martes, 17 de febrero de 2015

EN OTRO BRETE:



UNOS amigos me han vuelto a enviar un kilo de caguama ya preparada al estilo sudca...

Un platillo delicioso, pero de una especie en veda.

La vez pasada, la guardé en el congelador haciendo tiempo para vencer la tentación depredadora- avivada por la prohibición-, y no arriegar mi corrección política.

¿ Dónde estaba mi conciencia ecológista?

Pedí opiniones en este vecindario virtual.
¿Me la como o qué?

¡Pues cómetela, y si no, presta!
¿Cómo te atreviste a aceptarla?
¡Denúncialos!
¡No, cómprate unas caguamas de las otras y agasajate.!
Al cabo que ya estaban  muertas( taria muy cabrón devorarlas vivas).
Tu obligación es denunciar a tus amigotes.
¡Pinchis depredadores!
!Alguien se las tiene que comer!
Ni modo que la tires a la basura
¡Dasela a los perros a ver si no se mueren!
¡No es delito, es deleite!
Tú no la mataste...
No le hagan caso, está vacilando..
!Pinchi mariguano! Nomás antojas.
¡Ojalá te empaches!

 Pasaron varios días con el manjar en el congelador, hasta que...Pues sí: "alguien se la tenìa que comer...Ni modo que la tirara a la basura o al WC. Tú...o sea yo...no la había  matado...Muy cierto"

¿ En serio? En serio.

Además dicen que es malo quedarse con el antojo.
Saqué el vaso gigante del freezer. Vacié el contenido en una olla,  y ya en plena descolgada hedonista me di un baño largo para dejar que el  quelonio  convertido en sopa se fuera descongelando.

El calor de agosto apresuró el deshielo, y puse el recipiente en la estufa a fuego lento.

Al primer atisbo de un aroma casi olvidado,  recordé el sabio consejo de acompañar el excepcional platillo con "unas caguamas de las otras".
Y ahí te voy al Chiflón, el minimarket de la esquina, con cuatro envases vacíos en una bolsa.
De regreso me topé con un viejo conocido al que tenía tiempo sin ver. Nos dio gusto el reencuentro.Iba sudoroso y con el rostro enrojecido, con un vaso de cartón en la mano, a curarse la cruda al Perico Mariguano, uno de los tres bares vecinos.

-¿Qué traes aquí, pariente?- preguntó  dándole una patadita fanfarrona a mi bolsa.

Ya le iba a decir que leche, pero no me iba a creer. ¿A qué reventón iba con tan preciosa carga?
 Labioso, me convenció que abriera una y le invitara un traguito,y luego otro, hasta que para acelerar la despedida le tuve que ayudar con el resto mientras nos enfrascábamos en una discusión política a media calle.

¡En la madre!¡No me acordaba que este cabrón era pehezoombie!

Para desafanarlo le dije que me estaba esperando una amiga. El encuentro fortuito ya me estaba alterando el ánimo, el apetito.

Desde que abrí la puerta del depto, una espesa humareda y un fuerte olor a chicharrón de caguama y de sartén al rojo vivo, me pusieron al tanto del desastre.

Tiré la bolsa de las cervezas en un sillón, y avance entre el humo hacia la estufa. Apagué el fuego y con mirada lacrimosa y entre estornudos, pude ver el oscuro objeto del deseo más negro que nunca. Carbonizado.

¿Justicia eco/poética?

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