Alejandro
Álvarez
Hace unas semanas publiqué el artículo ‘La compleja
equidad de género’ donde en síntesis refería cómo en el marco del 60
aniversario del voto de las mujeres en México el presidente Peña Nieto enviaría
al Congreso
de la Unión una reforma al Código Federal de Instituciones y Procedimientos
Electorales para que los partidos políticos pongan a mujeres en el 50 por
ciento de las candidaturas para diputados federales y senadores como una forma
de profundizar en las políticas de equidad de género. En esa misma nota formulé la pregunta: ‘¿sólo
existen el género masculino y femenino en el mundo?’,
Después
recordé los avances que en materia de aceptar una tercera opción se han dado en
algunos países como Alemania, Australia y Suecia. En su más reciente
colaboración en el diario Milenio el analista y escritor Luis González de Alba
(Transgéneros:
amenaza a espacios femeninos) aborda el tema en una particular faceta, la
aparente – o real – amenaza que sienten las mujeres de perder ante los
transgéneros los espacios del reparto de equidad de género que al sexo femenino
les corresponden según lo establecen las ‘cuotas de género’. Académicos norteamericanos
estudiosos del hecho han llamado a este estado “pánico de género” y lo ilustran
con la anécdota de tenistas mujeres que se han negado a competir con mujeres
transgénero (o sea personas nacidas hombres que han adoptado quirúrgicamente
las características genitales femeninas) por considerarse en desventaja.
Podemos añadir a esto el escándalo que ocasionó hace cuatro años la atleta
sudafricana Caster Semanya después de ganar una medalla de oro en el mundial de
atletismo en Berlín cuando funcionarios deportivos europeos reconocieron haber
sometido a la atleta a estudios de género sin su conocimiento encontrando altos
niveles de testosterona por lo que pusieron en duda la validez de su triunfo
como competidora femenina. El
caso indignó a las autoridades sudafricanas
que se refirieron al hecho como "racismo del más alto orden" y
como una “acción humillante, sexista y racista”. Según estas autoridades
africanas hubo varias atletas blancas que tenían rasgos masculinos y que nunca
fueron sometidas a ningún tipo de pruebas y que el trato dado a Semenya era “sólo
porque ella es negra y superó a todas sus rivales europeas".
No les falta razón a las autoridades africanas si se recuerda el caso de
la princesa Ana de Inglaterra que en 1976 se le exentó de someterse a los
estudios a los que deberían someterse todas las atletas olímpicas para
verificar su sexo, la ascendencia ‘noble’ de la princesa le evitó pasar por lo
que argumentaban ‘mal rato’ al someterse al estudio de verificación de sexo.
Volviendo al tema de la atleta sudafricana la presidente de la Comisión Médica del Comité Olímpico Internacional (COI) en apoyo a
la atleta explicó: ‘Ya durante el control antidopaje se obliga a los
deportistas a desnudarse para estar seguros de que la orina que suministran
procede de sus uréteres. Evidentemente, un hombre disfrazado de mujer no
pasaría esa prueba. Además, los análisis nunca son concluyentes y pueden ser
injustos con atletas que presentan alguna anomalía genética o pertenecen al
llamado género intersexual’.
Hace apenas unos días se inició un escándalo en contra de la futbolista
sudcoreana Park Eun-Son, goleadora
máxima de la liga profesional femenil de ese país. Entrenadores de los equipos
rivales han amenazado con boicotear el campeonato si esta jugadora sigue en la
liga, su argumento es que la estatura y complexión de la jugadora corresponden
a un hombre. Tanto los directivos del equipo de Park como los directivos
nacionales señalan que esta futbolista ya pasó
anteriormente pruebas de identidad de género y formó parte del equipo nacional
de Corea del Sur en la Copa del Mundo de 2003 y la Copa de Asia Oriental de
2005.
Una cosa interesante en ambos casos es que los escándalos surgen ante el
triunfo de mujeres cuyo sexo se pone en duda, si la sudafricana hubiera llegado
en quinto lugar y si la coreana anotara un gol cada cinco partidos seguramente
a nadie le preocuparía su sexo. Otra cosa interesante es que el caso contrario
no se observa. Es decir, que los hombres no se han manifestado contra la
participación de transgéneros en deportes masculinos o no han impugnado el
triunfo de una persona que presente características femeninas en competencias
masculinas.
En el caso del ambiente político Luis González de Alba plantea la
siguiente circunstancia: “Los partidos políticos ¿qué harán? La militante del
PRD nacida hombre y reasignada al género femenino, ¿entra en la cuota de
mujeres? Ella diría que sí, los hombres también. Las mujeres dudarán en
admitirla. En la ONU, la UNESCO y el UNICEF… ¿ entran
en la cuota femenina o no? Muchas mujeres nacidas mujeres dicen que no”.
En el caso del deporte, señala el mismo González de Alba, el problema
está más o menos resuelto a través del documento conocido como ‘Consenso de Estocolmo’ que “marca con
rigidez los detalles que gobiernan los cuerpos de los atletas, desde sus
niveles de hormonas hasta sus genitales. Por ejemplo, gente con genitales
masculinos tiene prohibido competir en Olimpiadas como mujeres, aunque un
hombre sin pene puede competir en las categorías masculinas”. Como puede verse
la realidad es mucho más compleja que el simple reparto 50-50.
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