Alejandro
Alvarez
He
planteado la existencia de dos Méxicos desde que inició su gestión el
presidente Peña Nieto. Uno el de color de rosa, que proviene de los boletines
oficiales y los medios que les hacen eco y el otro, el que pese a todo se
filtra y llega a la población a cuentagotas. Cada quien toma el que más le
conviene.
En los
últimos días varios hechos conmueven. La tranquiza que un grupito de no más de
treinta jóvenes propinaron a los policías que les hacían frente (es un decir)
en el Zócalo de la Ciudad de México con motivo de un aniversario más de la
represión echeverrista de 1971. El mismo grupo ideológico (es un decir) que el
día de la toma de posesión del presidente el año pasado atacó a la policía y
destruyó lo que encontraba a su paso se hizo presente ahora. Recordemos que los
detenidos en aquella ocasión lograron su libertad gracias a una reforma “fast
track” de los diputados perredistas capitalinos para que los delitos de que se
les acusaba dejaran de ser graves y salieran bajo fianza. Y salieron. A los detenidos ahora pueden
fincárseles mayores responsabilidades porque además de tundir con piedras,
palos y bombas caseras a los policías que se defendían sólo con sus escudos,
secuestraron a dos negociadores del gobierno y les zorrajaron tal golpiza que
por lo menos uno de ellos se encuentra en estado delicado. Los abogados de los
rufianes y la Comisión de Derechos Humanos defeña acusan al gobierno de haber realizado las detenciones “en violación
flagrante de sus derechos humano”. Sí como no.
La truculenta historia de los once jóvenes desaparecidos en un antro
también de la capital del país ha dado pie a que las autoridades exhiban su
incapacidad pero también se ha publicitado ese mundo sórdido de delincuencia de
todo tipo en el que se desarrolla la vida matutina, vespertina y nocturna de la
ciudad. Nada exclusivo del DF por cierto, sino sólo una buena muestra de la
complicidad de los gobiernos con el crimen organizado y el desorganizado. Se
hacían bolas en una sesuda explicación sobre la diferencia entre carteles y
pandillas cuando sobrevino la matanza en un gimnasio de Tepito, ante el cual se
apresuraron a decir que no tenía “relación alguna” con los once tepiteños
desaparecidos. ¿A quién quieren dedoatolear?
Hace dos días
en en Michoacán la
CNTE se encontraba manifestándose “pacíficamente” (no saben hacerlo de otra
forma) contra la Reforma Educativa para lo cual tomaron la caseta de peaje de
San Ángel Zurumucapio, cerca de Uruapan, cuando una pipa cargada con 80 mil
litros de chapopote arrolló a decenas de sus integrantes sobre la autopista
Siglo 21, con saldo de ocho muertos y 14 heridos. Tanto la rampa de frenado de emergencia de la citada autopista, así como
el carril libre para vehículos que sufren averías en los frenos estaban
obstaculizadas por los automóviles de los maestros que se manifestaban. La pipa
no pudo maniobrar al ver bloqueados estos accesos y volcó con los resultados
referidos. La policía en su momento no fue capaz de impedir que los maestros
bloquearan la rampa y el carril de emergencias pero ahora tienen bien vigilado
al chofer de la pipa en el hospital donde se debate entre la vida y la muerte.
¿A quién le fincarán las responsabilidades? Hacen cruces para que se muera el
chofer y le carguen al muerto el bulto. Al fin que así ya no se defiende.
Aquí
en La Paz, donde prevalece esa idílica visión de un paraíso de orden y honradez
alejado de la criminalidad de otros estados, se descubren por lo menos siete
cadáveres de personas en una fosa. Todo el peso de la ley contra el presunto
homicida ya detenido aunque ni a un niño de primaria se le puede escapar que en
estos crímenes está enredado el narcotráfico y la posible disputa del mercado de
la droga entre pandillas (o carteles) y que para realizar esas tareas de
“depuración” debieron participar bandas bien organizadas a su vez ligadas a
capos poderosos. ¿O alguien se traga la historia de que fueron castigados por
el hampa por ser consumidores morosos? A
ver con qué enredos e historias increíbles trata de zafarse la Procuraduría.
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