domingo, 20 de julio de 2014

PARAÍSOS PERDIDOS



La vieja casa de mis tíos Elisa Agramont y Mario Castro, en Todos Santos, de exquisitos recuerdos infantiles.

Tan cerca de la alberca en forma de mango de El Rinconcito,un verdadero Huerto del Edén, ya desaparecido.

El borde de esa banqueta daba vértigo al niño de seis, siete años. En el patio trasero el tío Mario tenía un fordcito modelo T,  de elegante color negro, en feliz contraste con el verdor del emparrado y el fulgor púrpura de las bugambilias.

Lo calentaba todas las mañanas, sin conducirlo a ninguna parte, ante la noble  mirada de dos perros San Bernardo y las cornamentas de venado que según él eran sus trofeos de caza.
Y digo «según él», porque el tío Mario-supe más tarde- tenía fama de "fantasioso", pues hasta leones pelones habían cometido el error de cruzar por su afilada mira en sus fabulosas  excursiones a la Sierra de la Laguna.
El próspero comerciante tenía  una de las cajas fuertes más envidiadas en un pueblo sin ladrones, pero con dos impactantes crímenes recientes, y el o los asesinos sueltos.
Una acaudalada y distinguida dama todosanteña había sido encontrada apuñalada en sus aposentos, y el cuerpo ensotanado del cura italiano arraigado en el pueblo, con  una bien ganada fama de garañón, descubierto por unos pescadores flotando en las aguas de Punta Lobos.

"Crímenes pasionales", era la frase por todos susurrada. No necesitaba entenderla para sentirla con un escalofrío.
  .    
Cuando la tía Elisa(hermana de mi abuela materna) enfermó, el matrimonio entre el próspero comerciante y la ameritada maestra, litigante sin título, combativa líder agraria, ya había hecho "huesos viejos".  La ausencia de hijos no impidió la realización plena de un amor a toda prueba que impregnaba todos los rincones de esa casa.
En lo que fueron nuestras últimas vacaciones, al  llegar  la hora de dormir, abrazado a mi madre escuchaba los ruidos de la noche, cuando un rítmico, intermitente golpeteo irrumpió dentro de la casona  de gruesos muros y puertas de madera  con aparatosos aldabones.

 Mi madre sintió mi  sobresalto y murmuró entre el sueño y la vigilia:" "Es tu tío Mario. Le está haciendo el ataúd de tu tía Elisa".

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