El 25 de diciembre de 1989 me sorprendió ante el televisor de una gélida habitación de un hotel de Francfort, la ciudad nativa de Goethe, una de las cumbres del romanticismo alemán, autor de El Fausto, y sede del Bundesbank, centro financiero de la Unión Europea de los 12.
No se requería saber alemán para descifrar el mensaje de las imágenes que fluían en el noticiero, dando cuenta de los últimos acontecimientos de la Revolución de Terciopelo que como secuela de la Perestroika había empezado a desmoronar el bloque socialista, proceso acelerado por la reciente caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre.
De repente, los nombres de Nicolae Ceausescu y su esposa Helena, dieron paso a escenas del juicio sumario al que la ya ex “pareja presidencial” de Rumania, estaba siendo sometida acusada de diversos y horrendos crímenes en contra del pueblo que decían representar.
Los sátrapas comunistas habían huido luego de la concentración popular del 22 de diciembre de ese año axial del 89, en la que ese mismo pueblo lo abucheó interrumpiendo el que sería el último discurso de Nicolae como dictador, y en el que trataba de justificar el genocidio de Timisoara perpetrado la semana anterior.
Los Ceausescu huyeron en helicóptero con guardias de seguridad apuntando a la cabeza del piloto, no sin antes ordenar a las fuerzas armadas y a la policía secreta, la siniestra Securitate, aplicar la misma receta de Timisoara: disparar contra la muchedumbre amotinada frente al Palacio del Pueblo(actual Parlamento, el edificio más grande del mundo después del Pentágono), que el Conducător (conductor, título para el cual se había mandado hacer un cetro), había levantado como monumento central del culto a la personalidad instituido como razón de estado.
Arguyendo una falla técnica, el piloto aterrizó el helicóptero y los fugitivos fueron capturados en un retén militar para ser presentados ante el tribunal del Frente de Salvación Nacional. La perversa pareja no dejó de exhibir la soberbia cultivada durante los 20 años de dictadura, y se negó a reconocer la legalidad del tribunal aduciendo que ellos se debían al pueblo , por el que se habían sacrificado, por lo que solamente comparecerían ante la Asamblea Nacional.
No se requería saber alemán para descifrar el mensaje de las imágenes que fluían en el noticiero, dando cuenta de los últimos acontecimientos de la Revolución de Terciopelo que como secuela de la Perestroika había empezado a desmoronar el bloque socialista, proceso acelerado por la reciente caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre.
De repente, los nombres de Nicolae Ceausescu y su esposa Helena, dieron paso a escenas del juicio sumario al que la ya ex “pareja presidencial” de Rumania, estaba siendo sometida acusada de diversos y horrendos crímenes en contra del pueblo que decían representar.
Los sátrapas comunistas habían huido luego de la concentración popular del 22 de diciembre de ese año axial del 89, en la que ese mismo pueblo lo abucheó interrumpiendo el que sería el último discurso de Nicolae como dictador, y en el que trataba de justificar el genocidio de Timisoara perpetrado la semana anterior.
Los Ceausescu huyeron en helicóptero con guardias de seguridad apuntando a la cabeza del piloto, no sin antes ordenar a las fuerzas armadas y a la policía secreta, la siniestra Securitate, aplicar la misma receta de Timisoara: disparar contra la muchedumbre amotinada frente al Palacio del Pueblo(actual Parlamento, el edificio más grande del mundo después del Pentágono), que el Conducător (conductor, título para el cual se había mandado hacer un cetro), había levantado como monumento central del culto a la personalidad instituido como razón de estado.
Arguyendo una falla técnica, el piloto aterrizó el helicóptero y los fugitivos fueron capturados en un retén militar para ser presentados ante el tribunal del Frente de Salvación Nacional. La perversa pareja no dejó de exhibir la soberbia cultivada durante los 20 años de dictadura, y se negó a reconocer la legalidad del tribunal aduciendo que ellos se debían al pueblo , por el que se habían sacrificado, por lo que solamente comparecerían ante la Asamblea Nacional.
