No se trata de una referencia extraída de la mitología griega sino de
Narciso, nuestro Narciso Agúndez quien apenas llegado al llamado Palacio de
Cantera, empezó una activa transformación enfrente de su nuevo lugar de
trabajo: excavaciones primero, luego una enorme cantidad de caños, tubos,
llaves y tlapalería en general invadieron el sitio. Todos nos preguntábamos que
sucedía hasta que la obra estuvo terminada y un día sin más, pudimos ver en
pleno a la misteriosa obra de Narciso, era una fuente con chorros descomunales
que bailaba al son que le tocaran.
La fuente bullía día y noche, se estiraba y se acortaba como el célebre
chorrito de Gabilondo Soler y así permaneció todo el sexenio hasta que llegaron
los actuales huéspedes del canterano palacio convertidos en panistas;
desapareció el amarillo chillante de edificios, uniformes y carros oficiales
que se cambió por el azul panista ante el regocijo de los vendedores de pintura
sexenales y, entre otras cosas, la fuente se desvaneció. No hay más ruido
y movimiento de agua, hoy la fosa donde se levantaba la los acuosos chorros
está llena de fierros, caños y mangueras que ya muestran óxidos y mohos.
Ignoro las razones igual que la urgencia para levantar una fuente en la
explanada del palacio gubernamental o el simbolismo profundo que guarda su
construcción, pero también los motivos para abandonarla a su suerte. Independientemente
de los rencores y rivalidades que puedan albergar los “mandamases” del estado
tendrían que considerar que dicha fuente está fabricada con dinero de los
contribuyentes y que su uso, igual que en cualquier ciudad que pretende
embellecerse –con todo lo que eso significa- merecería que se pusiera en
funcionamiento, total, ya está ahí, hay que disfrutarla.
Pero no, no sucede así quizás porque los que ganaron las elecciones son
ahora los dueños de fuentes y vidas y ya sabrán lo que hacen. Lo cierto es que
todas las ciudades –que se precien de serlo- tienen este tipo de ornatos y en
algunas ciudades, hay fuentes famosas como la de Canaletas en Barcelona, la de
Trevi en Roma o la de Diana Cazadora en Ciudad de México; más acá, la Minerva
en Guadalajara, muchas ciudades poseen fuentes que luego, por otras razones, se
hacen célebres y aunque la fuente de Narciso ha sido, quizás hasta un capricho
del exgobernador, como todas las fuentes arriba mencionadas, embellecen,
emperifollan, dan personalidad a la ciudad, en fin, la fuente hace bien a
La Paz y ningún estorbo.
Se vuelve sobre las malas costumbres de la inauguración del ”fuego
nuevo”, algo que el PRI hacía por razones de sobrevivencia: enterrar, borrar
todo lo que oliera a gobierno anterior, para iniciar el “nuevo” cuando todo
mundo sabía que era uno solo. Pero el PRI que ya se caía de viejo, necesitaba
nuevos argumentos: hacía enemigo al gobierno anterior –que siempre salía
por la puerta de atrás- y entonces, el “nuevo”, producía el efecto de la
esperanza porque se habían ido los malos y llegaban los buenos, que a la
postre, como sabemos, salían peor. El PRI produjo en BCS una sucesión
descendente en la percepción ciudadana, el gobierno de Alvarado fue menos bueno
que el de Mendoza, el de Liceaga fue peor que el de Alvarado y el de Mercado
–hasta ahí llegaron- fue nefasto, mucho peor que el de Liceaga, que ya es
decir.
Es obvio que la idea de enterrar el gobierno anterior para que brille el
nuevo, no es nueva. Pero en el caso del gobierno perredista de Narciso Agúndez,
ni necesidad había de enterrarlo porque se enterró solo: perdió las elecciones
por paliza, salió desprestigiado y hasta a la cárcel fue a dar. La idea
de suprimir la fuente –solo porque se hizo en el periodo narcicístico- no
es solo pueril, simplona, sino que también afecta la vista de la ciudad; al
entorno agradable que produce el ruido del agua para quienes vivimos en el
desierto.
Por otro lado, es claro que persiste la idea que las obras son de los
gobernantes que las encargaron o que se erigieron durante su periodo, las
placas alusivas que colocan en las obras públicas son verdaderas egotecas que
soban la vanidad y algunas llegan al colmo de la pedantería. Como si no
supiéramos que después, una vez finalizado su sexenio o cuatrienio y medio,
cuando ya no tiene posibilidade$ de controlar a los mismos que los
ensalzaron; cuando ya no hay contención de los medios –porque hay fuego
nuevo, precisamente- empiezan a caer los ditirambos para ser, de nuevo, no solo
comunes y corrientes sino que hasta delincuentes. Hemos visto como el
gobernador Agúndez, hace unos meses descorría con jactancia, la cortinilla que
cubría la placa metálica en la inauguración de una obra que lo podía llevar a
la rotonda o al CERESO.
La fuente no
funciona, está seca y al punto de herrumbre, la gente pasa y ve la fosa de
fierros y mangueras retorcidas, tostadas por el sol; los surtidores estropeados
de una obra abandonada, derruida; no se observan trazas de reparaciones,
tampoco está desmantelada, está ahí, como una prueba de la carencia de
institucionalidad, de la falta de continuidad en asuntos de gobierno, peor
aún, la artimaña huele más a sevicia, a ensañamiento, sentimientos poco
edificantes, muy alejados de las virtudes sudcalifornianas y de su prédica
institucional.