Alejandro Alvarez
Está tras la barra de una cantina. Tiene sesentaidos años pero aparenta por lo menos diez más. Tiene la cara cacariza por una viruela infantil. El pelo completamente blanco contrasta con un bigotillo recortado pintado de negro. Extremadamente delgado tiene una corva que le da la apariencia de cargar una pesada losa.
–Empecé en estos ambientes cuando tenía dieciséis años. Entonces sólo barría y lavaba el negocio en la mañana y a la sorda me chingaba una o dos cervecitas antes de terminar mi jornada a mediodía. Vicio lo que se llama vicio creo que no tengo, pero como decía mi padre, la costumbre va a estar canijo que se me quite. Este giro tiene muchas variantes, casi todas las he practicado. He mesereado en toda clase de tugurios, desde los clandestinos de barrio que dan servicio las veinticuatro horas hasta los bebederos de caché donde hay que ir casi vestido de pingüino. Pero los borrachos son iguales en todos los lugares. También trabajé en banquetes, encerronas en domicilios privados, cantinas móviles terrestres, aéreas y marinas. El ingenio del empresario del chupe es infinito. Aquí en la barra he encontrado mi lugar a final de cuentas. La hace uno de sicólogo y hasta de consejero matrimonial. Le aseguro que salgo más barato que un consultorio o un abogado y ni se diga de los resultados. Va a decir que me la jalo pero aquí han venido a agradecerme en su sano juicio un chingo de clientes que según ellos ya se querían cortar las venas y tirar de un edificio y no sé cuantas mamadas, pero con la combinación de cinco tequilitas otras tantas cervatanas y un rollito comprensivo y tranquilizador se han alivianado a todas márgaras. No creo que haya oficio en el que se vean tantas cosas, buenas y malas. Pleitos a lo cabrón, hasta muertitos, pero también reconciliaciones. También actos nobles, un patrón que ya a medios chiles decide aumentar el salario de sus trabajadores o aquel otro que ve a un grupito de vagos y les ofrece un trabajo honesto. No se diga malandros que hacen negocios o a deciden sobre una fechoría o ejecutarse a otros iguales a ellos. Nunca creí que iba a estar enredado en una de esas historias pero el año pasado en estas fechas de principio de año empezó una pesadilla de la que no acabo de salir. Un día me habla mi hija bien angustiada porque no aparecía mi nieta de quince años. Tenía dos días de desaparecida. Empezamos un peregrinaje por hospitales y delegaciones de policía como no tiene idea. A los tres días recibió mi yerno una llamada para decir que tenían a mi nieta secuestrada. A esos tipos se les entiende de milagro porque hablan pura majadería pesada. Total que pedían un millón de pesos ¿usted cree? Esa cantidad no la reunimos ni en dos vidas de trabajo, y ni explicarles eso porque más se encabronaban los malditos. Nos dieron un día para entregarles el dinero. Total que con amigos y parientes juntamos apenas una tercera parte vendiendo hasta lo que no teníamos. Quisimos negociar algo pero dijeron que nos iban a entregar a nuestra niña en pedacitos. Vivíamos en una agonía. Soy viudo y le doy gracias a Dios que mi esposa ya no estaba viva porque en esa se me muere de pura tristeza, impotencia y coraje. A la semana de esa última llamada cuando mi yerno salía temprano a trabajar se encontró en la puerta un costal ensangrentado. Casi se desmaya creyendo que era la amenaza cumplida. Llegó la policía y un chingo de agentes nomás a hacerse pendejos. Los peritos dijeron que eran restos de animal. Ya no volvimos a tener contacto con los secuestradores ni ninguna señal de mi nieta. Mi yerno hasta la fecha anda como zombi. A cada rato cree ver a su hija en la calle y sale corriendo a desengañarse. Mi hija no paró de llorar en meses. Yo nomás salía de esta chamba y me iba a su casa como a las dos de la mañana para hacernos fuertes todos. Ni dormía hasta que salían a trabajar ellos y yo me iba a mi casa. Así estuve hasta que un día me quedé dormido o inconsciente hablando por teléfono con mi hija. Llegaron por mí y me tuvieron que llevar al hospital, tenía agotamiento y anemia y no sé cuántas cosas. Todos estábamos bien jodidos. Hasta mis otras nietas, las hermanas menores de la desaparecida, pobrecitas ya ni querían ir a la escuela. Pero a partir de ese momento decidimos enfentar la bronca. Mi hija desde entonces trabaja con la señora Wallace a la que una banda le mató a su hijo y solita dio con los asesinos. En esa organización de la señora se ha enterado de cosas que parecen de una película de terror. Hay padres que han encontrado a sus hijas, después de años, irreconocibles, hechas unas piltrafas, víctimas de enfermedades y vicios de los que ya no se recuperan. Yo no sé si alguna vez lleguemos a ver otra vez a mi nieta, pero esa es la razón de nuestra vida ahora.
lunes, 2 de enero de 2012
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