jueves, 16 de mayo de 2013

JAIME, EL CANTINERO



Alejandro Alvarez

Con la cara cacariza por una viruela infantil detrás de la barra de una cantina, Jaime de pelo blanco usa bigote ralo y descuidado. Extremadamente delgado tiene una corva en la espalda que da la apariencia de cargar trabajosamente una pesada losa. Tiene sesentaidós años pero aparenta por lo menos diez más. Con voz pausada cuenta fragmentos de su vida.
–Empecé a chambear en estos ambientes cuando tenía dieciséis años. Entonces sólo barría, trapeaba y lavaba los excusados en la mañana en cantinillas de medio pelo. A la sorda me chingaba una o dos cervecitas antes de terminar mi jornada a mediodía. Vicio lo que se llama vicio creo que no tengo, pero como decía mi padre, la costumbre va a estar canijo que se me quite. Este giro tiene muchas variantes, casi todas las he practicado. He mesereado en toda clase de tugurios, desde los clandestinos de barrio que dan servicio las veinticuatro horas hasta los bebederos de caché donde huele bonito y se visten a toda madre. Pero los borrachos son iguales en todas partes. También trabajé en banquetes, encerronas en domicilios privados, cantinas móviles terrestres, aéreas  y marinas. La imaginación del empresario dedicado al chupe es infinita. Aquí en la barra he encontrado mi lugar a final de cuentas. La hace uno de sacaborrachos, de árbitro, de sicólogo y hasta de consejero matrimonial. Le aseguro que salgo más barato que un guarura, un loquero o un abogado y ni se diga de los resultados. Va a decir que me la jalo pero aquí han venido a agradecerme en su sano juicio un chingo de clientes que según ellos ya se querían cortar las venas y tirarse de un edificio y no sé cuantas mamadas, pero con la combinación de cinco tequilitas, otras tantas cervatanas y una plática comprensiva y tranquilizadora se han alivianado a toda madre. No creo que haya oficio en el que se vean tantas cosas. Buenas y malas. Pleitos a lo cabrón, hasta muertitos, pero también reconciliaciones y actos nobles. Un patrón que ya a medios chiles decide aumentar el salario de sus trabajadores o aquel otro que ve a un grupito de vagos y les ofrece un trabajo honesto. Y claro, está la otra cara de la moneda porque hay malandros que hacen negocios o deciden aquí mismo sobre la mesa hacer una fechoría o mandar al panteón a otros iguales a ellos.  Nunca creí que iba a estar enredado en una de esas historias pero el año pasado en estas fechas de principio de año empezó una pesadilla de la que no acabo de salir. Un día me habla mi hija bien angustiada porque no aparecía mi nieta de quince años. Tenía dos días de desaparecida. Empezamos un peregrinaje por hospitales y delegaciones de policía. A los tres días recibió mi yerno una llamada para decir que tenían a mi nieta secuestrada. A esos tipos se les entiende de milagro porque hablan pura majadería pesada. Total que pedían un millón de pesos. Pinches locos ya ni la burla perdonan. Esa cantidad no la reunimos ni en dos vidas de trabajo, y ni explicarles eso porque más se encabronaban los malditos. Nos dieron un día para entregarles el dinero. Total que con amigos y parientes juntamos apenas una tercera parte vendiendo hasta lo que no teníamos. Quisimos negociar algo pero dijeron que nos iban a entregar a nuestra niña en pedacitos. Vivíamos en una agonía. Soy viudo y le doy gracias a Dios que mi esposa ya no estaba viva porque en esa se me muere de pura angustia, tristeza, impotencia y coraje. A la semana de esa última llamada cuando mi yerno salía temprano a trabajar se encontró en la puerta un costal ensangrentado. Casi se desmaya creyendo que era la niña descuartizada. Llegó la policía y un chingo de agentes nomás a hacerse pendejos. Los peritos dijeron que eran restos de animal. Ya no volvimos a tener contacto con los secuestradores ni ninguna señal de mi nieta. Mi yerno hasta la fecha anda como zombi. A cada rato cree ver a su hija en la calle y sale corriendo a desengañarse. Mi hija no paró de llorar en meses, rece y rece. Yo nomás salía de esta chamba y me iba a su casa como a las dos de la mañana para hacernos fuertes todos. Dormitaba sólo a ratos hasta que salían a trabajar ellos y yo me iba a mi casa. Así estuve hasta que un día hablando por teléfono con mi hija me quedé dormido o inconsciente con la bocina en la oreja. Llegaron por mí y me tuvieron que llevar al hospital, tenía agotamiento y anemia y no sé cuántas madres. Todos estábamos bien jodidos, de buenas que siempre nos mantuvimos unidos aunque a veces había unos pleitos en que casi nos agarramos a chingazos culpándonos unos a otros. Mis otras nietas, las hermanas menores de la desaparecida, pobrecitas ya ni querían ir a la escuela. Pero a partir de ese momento decidimos enfentar la bronca. Mi hija desde entonces trabaja con un grupo de la señora Wallace, una doña a la que una banda le mató a su hijo y solita dio con los asesinos. En esa organización de la señora se ha enterado de cosas que parecen de una película de terror. Hay padres que han llegado a encontrar a sus hijas, después de años, irreconocibles, hechas unas piltrafas, víctimas de enfermedades y vicios de los que ya no se recuperan. Yo no sé si alguna vez lleguemos a ver otra vez a mi nieta, pero esa es la razón de nuestra vida ahora.    

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