Alejandro
Álvarez
El cinco de mayo se
celebra el 195 aniversario del nacimiento de Carlos (Karl) Marx. Hijo del
abogado judío Herschel Mordechai (después
Heinrich Marx) y de Henrietta Pressburg tía abuela de los prósperos empresarios
en electrónica Phillips, fue siempre un estudiante modelo hasta obtener su
doctorado en filosofía en Berlín. Existe un lapso de su vida no bien conocido
en el que cambió radicalmente la personalidad del joven Marx. Se hizo hosco y
malhumorado. Se aficionó a una vida bohemia y se afilió a sectas como los
filadelfos y los masones, también se relacionó con grupos anarquistas. El
clásico aspecto descuidado de Marx (despeinado y de barba enmarañada) era una
especie de “símbolo” de esas agrupaciones un tanto extravagantes en permanentes
estados conspirativos rebeldes. Su personalidad sombría se refleja en varias
anécdotas, una de ellas es la referencia que hizo a “la partida de la vieja”
cuando su madre murió. Otra es aquella
que se narra cuando después de la muerte de un hijo de Marx éste se encuentra
con Federico Engels quien conociendo el drama por el que pasa la familia y
sabiendo de sus premuras económicas le expresa lo profundamente conmocionado
que se encuentra por la tragedia, a lo que Marx responde: “Sí, sí, todo eso
está muy mal. Pero dejemos esas cosas y déjame leerte lo que escribí anoche”.
Paradójicamente se dice que la muerte de su esposa Jenny
von Westphalen en 1881 lo sumió en una
profunda depresión que no superaría. (Una cosa, pequeña, debo aún decirte:/
gozoso acabo esta canción de adiós/ las últimas ondas de plata van a buscar/ el
aliento de Jenny par encontrar su alma/. Así le escribió en su ‘Soneto final a
Jenny’).
Su sólida formación intelectual le permitió a Marx analizar y hacer una
crítica profunda al capitalismo, a los socialistas utópicos y a la filosofía
hegeliana predominante en la época. En 1848 junto con Engels redactaron el
Manifiesto del Partido Comunista, documento de otra de las sectas a las que
perteneció, la Liga de los Comunistas. Su obra cumbre fue El Capital que,
enmarcada en el campo de la economía política, fue el sustento teórico de las
revoluciones anticapitalistas desde finales del siglo XIX hasta mediados del
siglo XX. Las principales agrupaciones y tendencias revolucionarias de ese
periodo se autoproclamaban “marxistas”. Ahí cupieron desde el Partido
Socialdemócrata Ruso (facción bolchevique), los partidos trotskistas de la
Cuarta Internacional, el maoísmo del Partido Comunista Chino, el castrismo del
Partido Comunista Cubano y una enorme variedad de partidos en África y el sureste
asiático. Contrario a lo previsto por
Marx, las revoluciones triunfantes en ese periodo referido no lo fueron en
países capitalistas avanzados, donde las “contradicciones” y las “condiciones
objetivas” para la revolución comunista estaban maduras, sino en países
atrasados económicamente. Algunos de ellos predominantemente rurales, aún con
vestigios feudalistas como en la vieja Rusia y China.
Particularmente la entonces Unión Soviética fue una amplia divulgadora
internacional de la producción editorial marxista lo que permitió que fuera de
fácil acceso a un amplio público. La filosofía del materialismo dialéctico, la
teoría de la plusvalía en el capitalismo y aún los textos de tipo antropológico
e histórico marxistas eran lectura obligada en los círculos de estudio,
escuelas de cuadros y células de todos los partidos de izquierda hasta la
década de los ochenta del siglo pasado. Con la caída del muro de Berlín y el
desmoronamiento del “socialismo real” el marxismo cayó en desuso.
Lamentablemente no sólo desapareció el estudio de esta forma de pensamiento
sino que la izquierda quedó inerme teóricamente y se sumió en un letargo
estupidizante como lo ilustra la autollamada “izquierda” mexicana carente
totalmente de ideas en todos los órdenes, tan corrupta y oportunista como los
partidos de “derecha” o “centro”. Todos este ramillete de membretes han tirado
a la basura ideologías y principios para rumiar tranquilos sus dietas y
espantarse las moscas con la cola.
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