Alejandro Álvarez
Ahí están los espectaculares que no dejan lugar a dudas, la sonrisota natural, los blanquísimos dientes naturales, orejas y narices naturales, papá, mamá e hijitos con su natural expresión de felicidad ¿cómo alguien puede estar en contra de la familia natural?
Todo grupo social en la historia cobijado bajo la defensa de lo “natural” ha dejado una profunda huella. Hubo uno que consideró que era natural que una raza fuera superior a las otras, de ahí saltó a la creación de centros de confinamiento y exterminio de las otras razas para garantizar la prevalencia de la raza superior. Nada más natural. Otros consideraron que su dios era de forma natural el único y verdadero. Nada más natural que perseguir y liquidar a las otras creencias. También hay quienes creen que los “naturales”, es decir los humanos primigenios de una región, son por ese sólo hecho dueños de una sabiduría incuestionable, incluyendo sus sacrificios humanos y la aplicación de la esclavitud sobre sus enemigos. Son representantes primitivos de lo auténticamente natural. Ya se patentó que vivirán más y mejor los naturistas, fieles creyentes de lo natural, aunque no puedan vivir sin aire acondicionado en su cubículo de trabajo, casa, automóvil, restaurant preferido y bar. Ni modo que se les pida vivir en chozas de paja y carrizo naturales o se trasladen a pie o en burro natural o vivan de la caza y recolección de raíces y frutos naturales. Como natural es también que existan miserables y opulentos ¿de cuándo para acá una sociedad igualitaria puede catalogarse de natural? Esas son ideas exóticas y extravagantes en plena decadencia, como el comunismo.
Pero no nos desviemos, para fortuna de los sudcalifornianos se ha constituido el “Frente ciudadano por la familia natural” que hace un llamado a las autoridades para defender los “valores sociales y sobre todo los valores de la familia”. ¿Y cuáles son esos valores de la familia? Muy sencillo, rechazar la legalización de las uniones de personas del mismo sexo y, más recientemente, que esas uniones tengan el derecho de adopción.
Un conocido empresario paceño ha establecido, para ilustrarnos, que la familia natural la conforman un papá, una mamá y un número variable de hijos. Se deduce que una unión hombre-mujer sin hijos no es familia. Y remata así: “toda unión conyugal/familiar fuera de dicho contexto representa un riesgo y una amenaza para el futuro social”. ¡Ay cañón! Como dijera mi nieta.
Así que unos abuelos que críen a sus nietos o unos tíos que lo hagan con sus sobrinos o una hermana mayor que sostenga a sus hermanos menores, o una madre o padre solteros que vivan con sus hijos, todos son una amenaza para el futuro. Ya no digamos que personas del mismo sexo no sólo legalicen su unión sino que además puedan tener bajo su tutela la educación y cuidado de niños. ¿Por qué mejor no confinamos a todos estos degenerados con fines de liquidación para garantizar la existencia de la familia feliz?
El Arzobispo Primado de México ha dado respuesta puntualmente –como dijera el gober Leonel- a esos intentos contra natura cuando dijo: “el numeral 2357 del Catecismo señala que los actos homosexuales son ‘intrínsecamente desordenados’ y contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”. Que la iglesia del Arzobispo esté atestada de actos de esta naturaleza “intrínsecamente desordenada” es otro cantar. Mientras son peras o manzanas la Suprema Corte le ha ganado la partidal a las dirigencias políticas del país (derechas, izquierdas y centros) en lo que se refiere a una de las más antiguas y elementales demandas de los grupos homosexuales: igualdad de derechos civiles. Cosa de lo más natural ¿o no? Bien por la Suprema Corte, mal por los partidos que hacen como que no ven para no manchar su inmaculada imagen.
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