¿Recuperaría Ruth a su hija en la sede del Diario de Juárez ? ¿Estaba mintiendo el Atoto bajo la mira de la Beretta de la Teniente Cinta, pareja profesional y sentimental, erótica, del Comandante Amarillo?
¿O BIEN el temible capo, dado por muerto en la explosión de El RECREO, la cantina vecina de la casa de Faraón, sería fiel con quienes le habían salvado la vida y cumpliría el sueño de Ruth de rencontrarse con su hija?
Estas interrogantes podrían ser el principio de una segunda parte de Policía de Ciudad Juárez, un relato con final abierto y sin moralinas ni moralejas. De personajes que se debaten en el reino del SER y no del deber ser. Más que la moral, los aires metafísicos que recorren estas páginas, son los de una mirada poética, humorista, lúdica, sarcástica, que encuentra la chispa de la esperanza y el contrapunto a la violencia en los detalles humanos.
Como lector gozoso de esta novela, le apostaría a un final feliz, con todo y moraleja, seducido por el milagro amoroso en medio del infierno.
El Atoto estaba diciendo la verdad, su reconversión es auténtica, y la entrega de la niña se consuma en el sitio indicado, de manos del comandante Beltrán, que junto con su pareja la había tenido en custodia, adoptada.
Sí, Beltrán, aquel polizonte fanfarrón y corrupto que un buen día le llena de tachuelas la paciencia a Faraón, y recibe una lección de aquellotas, “marca llorarás”, de parte de mi Comandante Amarillo, que saca a relucir sus habilidades de gladiador callejero, forjado en aquellas épicas batallas de barrio bravo en las que debuta a los 12 años.
Y a partir de esta imagen de cuento de hadas, idílica, en un escenario apocalíptico, volver sobre la historia, remontar las huellas de la entrañable pareja amarilla.
Empezando por el principio.
El barrio nativo desde donde el autor empieza la crónica de su historia aparejada a la de su ciudad, con la que crece y llega la adultez, y remontar la huellas de esa historia desde el principio, siguiendo la perfumada estela del huitlacoche.
Los lectores que tenemos el privilegio de ser amigos de Miguel Angel, creo que compartimos un placer adicional: el de tener la sensación de estar escuchando la historia de viva voz del autor, que Miguel nos la está contando, platicando, vino de por medio, no diré al oído, para evitar malentendidos, pero sí de una manera muy cercana y entrañable, con el acento inconfundible de esta ELECTRIZANTE frontera.
Porque Miguel escribe como habla, sin que esto signifique una transcripción literal de la dimensión oral, sus sintaxis y ritmo . Es un lenguaje escrito depurado , una obra literaria, donde se entremezclas los buenos oficios del periodista en el ejercicio de uno de los géneros mayores, la crónica, esa literatura de emergencia de la que hablaban los adelantados del nuevo periodismo gringo de los sesenta, y matizada por la sensibilidad a flor de piel del poeta, caja de resonancia, pantalla iridiscente del acontecer esencial del mundo.
Policía de CJ, es una declaración de amor a su ciudad natal, a la que el comandante amarillo, ve crecer desde el barrio bravo de la infancia, para juntos llegar a la adultez, en una dolorosa experiencia personal y social que desemboca con Juárez convertida en la ciudad más peligrosa del mundo.
“Eramos ,en general, del Arroyo Colorado . Una zona peligrosa que abarcaba varios barrios. Nacía en la Zapata, donde mataban y no enterraban.
“(…)Era un arroyo con madres. En días de lluvia íbamos a verlo. Una corriente de agua chocolatosa bajaba desde los cerro y arrasaba todo a su paso(…)
Y un toque involuntario, desde luego, de realismo mágico a partir de una visión sin alucines, literal, dato duro de nota periodística:
“Era maravilloso descubrir lo que flotaba y corría por el viaducto. UN día me tocó ver una vaca viva con sus ojotes llenos de miedo, que venía entrando y saliendo de la corriente brava. Creo era de la lechería Escobar .Esa imagen es la que veo ahora en los ojos de los ejecutados que todos los días me toca acordonar.
Todo iba a parar al Río Bravo.(…) Para nosotros todo aquello era un espectáculo. Ahí comprendí que Ciudad Juárez se estaba convirtiendo una ciudad chingona, grande. “
En ese entorno trepidante, se forja el temple de Faraón, que no alcanza para grandes triunfos, pero si para mantener a raya a los demonios que todos llevamos dentro, al instinto criminal estimulado por la macabra danza del dinero sucio, tan vinculado con esa idea del “Éxito” tan de moda, en un mundo cosificado-diría Fromm- donde el s
Ser se diluye en el tener. En donde el cínico sabe el precio de todo y el valor de nada, donde lo importante es cuánto tengas sin importar su procedencia.
