Huyendo del canto de las sirenas del bar vecino, donde más allá de la medianoche mis amigos del Santo Oficio ya habían pasado del juglar Sabina a la galaxia Pink Floyd, dejamos reposar el inefable engendro verbal de Nocturno del Tecolote, y tomando nuestros arreos de pesca cruzamos el malecón hacia el "muellecito de madera" que frente a las ruinas del hotel Los Arcos es otra sombra sobre el mar de sombras.
Y sombra entre sombras, como al entrar al cine cuando las luces ya se han apagado ( "Y el ritual del sueño ha empezado",.diría Fellini), poco a poco tus ojos se van "acostumbrando a la oscuridad", a las claridades nocturnas del héroe romántico (La Flor Azul), y descubriendo, paso a paso,el contorno y el rostro de sus criaturas.
Desde parejas que con los pies colgantes sobre el mar no necesitan llegar a la cópula para alcanzar el éxtasis, el grito ahogado de entrelazadas estatuas de sal ; solitarios que dejan a su paso un hornazo que evoca el que recorre las páginas del Auillido de Gingsberg; porteños que llegan en bicicleta a "tirar piola" con sardinas, calamar y cabrilla como carnada.
Dos de ellos ya son mis compitas, Sebastián y Hugo, que no son de aquí, donde residen desde hace años, sino de tierra muy adentro: la ciudad de México.
Se conocieron en este mismo sitio, aprendiendo a pescar. Y el nuevo oficio/pasatiempo los ha recompensado con creces.
Vienen casi todos los días, a veces al amanecer, y otras al caer la tarde, y se quedan hasta estas horas de la madrugada.
Nunca se han ido con las redes vacías.
De pargos, cabrillas, mojarras, cazones y hasta botetes consiste la parte medular de su dieta y la de sus familias.
¿Botetes? ¿Venenosos botetes, cuyo hígado era utilizado por los nativos de Loreto/ Conchó para trampear y envenenar a la hambreada soldadera del fundador Salvatierra?
Sebastián, el mayor de mis dos nuevos amigos chilangos pescadores, que llego a La Paz con la diáspora del 85, siguiendo a un hermano que trabajaba en una fábrica de pinturas, cuenta que cuando cocinó su primer botete no sabía que estos peces dientones y de piel sin escamas, como de hule, representaran un peligro de muerte, como de las que luego se enteró.
Sebastián y los suyos salieron ilesos de su primer botete a las brasas, pero ya advertido, un amigo le enseñó a prepararlos, abriéndolos por "la espalda", de la nuca a la cola, y despellejándolos sin tocar la hiel y el hígado, tan letales como las del bagre.
Y entre plática y plática, un exquisito paréntesis de dialogantes sombras y silencios .De esas velas fantasmales, a la orilla desierta , la ciudad y la aureola del sueño colectivo.
Hasta que vuelves a sentir el jalón de la piola entre tus manos, calcular el tamaño y forma de la criatura que ha mordido tu anzuelo, allá en el fondo del mar/sombra, por su manera de correrse, de resistirse, y cuya verdadera identidad no sabrás hasta el momento de traerlo a la superficie.

-Cuando quieras vamos a sacar callo de hacha- invita Sebastián, ya de despedida, al cuarto para las cuatro.
- ¿Callo de hacha? ¿Dónde?
- Allá- señala hacia el extremo norte del malecón-,frente al puentecillo del Esterito...En los bajamares.
- ¿ Todavía hay?
-¡¡ Uhh!!-exclama el defeño sorprendido por la incredulidad del amigo que presume de ser nativo de ese barrio porteño.
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