y de las grandes empresas ya nombraron a la afición
mexicana como la “mejor del todo el mundo”, y cómo no lo van a hacer si de
ellos dependen los millones de dólares que se han llevado a los bolsillos. Los
que verdaderamente lamentan la derrota ante Holanda son los tres o cuatro
futbolistas que buscaban un buen contrato con algún equipo europeo, los cinco o
seis que pudieron contratar una semana más de comerciales con refresqueras,
alimentos chatarra o medicamentos antiácidos
y desde luego los funcionarios “deportivos” que ven cerca la guillotina
contra sus voluminosos salarios. Ni se diga que los más llorones son esas firmas
comerciales cuyos promocionales dejan de tener sentido a partir de ya. Los
verdaderos aficionados seguirán el Mundial sin las trabas de un nacionalismo
hueco engañabobos.
El
Mundial brasileño ha marcado un giro en la tendencia de las grandes potencias
futboleras. La temprana descalificación de España, Inglaterra e Italia, eternos
protagonistas de las fases finales del torneo, y el surgimiento de aparentes
“nuevas potencias” (caballos negros) como Costa Rica, Nigeria, Chile, Argelia y
Estados Unidos indican que el futbol asociación, el futbol de conjunto, no se
hace con grandes figuras individuales sino con un disciplinado sistema
colectivo. Por eso el mejor futbol mundial se observa a nivel de clubes y
específicamente europeos donde se combinan estas dos cualidades, grandes
individualidades de todos los países y clubes con tradición futbolística. Todo
lo demás de bazofia nacionalista y comercialismo.
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