El de Faraón es el triunfo de esos pequeños héroes anónimos de la microhistoria cotidiana, de la intrahistoria social, que seguramente representan a la inmensa mayoría silenciosa, silenciada por las necesidades primarias de la sobrevivencia impuestas como medida de control por un sistema injusto.
El barrio donde se forjan las lealtades y la solidaridad humana, en las representaciones lúdicas de la guerra que vendría después, cuando el hombre se convierte en un policía de a pie, que al resistirse a ser cómplice de la corrupción generalizada, a hundirse en el fango de una institucionalidad devastada, apestada, es castigado y reducido a un simple acordonar escenas criminales de cuerpos presentes, y se transforma para burla de sus compañeros, en el comandante amarillo, que ponto tendría como pareja a una bella licenciada en comunicación, que le es asignada cuando su belleza la hizo víctima del acoso sexual de sus compañeros de trabajo en el departamento de prensa.
Ruth Romo: la ex esposa de un comandante desaparecido junto con la pequeña hija de ambos.
Ruth, la teniente cinta, el angelito que el Pablito de 12 años que se alistaba para su primera batalla de barriada, no se imaginaba que cruzaría por su azaroso camino.
Ni el gran Homero, el griego , no el Simpson, hubiera podido narrar de tan electrizante manera la batalla campal entre los de la J-55 y los de La Cobre. Desde las meditaciones previas al combate del pequeño Aquiles fronterizo, hasta el estallido del zafarrancho sobre la cancha de basket.
“Toda la tarde estuve pensando y haciéndome pendejo si iba o no con los de la J. Ya me había peleado como nueve veces con los chavos del barrio y de otras colonias con los que jugábamos tach: nada serio, pero esta vez sí eran putazos de barrio vs barrio y era la primera vez que los grandes me invitaban a pelear. Cuando llegué a la esquina de don Beto, conté como treinta cabrones. Había ocho del Papalote que llegaron a reforzarlos.(…) Al ver a tantos se me dibujó una sonrisa pues no era de vital importancia mi presencia.
Poco me duro el gusto.
-Es todo pinche Pablo, así me gusta, cabrón!, que no sea culo-me dijo el Fito mientras me daba un abrazo y al mismo tiempo un velocímetro de bicicleta. Era demasiado tarde, estaba entrando a otro nivel.”
Al nivel, añadiríamos, del guerrero existencial, de la aventura a la intemperie de la vida.
Todo quedaba listo para que el más apochado de los combatientes, o quizás Don Beto, el dueño de la tienda vecina, diera el grito de Ready to ramble?, que después Jimi Lennon haría suyo en las noches de box en Las Vegas.
A punto para que la lluvia de piedras y pedazos de ladrillo, nublaran el cielo de la antigua Paso del Norte, refugio del Benemérito y escenario de históricas batallas protagonizadas por leyendas como Villa, ahora convertido en una especie de Paso de las Termópilas mexicano.
“Una pinche emoción de alegría se apoderó de mi. Estaba como loco repartiendo y recibiendo madrazos, que me llegaban por todos lados. (…)Algún pinche desadaptado traía un tubo y repartía chingadazos a diestra y siniestra. Me tumbaron gacho pero no soltaba el velocímetro. Desde el suelo pude ver con claridad que quien traía el tubo era nada menos que Juan Soriano, el más felón de la Cobre: el mero jefe.(…) En cuanto tuve chance me levanté y me lancé contra él. Logré pepenarlo del cuello con el velocímetro. Jale con fuerza, Soriano de inmediato soltó el tubo y se llevó la mano al pescuezo. Se quería zafar pero era casi imposible porque lo estaba apretando machín.
Ya lo traía arrastrando de nalgas, lo estaba ahorcando.”
Si esta hubiera sido una escena de una película de los hermanos Almada o de Tarantino, el humor involuntario y la parodia, el pequeño héroe recién consagrado, habría ido con paso fanfarrón abriéndose paso entre los mirones a aventarse un tequila abrazado a una réplica arrabalera de Salma Hayek; pero aquí, Pablito, ya Pablote, ya Faraón del barrio bravo, empieza a…llorar.
Del clímax al anticlímax, contrapuntos y quiebres del discurso, del ritmo narrativo, que mantienen la tensión dramática de la novela.
Conjugando géneros que van de la tragedia a la tragicomedia y la farsa carpera.
En esta trama de policías vs narcos, valga la redundancia, diría la pareja amarilla, la consigna de Garganta Profunda no sería tanto Follow the money sino el follow the taste and smell of huitlacoche, que a través del fino sentido del gusto y del olfato de Faraón, nos lleva hasta los rincones más inverosímiles.
