viernes, 15 de abril de 2011

MEXICO, PAIS DONDE MÁS SE TRABAJA


Alejandro Alvarez

La nota, entre los titulares de la prensa nacional, en realidad pasa desapercibida. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) México, afiliado a ese organismo internacional, es el país donde más se trabaja, con diez horas promedio al día entre el trabajo remunerado y el no remunerado, pero también el que tiene mayor proporción de pobres en su población. Paradójico pero explicable. Acompañemos el dato con el hecho de que corresponde a un compatriota (es un decir) ser el rico más rico del mundo, me refiero a Carlos Slim, por supuesto. Este benefactor social amasa la friolera 74 mil millones de dólares, pero junto a él hay otros diez mexicanos (es un decir) en la prestigiada lista Forbes. El multimillonario más jodido de los mexicanos es Alfredo Harp Helú, primo de Carlos Slim Helú, en el sitio 1140 con sólo mil millones de dólares. Pobrecito, ¿no le dará vergüenza?
Los promedios son engañosos así que esa cantidad de las diez horas de trabajo al día es muy probable que estén mal distribuidas porque una mayoría debe trabajar más de doce horas y una minoría trabaja menos de las ocho horas diarias oficiales. Señores burócratas, no se sientan aludidos. Ya sabemos, somos un país donde la equidad brilla por su ausencia. Sirva esto de marco para contar una breve historia. Conocí muy de cerca la rutina diaria de dos hombres maduros. Su día empezaba a las cinco de la mañana. Media hora después deberían estar con su equipaje –que consistía en un costal con zanahorias, otro de naranjas y bolsas con frutas de temporada–, abordando el camión que los conducía a su centro laboral. Este era un puesto semifijo de jugos y licuados ubicado a un costado de la puerta de una universidad privada. A las seis y media debían estar acomodando el mostrador con los extractores, frutas y panecillos para que los primeros estudiantes que empezaban sus clases a las siete desayunaran rápidamente. Aquello se convertía en un abrir y cerrar de ojos en un sismo, todos pedían al mismo tiempo y exigían atención inmediata. Hasta las ocho de la mañana duraba este tsunami, que después iniciaba su reflujo con momentáneos ascensos cada hora. A la una treinta de la tarde concluía la jornada laboral, pero iniciaba lo que la OCDE llama elegantemente la parte no remunerada de su trabajo, lavar, ordenar  y dejar todo listo para el siguiente día. A las dos treinta estaban esperando el camión de regreso a casa con una  escala técnica en un centro de abasto donde reponían la naranja, zanahoria y otras frutas como fresa, guayaba y mamey (no empiecen con sus cosas). Casi a las cuatro de la tarde llegaban a su hogar, comían y continuaban  con el trabajo no remunerado que a esas horas consistía en lavar y limpiar el nuevo cargamento, que la fresa es muy delicada, que hay que quitarle el rabo (mjum), la guayaba no debe golpearse, que la zanahoria debe permanecer en agua, en fin, mil cuidados. Entre las seis y las siete de la tarde concluía la suma de su trabajo “remunerado y no remunerado”, doce o trece horas después de haber iniciado. Esta rutina se veía salpicada de anécdotas simpáticas como encontrarse en la mañana el puesto violado por ladrones que se llevaban los exprimidores de frutas y la licuadora, dejando la cerradura destrozada. Pero lo que arrojó al desempleo a estos dos hombres fue que los funcionarios de la universidad a cuyas puertas el negocio de jugos “florecía”, los invitaron cordialmente a alejarse unos cincuenta metros para combatir la competencia desleal que hacían a la cafetería oficial del recinto educativo. Seguramente la juguería recibía cuantiosos subsidios del presupuesto público. Esos hombres eran mi padre y mi abuelo. Las cifras de la OCDE sólo sorprenden a quien cierra los ojos a nuestra realidad, un país de desigualdades y desequilibrios intolerables, fabricante de super ricos y super pobres.

VOZ DE UN LECTOR
En respuesta al artículo anterior (Javier Sicilia: ¡Estamos hasta la madre!) un lector –o lectora– bajo el nombre de mcquiroz responde lo siguiente: “En este país en guerra contra los narcos los muertos ‘circunstanciales’ deben ser hijos de empresarios, funcionarios públicos o intelectuales renombrados para tomar relevancia y que los medios y la sociedad vuelvan la mirada hacia el caso. Qué bueno que se investigue, caigan funcionarios ineptos y se conozcan los detalles de esas infamias cuando hijos o familiares de famosos caen accidentalmente entre fuego de bandas o son víctimas inocentes. Qué malo que sobre las otras miles de víctimas anónimas por ser hijos de pobres se tienda el manto frío del silencio y el olvido”. Servido estimado lector

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