El fiscal Gica Popa, respondió:”De la misma manera que rechazó mantener un diálogo con el pueblo, ahora rechaza hablar con nosotros. Siempre dijo actuar y hablar en nombre del pueblo, ser un querido hijo del pueblo, pero sólo tiranizó al pueblo todo el tiempo.(…) Estos dos acusados se procuraban los alimentos más lujosos y ropas del extranjero. Eran incluso peores que el antiguo Rey de Rumanía. El pueblo sólo recibía 200 gramos por día, contra presentación del carnet de identidad. Estos dos acusados han robado al pueblo, y ni aun hoy quieren hablar. Son cobardes…(…). ¿Por qué arruinó usted tanto al país: por qué exportaba todo? ¿Por qué hacía pasar hambre a los campesinos? El producto que sembraban los campesinos era exportado, y los campesinos venían de las más remotas provincias a Bucarest y a las otras ciudades para comprar pan. Cultivaban el suelo según sus órdenes y no tenían nada para comer. ¿Por qué hizo pasar hambre al pueblo?”
Y, mientras Helena le gritaba a su marido que no respondiera, pues “no se podía hablar con esta gente”, el presidente del fiscalía empezó a desgranar el aberrante recuento de los crímenes entre los que se incluían el aniquilamiento de niños que morían de frío por la falta de electricidad en hospitales y orfanatos, y por haber sido inoculados con el virus del Sida a iniciativa de Helena y sus experimentos “científicos”.
Y es que la señora Ceausescu, orgullo del nepotismo del Conducător , había sido proclamada como miembro de la Academia de Ciencias y Artes de Rumania, e investida con otros rimbombantes títulos académicos, a pesar de su escandaloso analfabetismo, que el fiscal no olvidó recordarle al ver que Helena no dejaba de dirigirse a su marido:
“ Elena siempre ha sido habladora, pero no sabe mucho. He observado que ni siquiera es capaz de leer correctamente, pero se autocalifica de graduada universitaria.”
Elena respondió: “Los intelectuales de este país deberían oírles a usted y a sus colegas. La intelectualidad del país oirá de qué nos están acusando.”
Pero ya nadie escucharía a los Ceausescu…Y mientras la Securitate disparaba sus últimas ráfagas genocidas, el pelotón de fusilamiento se alistaba para cumplir con la sentencia de muerte emitida por el Frente de Salvación Nacional, en nombre del masacrado pueblo rumano.
Las imágenes trasmitidas por la televisión alemana culminan con un close up a los ojos abiertos del cadáver de Nicolae Ceausescu, mientras un médico militar y otro civil, certifican su muerte sobre un charco de sangre. .
Era el fin de un humilde campesino (Scorniceşti, 26 de enero de 1918), transformado por el poder autocrático en un delirante y despiadado reyezuelo, que en los años álgidos de la guerra fría, había enfrentando el poder imperial soviético condenando la invasión a Checoslovaquia; y en 1982, teniendo como huésped a Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español, proclamado su rechazo al establecimiento de bases militares estadounidenes en Europa.
A mi regreso a Barcelona, donde en ese tiempo residía, me encontré con un escándalo mediático y político, detonado por la denuncia de la complicidad de la izquierda española, la de Carrillo y la de Julio Anguita, su sucesor, con el régimen de Ceausescu.
Durante los últimos años, los dirigentes izquierdistas ibéricos se la habían pasado “súper” vacacionando a cuenta del pueblo rumano, sin percatarse de los crímenes de lesa humanidad del Conducător .
La justificación fue de carácter histórico: Rumania había sido fundada por Trajano, nativo de Itálica(actual suburbio de Sevilla, en Andalucía), al despuntar el siglo II DC, en su guerra definitiva contra los Dacios transdanubianos, con los que Domiciano había pactado una paz que el bárbaro Decébolo no había respetado.
1 comentario:
reSera verdad todo lo que se dice de los tiranos Ceaucescu?.Que era una analfabeta la señora Elena es un mentira pues era cientifica y graduada de la universidad.Lo demas no lo se.Lo que si se es que de ciertas personas se inventan cosas que a veces no cometieron y que se juzgan y ensaña de manera malvada.
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