Uno de ellos sería la biblioteca dormitorio de la vieja casona que nuestro héroe alquilaba en el centro de la ciudad, donde sucede uno de los preámbulos y actos eróticos mejor logrados de la narrativa mexicana de los últimos tiempos, que por el contraste entre la violencia y el amor, me rebota aquel pasaje de la sierra morena donde Fernando Jordán le hace al amor a la a la compañera María, dentro de una bolsa de dormir, bajo las estrellas en el campamento guerrillero de la Sierra Morena, en Por quién doblan las campanas.
"Salí de la cocina y me fui a explicarle la historia de la casa. Me quedé pasmado cuando vi tirado en el piso de madera sólida el uniforme completo de Ruth. Su pantalón y su camisola azul de mujer policía, sus zapatos negros pizpiratos y sus calcetines blancos. Sobre el lado derecho del escritorio de caoba, color tabaco, de casi dos metros por uno, vi su cinto negro y grueso, la funda y su Beretta muy femenina; a un lado su chaleco antibalas marca Winchister, una camiseta de tirantes de mujer y en el extremo unas pantaletas color azul cielo un brasier del mismo tono. Todo lo vi en un instante. Fue una foto que fijé para siempre en mi memoria".
Y llega el canto, la épica que se desdobla en escalada lírica. No olvidemos que Pablo tenía un oído musical, le gustaban las cumbias, y podía distinguir una original colombiana, de una hechiza, cruzada con polka regimontana.
“La besé intensamente, agradecí que hace 12 años había dejado de fumar cigarros Pall Mall rojos.(…)Luego de las chichis me enredé en su cintura y seguí con sus nalgas, un trasero firme, suculento, unas nalgas de premier o Festival de Cannes. No me la creía.(…) De ahí en adelante todo fue exclusivo, resopló suavemente mientras decía mi nombre en diferentes ritmos y tonadas . Arrojé el edredón y la sábana al piso y me fui para abajo.
“Besé su barriguita y sus caderas y llegué al meollo del asunto y mi boca y mi lengua exploraron sus intimidades. Al instante advertí un buqué que me era conocido: su sexo me impregnó de un sabor muy similar al del huitlacoche.”
Pero, bueno, ¿qué le vería la buenota-en el sentido moral, ético y anatómico- de la Ruth al Comanche Amarillo? Pues sus huevotes, diría el propio Pablote.
Porque si hubo un punto de inflexión en este enamoramiento, fue en aquella venturosa hora en que al comandante Beltrán se le apareció el diablo amarillo
“TODOS nos rodearon esperando quién tiraba el primer chingazo. Yo lo hice. El primer putazo se lo acomodé en la cara, de cuete le di dos putazos más, uno en el estómago y el otro, ya agachadito, se lo puse en las quijadas, fue un izquierdazo que lo sacó de órbita, se fue de espaldas al suelo medio noqueado, pero lo volví a poner de pie. Para esto lo levanto del cuello de su camisa y le dejé ir mi golpe preferido: un cabezazo efectivo para los que son más altos que yo, se los atizo mientras se están alivianando de otro madrazo y ya tienen la cabeza blandita y suelta como trapo. A éste se lo puse en la pura barbilla. El golpe debe darse con la parte superior de la frente.
Se oyó cómo tronó la chingada boca de Beltrán, que cayó redondito y levantó una nubecita de polvo con su cuerpo de matalote , DOS METROS D PUTO”.
Asi como lo oye: ”DOS METROS DE PUTO”. La jerga de la Gran Academia de la Lengua dela J-5, en todo su puto-palabra tan casta que en El Quijote aparece 17 veces- esplendor.
He aquí un destello de la violencia en legítima defensa de la dignidad personal, el ajuste de cuentas de un subalterno con un fanfarrón educado en una jerarquía burocrática superior. La sublimación del débil ante el más aparentemente fuerte.
En brutal contraste con la otra violencia, la absurda, sin honor, sin gloria, que tienen los Ready Mades del Atoto, una parodia de la representación del crimen como obra de arte, con ese medio litro de leche en las escena de la masacre como firma y marca de la casa.
Como en el caso de la rutera estacionada en pleno centro con 49 cadáveres todavía tibios, perfectamente sentados en sus asientos en su viaje a la eternidad. O la docena de tripulantes descabezados de aquella suburban en un paraje de la periferia, o en el puente de donde colgaron el cuerpo del comandante Elizondo, poco después de un desayuno compartido con Faraón.
Y aquí lo dejo con esta amorosa mirada a su ciudad nativa de uno de sus hijos pródigos, en medio de la barbarie…
“ …De tanto mirarla se le podía oír su respiración y sentirle sus latidos. Era como un enorme animal con su cientos de brazos desparramados, un animal en reposo después de lamerse las heridas. Pudimos ver a un Juárez dominante sobre un suelo seco. Desde aquí solo se podía ver la zona vieja, más arbolada porque estaba untada a la orilla del rio Bravo. Un verde terroso que dibujaba la ribera de un río que ya se había ido, que volvía terroso y crepitante en tiempos de lluvia”