Alejandro Alvarez
Conocí la polémica en los tradicionales folletines de la
izquierda hace más de 40 años. Las discusiones, por cualquier motivo, estaban
atiborradas de citas de los clásicos (Lenin, Marx, Engels, Trotsky) que en
buena parte eran a su vez otras polémicas. Quien no citaba un clásico, de
preferencia en largos párrafos, tenía prácticamente perdida la polémica. Por lo
menos había que referir a las vacas sagradas –vivas- de alguna de las tendencias que eran parte de
la discrepancia para darle “contundencia” a los argumentos.
Por extraño que parezca casi todos estos trances
terminaban en acusaciones mutuas de haberse desviado de la ruta del
proletariado y de aliarse con la pequeña burguesía o ya de plano con la burguesía
y el gobierno. De ahí a los insultos un poco más arrabaleros no había más que
un paso y no pocas veces había conato de bronca.
Quizás como herencia de la ruptura social de los sesenta,
la década siguiente fue abundante en discusiones abiertas en diferentes campos
de la sociedad. La izquierda más civilizada empezó a ventilar sus discrepancias
en los periódicos liberales que aparecieron a mediados de los setenta.
Fue un hecho
trascendente la polémica histórica entre José Woldenberg, entonces militante
del Partido Comunista Mexicano, y Arnoldo Martínez Verdugo, Secretario General
del mismo partido, acerca del movimiento guerrillero. El primero desmenuzando
la frágil trama argumentativa del guerrillerismo y el segundo asumiendo una
defensa tímida y medio avergonzada de esa táctica.
El debate se
sustentaba sólo en la fuerza de los argumentos en el marco de la construcción
de un partido protagónico más que testimonial, como había sido la izquierda
hasta ese momento.
El tiempo le daría la razón a Woldenberg y le colocaría
como uno de los artífices de la ciudadanización de los órganos electorales en
México. El virtuosismo de la polémica entre Octavio Paz y Carlos Monsiváis en
la misma década, fue uno de los instantes estelares del análisis crítico en los
momentos en que el país iniciaba su transformación más profunda del siglo
pasado, después de la Revolución Mexicana.
Las discusiones hasta el momento no han encontrado
sustituto como herramienta para acercarse al conocimiento de todo tipo de
fenómeno (social o natural) por eso es lamentable observar esa aridez en la que
se ha convertido gran parte de la prensa nacional y prácticamente toda la local
donde la polémica ha cedido la plaza ante el morbo, la especulación, el
escándalo y, en general, el vacío intelectual.
Por ejemplo, en los medios intelectuales más altos
–nacionales y extranjeros- se ha puesto al descubierto en los últimos meses la
práctica del plagio por parte de personajes que cuentan en sus haberes
toneladas de premios y medallas.
Unos cuantos indignados
han puesto el grito en el cielo tratando de iniciar una polémica sobre el
asunto con los implicados (ladronzuelos de las ideos de otros) y éstos
olímpicamente ignoran el reto. Y las autoridades no se dan por aludidas, por
supuesto. Mala señal en momentos en que, como en los tiempos de los Paz,
Monsiváis, Cosío Villegas, el país buscaba reconfigurar su futuro, polemizando.
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