No imaginé trabajar desde casa. De hecho, siempre he pensado que lo mío, es salir de casa a mi trabajo, esa es parte de mi rutina, de hacer el día variado, de inyectarle la convivencia con mis compañeros de trabajo, disfrutar el traslado y saber que regresar a casa con mi familia, era el moño de oro de cada día.
Tampoco imaginé vivir una pandemia. Y ahora, trabajo desde casa, con un horario desordenado y sintiendo que todo el día estoy en lo mismo. La parte bella de estar horas enteras en casa, pensando a veces que el viernes es sábado, me trae la alegría de tener a mis muchachos todo el tiempo, a la vista.
En sus habitaciones y yo en mi mesa de trabajo, pero están ahí, a pasitos de mí. Me dolía de estar llegando a esa fecha en que mi hijo mayor se iría de casa a continuar sus estudios universitarios. Sentía que no lo había abrazado lo suficiente, y que 18 años aquí conmigo se volvían pocos.
¡Ah! Covid19, te agradezco que me dejaras estar con mis muchachos, así como hemos estado. Por lo demás, subir los kilos que mis muchachos no suben con todo lo que se comen, ha sido el “pero” en todo esto. No hemos barrido mucho, no hemos trapeado tanto, pero la cocina se ha desquitado triplicando lo que lavar que ya mis manos ni se resecan. Nuestro jardín agradecido, nos ha regalado sus flores.
Lo hemos visto renacer en esta temporada de primavera y de los árboles existentes hemos hecho nuevos. Los vecinos de lejos, sin cambio. Lamento no haber logrado un grupo participativo entre nosotros como vecinos, ni para los demás. Pero siempre hay a quien sumarse para apoyar a los que nos necesitan.
¡Y las mándalas! Me he entretenido poniéndoles color, y durante el proceso, he hecho y deshecho planes. He recordado proyectos abandonados y de pronto he dejado los colores a un lado para enviar un saludo a los que están lejos y con quienes nos comunicamos poco, para asegurarnos que están bien, pues ahora más que nunca es el momento de mostrar el afecto que les tenemos y que están en nuestro pensamiento.
También de tanto en tanto, la gente que está en mi corazón, me deja saber de ellos. Y la saga Star Wars no se me escapó. Pasando por alto los extraterrestres, disfruté mucho todas las películas en el orden indicado por mi hijo mayor y con datos importantes aportados por él. ¡Cómo sabe, este muchacho!, ¡no sé cómo se aprende tanto nombre raro de personajes, planetas, posturas de luchas, y demás… espero que algún día conozca así la historia de México!
Hemos sido afortunados estos días. Mis padres octogenarios están bien de salud, hago sus compras y los veo a través de la reja cuando les entrego su pedido. Sigo teniendo mi trabajo, mi horario en casa, aunque desordenado, es dichoso para mí y mi pequeña familia. No tengo de qué quejarme. La salud está con nosotros y la seguridad de un empleo. No todos pueden contar una historia así.
Nuestro Loreto, la Capital Histórica de las Californias, ya antes había visto días muy solos, y estos, los del COVID19. Saberlo sin movimiento, sin economía activa, es un dardo al corazón. Nos lastima a todos de distintas formas, pero algunos están más golpeados que siempre.
Me pregunto cómo será la nueva normalidad en un Loreto turístico. Me cuesta pensar que podamos ser capaces de vivir en la sana distancia por algún tiempo, y me parece, que son muchas tareas las que sacar adelante, ninguna menos importante que otra.
Con un gobierno municipal incapaz de haber resuelto inteligentemente lo que en mejores épocas eran nuestros peores problemas. Con elecciones “borrones y cuentas nuevas” a la vuelta de la esquina, mi optimismo resbala incesantemente.
A los cuantos años de vida municipal, ¿aprenden sus ciudadanos a hacer mejores elecciones? Parece que preferimos soñar que crear realidades felices, sostenibles. Parece que la responsabilidad ciudadana es nada más el día de las elecciones. En fin, no puedo tomar mejores decisiones por los demás.
Y desde mi trinchera, una que ha sido crítica y hasta temeraria, he querido abrir los ojos de quien quiera ver.
Hoy es otro día más, no importa si lunes o domingo. El sol brilla también y los pájaros se escuchan cantar, las flores siguen aromando mis tardes de brisa y yo, al menos yo, no sufro por este encierro.
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