Juan melgar
Zambutidos con desenfado y alegría en el arte sudcaliforniano por excelencia: el dulce hacer nada, la tropilla de malvivientes que aterriza cada día por Los 7 Pilares, el aguaje clandestino más reputado del puerto, es repentinamente sacada de onda por la llegada de un tipo desgarbado, carecaballo, flaco y altísimo, que desde el saludo enseña la credencial:
--¡Ché boludos! ¿Sabés una cosa? Este sitio habría sido una pulpería, allá en la pampa del siglo antepasado.
El flacazo pasea la mirada por la mísera ramada y la detiene en el Viejo Chamán yaqui, que medio se ha incorporado de su asiento, un tronco de colorín más resobado que las charras del Güero de Las Canoas.
--Y vos, ¿sos aquí el Patrón?--, inquiere el fuereño con gesto no exento de reverencia ante las arrugas del anciano.
--No, mijo. El patrón de este aguaje es El Ultramarinero, allá tras la barra de mezquite que guarda las yeleras con el bebestible. Yo soy nomás un viejo yaqui que alguna vez trompeó unos vinos con un payador tu paisano, al que le aprendió estos versos:
A otros les brotan las coplas
como agua de manantial;
pues a mí me pasa igual;
aunque las mías nada valen,
de la boca se me salen
como ovejas del corral,
que en puertiando la primera,
ya la siguen los demás,
y en montones las de atrás
contra los palos se estrellan,
y saltan y se atropellan
sin que se corten jamás.
Y aunque yo por mi inorancia
con gran trabajo me esplico,
cuando llego a abrir el pico,
tengaló por cosa cierta,
sale un verso y en la puerta
ya asoma el otro el hocico.
como agua de manantial;
pues a mí me pasa igual;
aunque las mías nada valen,
de la boca se me salen
como ovejas del corral,
que en puertiando la primera,
ya la siguen los demás,
y en montones las de atrás
contra los palos se estrellan,
y saltan y se atropellan
sin que se corten jamás.
Y aunque yo por mi inorancia
con gran trabajo me esplico,
cuando llego a abrir el pico,
tengaló por cosa cierta,
sale un verso y en la puerta
ya asoma el otro el hocico.
--¡Fenómeno! —manifiesta el flaco y se encorva asombrado hacia el tronco donde se enyaguala el Chamán-- ¿habés bebido con el Martín Fierro? Pero si nunca existió, che viejo. Es sólo un personaje literario… Además, en el siglo diecinueve… Lo habrás leído por ahí…
--El anciano no sabe leer, amigo –tercia El Parara—y si dice que se tomó unos tragos con el Martín Fierro, ha de ser cierto. Ya nos ha contado antes cómo anduvo tiempo atrás cabalgando en la pampa, y cómo vivió las guerras de fronteras, mezclado en las montoneras, pero al lado de los malones… ¿Y tú quién eres? –quiere saber el gurú del infelizaje porteño.
--Me dicen El Flaco, y tal vez el anciano me habrá visto jugar fúrbol, allá en mis pagos.
--Eres Menotti –afirma el yaqui, sonriendo— pero nunca me interesé por tu juego: patear pelotas no es lo mío. Mientras tú sudabas en la cancha yo habré estado en algún boliche, escuchando a Gardel, o a Troilo.
--¡Quéloparió! ¡En esta isla espantan! Vamos a ver… No me digás que habés conversado con Borges?
-- Me tomé algunos mates con el ciego. Me contó de Funes, el memorioso, un hombre que todo lo recordaba al detalle, y podía aprenderlo todo. Era infeliz.
-- Escuchá che viejo: ¿Recordás aquella plazoleta que está en…
La plática sigue entre el flacazo porteño y el viejón yaqui y no para en toda la noche. ¿Cómo podría? Tener a mano un tipo que ha vivido siglos y viajado sin cuento es oportunidad que nadie debería desaprovechar.
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