Estimaciones
conservadoras hablan de la producción de basura (residuos sólidos urbanos, RSU)
en el estado del orden de 1.5 kg por habitante. Sólo en La Paz se estarían
produciendo más de 300 mil kilogramos de basura diariamente, es decir más de
300 toneladas. Casi a nadie le importa quién la recolecta y dónde se deposita.
Lo que queremos es deshacernos de nuestra basura lo antes posible y que quede
lo más lejos posible de nuestro entorno cotidiano, fuera de nuestra vista y de
nuestro olfato. ¿Qué porcentaje de la ciudadanía está interesado en conocer o
conoce el sitio donde se dispone la basura de su ciudad? Muy probablemente
menos de 1 de cada cien ciudadanos tiene este interés. Mucho menos saber las
condiciones en las que se desarrolla el largo proceso desde la recolección, el
traslado y el depósito final de estos residuos. Eventualmente se filtran
noticias sobre la búsqueda del cumplimiento de la norma en materia de RSU por
parte de las autoridades municipales. Pero nadie se incomoda por ejemplo cuando
se informa que el basurero (“relleno sanitario”, hablando técnicamente) de
Todos Santos tiene más de seis años construyéndose sin resultados visibles pero
sí con gastos millonarios. Tampoco a nadie le interesa saber si las normas que
rigen el funcionamiento de los rellenos sanitarios se cumplen. Con que se
lleven la basura que dejamos en la puerta de nuestra casa nos sentimos
satisfechos. El tema tiene facetas sumamente importantes para el bienestar y
salud de los habitantes de todas las ciudades pero ningún gobierno ha colocado
este tema entre los prioritarios de su gestión. Es más bien un tópico tomado
como “mal necesario”. En esta ocasión me referiré sólo a la falta de valoración
y reconocimiento social a los trabajadores dedicados a esta labor.
Dentro
de la escala de reconocimiento social del trabajo público, el último peldaño lo
ocupa “el señor de la basura”, donde entran desde el pepenador, el barrendero y
la flotilla de recolectores en camiones. Se considera que este trabajo sólo lo
pueden desempeñar aquellos que sólo
tienen los más elementales estudios o que no tiene ninguno, aquellos que prácticamente
son analfabetos funcionales o de plano
nunca aprendieron a leer ni a escribir, aquellos que no merecen una vivienda
digna, que pueden vivir entre la basura, su materia de trabajo. Es denigrante
el concepto en que se tiene a este trabajador, sin embargo dentro de la escala
de los trabajadores que cumplen con sus deberes y desquitan cada centavo de su
salario el primer lugar seguramente lo ocupan estos empleados públicos, los
recolectores de basura. Y para quien lo dude, que se dé una vueltecita por el
palacio municipal a eso del medio día y que contabilice el número de
trabajadores que está en su puesto de trabajo. No hablaremos de la calidad y
atención del trabajo para no complicar más las cosas. En ese mismo momento se
encuentran en las calles decenas de trabajadores recolectores bajo el rayo del
sol, sorteando vehículos, vaciando botes o depositando cientos de bolsas
repletas de inmundicias en el camión, sudando la gota gorda en un horario que
empezó en la madrugada, cuando la inmensa mayoría de los habitantes dormimos lo
mejor del sueño. Es muy probable que ni siquiera conozcamos a los trabajadores
que semana a semana pasan por nuestra puerta a recoger el basural que dejamos
una noche antes. Y no son pocos los conductores que les pitan y les mientan la
madre a estos trabajadores cuando un camión recolector se les atraviesa
enfrente gritándoles para que se hagan a un lado.
¿Alguien
protesta ante la evidencia de que ni siquiera tienen uniforme de trabajo y los
elementos indispensables en el vestido y calzado que garanticen su seguridad y
salud? Las negociaciones de la burocracia sindical son sólo sobre los “grandes
temas” de gobierno.
El
riesgo de estos trabajadores no es sólo sanitario, que ya por sí sólo es enorme
si consideramos la cantidad y diversidad de micro y macro organismos patógenos
con los que están en contacto diariamente y durante horas. Está el riesgo vial que represente trabajar
en la calle sin la señalización básica en su ropa de trabajo y de viajar
colgado del camión durante largos trayectos. Además no son pocos los
trabajadores que viven en las cercanías de los sitios de depósito final de los
RSU, que por lo general, ante el incumplimiento de las normas de control, son
focos de infección regional.
Ojalá
un día de éstos las autoridades y los propios habitantes reconozcan y valoren
el trabajo que realizan estos conciudadanos en favor de la comunidad.
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