Alejandro Alvarez
En los últimos días del mes de marzo la prensa nacional, en uno de tantos comunicados similares, reportaba el hallazgo, en un vehículo abandonado, de siete personas asesinadas en el estado de Morelos. Tres de ellos yacían en el asiento trasero y cuatro apilados en la cajuela. Uno de ellos era Juan Francisco Sicilia Ortega, hijo del poeta y novelista Javier Sicilia. Juan Francisco, de 24 años de edad, era estudiante de administración en una universidad privada de Cuernavaca. Otros tres de los asesinados, Julio César Romero Jaime, Luis Antonio Romero Jaime y Gabriel Anejo Escalera, eran sus amigos. Sobre ellos no había la menor duda de que eran totalmente ajenos a grupos delictivos. La ola de indignación generada desde entonces sigue planteando con crudeza las condiciones de inseguridad en que se encuentra el país y los alcances de una guerra que parece no tener fin con sus respectivos “daños colaterales”. Javier Sicilia se suma a la larga cadena de padres agraviados por la muerte de sus hijos a manos de criminales. En la lista está Nelson Vargas ex titular de la Confederación Deportiva Mexicana, recordemos sus palabras cuando todavía no se tenía conocimiento del paradero de su hija Silvia secuestrada: “…..He perdido parte de mi vida, no puedo seguir viviendo sin saber dónde está mi hija. Ya no tengo nada que perder, y no saber qué ha pasado con mi pequeña me tiene desecho, pero no voy a claudicar. Día a día seguiré exigiendo a la autoridad; día a día voy a hacerle ver que este caso es relevante, no es para que se archive, la propia autoridad nos ha dicho que no tenemos nada que nos lleve a encontrar a Silvia, si esto es nada: un hombre que trabajó cerca de dos años con mi familia, sabemos que sus hermanos son de una banda que ya ha hecho secuestros. ¿Eso es no tener nada? ¡Eso es no tener madre!” Días después descubrieron el cadáver de su hija.
Ahora Javier Sicilia nos sacude con su declaración de la semana pasada: “… Lo que hoy quiero decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es fruto de lo que no pertenece a la naturaleza…., desde ese sufrimiento, desde la indignación que esas muertes han provocado, es simplemente que estamos hasta la madre…”. Sí, como hasta la madre estuvo Isabel Miranda de Wallace quien prácticamente llevó a cabo la investigación del secuestro y muerte de su hijo Hugo Wallace poniendo al descubierto a toda la banda de delincuentes. Cinco años tuvo que esperar para ver tras las rejas a los principales cabecillas que ella puso a disposición de las autoridades. Pero hasta el momento los restos de su hijo no han sido localizados. Y también hasta la madre está Alejandro Martí padre de Fernando Martí niño de 14 años quien fue asesinado después de 53 días de haber sido secuestrado. De Alejandro Martí son las siguientes palabras que aún resuenan, sin resultados, en los oídos de los miembros del Consejo Nacional de Seguridad, pronunciadas hace tres años: "Señores, si piensan que la vara es muy alta e imposible hacerlo, si no pueden renuncien, pero no sigan ocupando oficinas de gobierno y recibiendo un sueldo, porque no hacer nada, también es corrupción, en nuestro país hay jóvenes que requieren el trabajo de ustedes y estarían gustosos, con todo el entusiasmo de gente limpia y no maleada de hacer el trabajo que ustedes no están haciendo". Y pueden sumarse cientos y miles de voces heridas y desgarradas por la impotencia de ver cómo los grupos criminales se reproducen cobrando víctimas a diestra y siniestra. Se siguen descubriendo complicidades de policías con los delincuentes, o es imposible distinguir unos de otros, sigue la incapacidad policial tomando carta de naturalización en todos los órdenes de gobierno, la investigación es una farsa cuando de dar cuentas se trata. Después de los partes oficiales informando del hallazgo de cadáveres por montones no se vuelve a saber nada de las supuestas pesquisas. Por la sencilla razón de que éstas no se realizan. Se meten al mismo saco las víctimas circunstanciales con las bajas entre bandas rivales. Todo se vuelve números rojos sin distingos. Todo se achaca a ajustes de cuentas, los funcionarios se sacuden las manos y se mete el expediente a un archivero de donde nunca más se sabrá nada. Los ciudadanos no merecen mayor explicación. Aquí en nuestra ciudad, la impunidad campea en el caso de la muerte del joven abogado Jonathan Hernández Ascencio y de la desaparición de la niña Lisset Soto Salinas. ¿Qué es lo que tiene que suceder para que las autoridades cumplan con su deber? Por eso es que estamos hasta la madre.
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