El hecho es
que hasta cuando estoy dormido
de algún
modo magnético circulo
en la
universidad del oleaje.
Pablo Neruda
Es
un deporte poético porque se ejerce sobre las olas; portan ellas todos los
atributos de la poesía pero suelen concentrar el ritmo y la rima, porque del
verso y su conjunto, la estrofa, se encargan los surfistas con esas
coreografías sobre superficie animada que van con su silueta dibujando, equivalentes
a la escritura del poeta y al trazo del pintor.
Caligrafía
marina en sentido literal.
Inquieren
ellos, en esas ráfagas de agua salada, los elementos poéticos. Cada ascenso en
la tabla significa el inicio de su búsqueda: mientras más y mejor descubren y
luego se apegan, con su dominio de aquélla y de su propia corporeidad, al ritmo
y a la rima que el oleaje porta intrínsecos, más próxima al arte es su
ejecución.
La
marea y sus ondas son la materia a la que el jinete de las aguas busca
encontrar formas, coherencia, dotar de orden, pero como expresar fondo y forma
es falacia pues ambos componentes configuran binomio natural, plena unidad y
por lo tanto inseparable, se ostenta aquél, cabalgador por excelencia de las
olas, como elemento síntesis, metáfora de la fusión entre el caos y la cadena
de mensajes marinos subrepticios, esa rima y esos ritmos que el surfista
descubre, incorpora y después dibuja, emulador de ellos en la superficie, con
su figura en contorsión.
Los
movimientos del surfer son entonces los correspondientes marinos del verso, y
esos mismos movimientos multiplicados durante el lapso en que transcurre su
actuación, un símil del conjunto de estrofas integrantes del poema.
Si
queremos asomarnos al proceso, al cómo
llega el danzante marino a, digamos que se debate entre su propia pericia y
los azares que a esa multitud de valles y crestas infringen los vientos, la
brisa, las corrientes profundas y las misteriosas labores de Amfítitre; entre
sus capacidades de intervención en los lares de Poseidón y los movimientos
indómitos e impredecibles del oleaje. La cualidad suprema del surfista es,
entonces, el justo equilibrio de su contoneo.
“Los
surfers no se van al cielo, se quedan en el mar”, y suele entonces suceder que
un poeta de las aguas que ha adquirido ese estatus para siempre pues ya no
habita más este perímetro terrenal y finito que nos recoge, convoca desde las
propias entrañas marinas a sus pares de acá de este lado, y éstos, solidarios,
se reúnen en tributo a su memoria y crean una obra teatral sobre las aguas, que
dura más de las 48 horas previstas al inicio, tal es su capacidad de
llamamiento.
Le
llaman torneo a esa lid sobre mareas y la han bautizado con el nombre de Luis Aldaco, quien desde hace dos años
nutre con la savia de sus cenizas ese mar, que para gracia de su deporte
predilecto quiere dejar de hacer un poco menos honor a su nombre, aunque no a
sus cualidades: Pacífico.
La
congregación fue de más de 140 participantes, más de 140 figuras que uno vio
por tres días deambular por aquí y por allá, pululando, entrando y saliendo,
subiendo y bajando, humedeciéndose y secándose, contoneándose y apaciguándose,
estilando y destilando, enfundados todos en sus segundas pieles brunas,
siluetas en forma de cruz porque llevan invariablemente consigo, en sentido
perpendicular a su esbeltez, adheridas impecablemente a ellos, sus tablas,
especie de extensiones de sus fisonomías.
Este
año, el segundo en que se lleva a cabo el memorial, las olas se presentaron más
grandes que el anterior. El torneo coincidió, como mandamiento divino, con un
“swell”, bandadas de olas frecuentes y de excelente tamaño procedentes de
altamar, que van cortando el agua como en secuencia de tren y arriban a la
orilla como obsequio de las Grayas a los surfeadores.
Swell, rima
y ritmo marinos en amalgama y por naturaleza fusionados, ofrenda poética del
mar a los jinetes de las aguas.
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