martes, 26 de mayo de 2020

ASI ERA EL SIDA

Arturo Meza

Solo que nadie se acuerda, los que tuvimos el privilegio de seguir desde el inicio al desenlace de una pandemia como el SIDA recordamos la de rumores que se levantaron con esa epidemia que hizo su aparición, oficialmente en 1982. Nada se sabía, surgían todo tipo de noticias falsas; igual que ahora, teorías conspirativas, rumorología a pasto, creencias, mitos, mientras las escuetas verdades andaban sumergidas en revistas científicas muy selectas a la que muy poca gente tenía acceso. Poco a poco se fue imponiendo la verdad, en la medida que la epidemia se convertía en endemia, es decir, en una enfermedad más del catálogo de enfermedades que venía a sustituir a aquellos males que habían desaparecido por obra de vacuna, de cambio de hábitos o descubrimientos, tales como la difteria, el escorbuto, la tosferina, el sarampión, la viruela, la lepra, la poliomielitis, la anemia perniciosa, el bocio, el beri beri, el raquitismo y muchas otras.

Cuando el SIDA finalmente llegó a La Paz, uno de los primeros en sufrir la enfermedad fue un joven que trabajaba en una estética, residía en el barrio de El Esterito. Fue muy rápida su evolución, tres meses de disminución acelerada de peso, fiebres constantes, anorexia y evacuaciones diarreicas acabaron con su vida. Si ésta era la historia natural de los infectados de SIDA, estábamos en problemas. Después supimos que con ciertos cuidados, hábitos higiénicos, algunos medicamentos, el afectado podía vivir mucho tiempo, que además, la evolución era muy variable, que dependía mucho del estado de salud general y la actitud que se tomaba ante la enfermedad. Quien mejor comprendió y trató el SIDA, en nuestra comunidad fue el Dr. Juan Manuel Cota Abaroa, a quien le debemos las agudas observaciones iniciales, su dedicación a los enfermos y las enseñanzas acerca de la enfermedad.

De cualquier manera, en esos tiempos, tener SIDA significaba la muerte. Cuando el joven de El Esterito murió, a la familia se le ocurrió hacer una pira para quemar su ropa. Los vecinos pusieron inmediatamente el grito en el cielo, el Esterito se vació en cuanto supieron el origen de la hoguera, la gente no quería volver a sus casas que creían contaminadas por el humo. Existía en ese tiempo un programa matutino de radio “contacto directo” que recibió llamada tras llamada de los esteritenses quejándose de la imprudencia de la familia de quemar las depravadas ropas del muchacho fallecido.

Tanto como el Covid hoy, estuvo el SIDA en los medios. No se hablaba de otra cosa. Aunque el SIDA tenía un punto morboso, muy explotable por moralistas, esos seres puros y recatados. Era básicamente contagiado por contacto sexual y en sus inicios, se expandió en comunidades de homosexuales. Especial para proclamar la llegada del fin del mundo, la evidencia en la predicción de los evangelios, los vaticinios de Nostradamus, en fin, el apocalipsis. Tenía todos los ingredientes para las parafernalias de la Santa Inquisición y de la Letra Escarlata.

La ciencia se fue imponiendo, el SIDA se hizo endémico. En menos de dos años fue identificado el virus, todo ese tiempo entendimos el mecanismo de replicación viral, la forma de afectación a una parte del sistema inmunológico, se comprendió mejor la función de los linfocitos y sus auxiliares, sobre todo la manera de prevención, la relación entre la inmunidad humoral y la celular, el uso del condón; se conocieron bien las enfermedades oportunistas y el modo de tratarlas, en menos de cinco años ya se tenían medicamentos que retrasaban los síntomas, el paciente se podía mantener muchísimo tiempo en estado de portador, los antirretrovirales mejoraron –y siguen mejorando- el control de la enfermedad hoy en día, está bien protocolizado por las instituciones y el SIDA, lejos está de ser una condena de muerte.

La función de los colectivos de homosexuales fue definitiva, así como publicaciones como “Letra S”, suplemento de La Jornada que fundó Carlos Monsiváis, cambiaron la manera de ver el SIDA en éste machista y bronco México nuestro.

Lo mismo pasará con el Covid 19, a falta de vacuna, será la inmunidad colectiva la que haga frente al mal. El confinamiento, la sana distancia, la falta de contactos, lavado de manos, sanitización, cubrebocas, son medidas que tratan de evitar que todos enfermemos al mismo tiempo, no alcanzarían camas de hospital, especialistas, personal. Llegaremos al punto culminante de la infección, pero también con mayor cantidad de individuos con inmunidad –temporal o permanente- que se constituirán en una barrera inmunológica a los que el virus ya no hace daño. Entonces, algunos enfermaremos y nos recuperaremos, en menos de tres meses tenemos una mayor comprensión de la enfermedad y fármacos para hacerles frente; las autopsias han dado mucha luz de los procesos íntimos en la fisiología corporal. Otros seguirán como portadores asintomáticos que aumentarán las barreras de la inmunidad colectiva y allá, cuando pasen los años, de vez en cuando alguien enfermará de COVID que aparecerá en el catálogo de las enfermedades, igual que el escandaloso y pecaminoso SIDA.

Así son las epidemias, así han sido siempre “las enfermedades que están de visita”, como las llamaba el Gran Hipócrates. Los que hemos cambiado somos nosotros y nuestras circunstancias.

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