La gran obra El Pabellón Cultural fue inaugurada, por segunda vez, el día último de marzo, y los festejos continuaron con exhibiciones de gala al menos hasta el viernes primero de abril. El Pabellón es una obra importante si no por su abigarrado diseño, sí por las exageradas cantidades de dinero que se han invertido y continuarán gastándose en este proyecto que no fue aprobado por el congreso del estado, que no sabemos quién lo planeó ni de quién fue la iniciativa de su construcción.
El complejo cultural —enormes y extravagantes moles de cemento— tendrá un costo total, nos informan las autoridades, de 1,500 millones de pesos y en su primera etapa, ésta que fue inaugurada nuevamente, se invirtieron aproximadamente 400 millones. ¿De dónde se obtuvieron estos fondos? El propio gobernador, en su solicitud de ampliación de presupuesto del 2009 al Congreso, informó que los recursos mayoritariamente vinieron de una partida enviada por el gobierno federal para programas de desarrollo social, y que fueron destinados a este pabellón y al par vial de San Lucas.
De la misma manera en que el pueblo sudcaliforniano fue excluido de la toma de decisión, de el diseño y la planeación del extraño recinto que comentamos, los distintos grupos artísticos y culturales sudcalifornianos fueron excluidos también de los festejos que tuvieron lugar en la repetida inauguración de ese edificio al que el escarnio popular ha bautizado como la "piñata gigante" de Los Cabos. En efecto, artistas de extraordinaria calidad satisficieron los refinados gustos de los engalanados cabeños asistentes, aunque los sudcalifornianos lamentamos que a nuestros artistas no se les haya considerado dignos de presentarnos su arte en ese evento memorable.
Nadie se opondría, por supuesto, a la construcción de un edificio que tarde o temprano podrá ser utilizado regularmente para la realización de actividades culturales. Pero a lo que sí nos opusimos fue a que en el peor año económico desde que somos un estado libre y soberano, cuando las administraciones municipales estaban hechas pedazos, el desempleo en su nivel más alto y los rancheros en una de sus peores temporadas, decidiera el gobierno del estado unilateralmente que ese recurso, en principio etiquetado para programas de desarrollo social, fuera invertido en una obra que nadie solicitó y que, para colmo, le fue adjudicada a Luis Cano, cuya cercanísima relación con el gobernador Agúndez es del conocimiento público.
Esta adjudicación ocasionó un evidente malestar en el medio de los constructores y levantó suspicacias acerca de si las bases de la licitación se habrían diseñado o no para que específicamente Luis Cano ganara el concurso. Por otra parte, la adjudicación levantó sospechas por sí misma, pues es ampliamente conocido el hecho de que en la empresa ganadora trabaja un hijo del mismo titular del Ejecutivo.
Si tomamos en consideración que no hubo ningún sector social del Municipio de Los Cabos que abanderara la demanda por aquella gigantesca inversión, cuyo proyecto general aun desconocemos los sudcalifornianos, nos preguntamos: ¿Había alguna necesidad de que la administración pública fuera expuesta a semejante sospecha?
Desde nuestro punto de vista, no. No había ninguna necesidad de dar pábulo al creciente rumor de que el gobernador estaba tratando de oxigenar la falta de liquidez que el propietario de la constructora estaba enfrentando en el gigantesco proyecto "Paraíso del Mar" que desarrollaba en el Mogote de la Bahía de La Paz. Menos aún, si recordamos que el rumor crecía junto al extendido infundio de que NAM era socio también de aquel desarrollo inmobiliario.
Nadie se opondría, por supuesto, a la construcción de un edificio que tarde o temprano podrá ser utilizado regularmente para la realización de actividades culturales. Pero a lo que sí nos opusimos fue a que en el peor año económico desde que somos un estado libre y soberano, cuando las administraciones municipales estaban hechas pedazos, el desempleo en su nivel más alto y los rancheros en una de sus peores temporadas, decidiera el gobierno del estado unilateralmente que ese recurso, en principio etiquetado para programas de desarrollo social, fuera invertido en una obra que nadie solicitó y que, para colmo, le fue adjudicada a Luis Cano, cuya cercanísima relación con el gobernador Agúndez es del conocimiento público.
Esta adjudicación ocasionó un evidente malestar en el medio de los constructores y levantó suspicacias acerca de si las bases de la licitación se habrían diseñado o no para que específicamente Luis Cano ganara el concurso. Por otra parte, la adjudicación levantó sospechas por sí misma, pues es ampliamente conocido el hecho de que en la empresa ganadora trabaja un hijo del mismo titular del Ejecutivo.
Si tomamos en consideración que no hubo ningún sector social del Municipio de Los Cabos que abanderara la demanda por aquella gigantesca inversión, cuyo proyecto general aun desconocemos los sudcalifornianos, nos preguntamos: ¿Había alguna necesidad de que la administración pública fuera expuesta a semejante sospecha?
Desde nuestro punto de vista, no. No había ninguna necesidad de dar pábulo al creciente rumor de que el gobernador estaba tratando de oxigenar la falta de liquidez que el propietario de la constructora estaba enfrentando en el gigantesco proyecto "Paraíso del Mar" que desarrollaba en el Mogote de la Bahía de La Paz. Menos aún, si recordamos que el rumor crecía junto al extendido infundio de que NAM era socio también de aquel desarrollo inmobiliario.
Publicadas por Juan Luis Rojas Aguilar a la/s 22:38
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