A cien años del natalicio del escritor y editor mexicano |
Uno de mis trabajos editoriales de más grata memoria, fue como Jefe de Información de la revista Cultura Norte, del Programa Cultural de las Fronteras, que dirigía Edmundo Valadés, allá en los ochenta de la Era preconacúltica.
En los frecuentes viajes a los estados fronterizos, de Matamoros a Ensenada, descubrí que Don Edmundo era también un inacabable narrador oral y gran compañero de farra, de esos que reciben el amanecer con las luces encendidas y ganas de más refuego.
Un hombre que siempre tenía a la Mujer como tema emblemático.
Uh, aquel beso en los labios que le dio una bella y joven señora coahuilense cuando lo llevó a conocer la cava de su hacienda.
Las cartas de amor de su amigo Rulfo a una amante argentina, a las que tuvo acceso.
Lo recuerdo en un multitudinario encuentro literario en Tj 88, dando la vuelta en el asiento del copiloto del Mustang del músico, Raul Valdés, con dos escritoras sonorenses, el novelista de La sierra y el viento, Gerardo Cornejo, el poeta Roberto Vallarino, y su Jefe de Información en funciones.
Circulábamos por la farandulera y prostibularia calle Revolución, cuando el impredecible e irreverente Vallarino(que ayer hubiera cumplido 60 años) encendió un cigarrillo de cannabis, un toque de mota, y, asiéndolo de la nuca, se lo pasó a don Edmundo.
- ¡Date un toque, pinchi Edmundo! No me digas que eres tan fresa como el joto de Benítez!
- Gracias, Roberto, pero yo con la horneada tengo.
Caminando en busca de un bar, una de las escritoras le preguntó a Valadés:
- Oiga maestro, ¿ cuál de los cinco sentidos triunfa cuando se hace el amor?
- Ninguno, todos ganan- respondió el autor de La muerte tiene permiso.
(Al rato y en los días siguientes, no dejaría de insistirme acá entre nos: " Le encargo que registre cada detalle y me lo cuente todo, paso a paso, sin censura, cuando regresemos a México")
Nativo de Guaymas, hijo del historiador Adrián Valadés, don Edmundo tenía muchos recuerdos infantiles de La Paz.
Se veía correr por los pasillos, contemplando el mar desde la terraza del Hotel Perla, donde pasaba largas temporadas con su padre.
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